La historia contemporánea de Alemania los ha llevado a tener una especial precaución con las formaciones políticas nacionalistas; la sombra del nacionalsocialismo pesa aún. Por eso hay una especial preocupación por el crecimiento y la expansión de Alternativa para Alemania (AfD), hoy la segunda fuerza política en la República Federal. Es un partido pujante, cuyo crecimiento sigue y que, además, representa a un amplio sector de población: las clases trabajadoras, los jóvenes y los ciudadanos que han visto mermada su situación en estos años por la crisis económica que padece Alemania y las malas políticas europeístas.
Pero ¿cuál es el verdadero motivo de intentar su ilegalización? Sin duda su aceptación popular. El hecho de ser una fuerza en crecimiento en todos los estados federales.
«Liberales y progresistas aplican políticas diseñadas en los despachos de Bruselas que perjudican las vidas de los ciudadanos medios»
Los grandes partidos de centro, a la izquierda o a la derecha, se han convertido en elites que sirven a intereses abstractos y viven de espaldas a los sufrimientos reales de la población media. Liberales y progresistas aplican políticas diseñadas en los despachos de Bruselas que perjudican las vidas concretas de los ciudadanos medios.
La distancia de socialistas y liberales de centro con el pueblo y el ciudadano de a pie es abismal. No solo eso, sino que imponen políticas ruinosas y perjudiciales: una transición ecológica que conlleva un alto coste energético y limita nuestras vidas; una masiva migración sin control que genera inseguridad y pone en riesgo el conjunto del sistema sanitario o de las pensiones; una presión fiscal que impide el ahorro y aliena la productividad de los trabajadores; una imposición ideológica que se sostiene con un alto coste de los contribuyentes; un borrado de identidades nacionales que generan desencanto y sensación de aislamiento. Estas percepciones pesaron mucho en las últimas elecciones alemanas.
Diría, que es una idéntica desazón y deseo de cambio el que se vive en una amplia base de ciudadanos en toda Europa, claramente en Francia o en España.
«AfD ha conseguido más de un 20% de los votos y se ha convertido en segunda fuerza política de Alemania»
Es muy explicable que AfD haya conseguido más de un 20% de los votos y se haya convertido en segunda fuerza política, en el partido de los trabajadores alemanes, de las clases medias y de buena parte de los parados. Ha sido el partido más votado en la mayoría de los estados federados de la antigua República Democrática Alemana (RDA). Es un partido, además, muy votado por los jóvenes, un partido que aún no ha tocado techo y crece en perspectiva de voto.
Explicable es también la preocupación que los grandes partidos alemanes y de las élites de Bruselas. En el anterior gobierno del socialista Olaf Scholz, los funcionarios de la la Oficina para la Defensa de la Constitución (BfV) clasificaron a AfD como un partido «extremista de derecha» como paso previo para declarar su inconstitucionalidad.
«Los Verdes, en el anterior gobierno, propusieron la prohibición de su organización juvenil Junge Alternative»
La Constitución alemana establece en el artículo 21: «Los partidos que, basándose en sus objetivos o en el comportamiento de sus partidarios, tengan como objetivo menoscabar o eliminar el orden fundamental libre y democrático o poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania, son inconstitucionales».
Pero, hasta ahora, intentos parecidos en Alemania han fracasado, por ejemplo, en 2017 un intento de prohibir el Partido Nacional Democrático de Alemania (NPD), este sí un partido nazi, quedó en nada. En la sentencia fue calificado como inconstitucional, pero se consideró que era insignificante desde el punto de vista político. Es verdad que para que el Tribunal Constitucional Alemán prohíba un partido, este debe tener ya un peso suficiente como para poder imponer sus objetivos en algún momento y ahora AfD tiene, sin duda, ese peso.
«Otro movimiento consistió en que AfD quedase excluido de la financiación estatal en Turingia, Sajonia y Sajonia-Anhalt»
Con anterioridad se buscó también ponerlo en situación de ilegalidad. Los Verdes, en el anterior gobierno, propusieron la prohibición de su organización juvenil «Junge Alternative» (JA), bajo el presupuesto de que el Estado puede prohibir dicha asociación mucho más fácilmente que un partido. Otro movimiento consistió en que AfD quedase excluido de la financiación estatal, al menos en: Turingia, Sajonia y Sajonia-Anhalt donde ganaron una fuerte presencia. Incluso el líder de AfD en Turingia, Björn Höcke, tuvo una sentencia judicial de 2019 que lo calificó de «fascista» y permitía que el líder y la formación pudiesen ser vigilados mediante la intervención de conversaciones telefónicas.
Esto no han llegado muy lejos y los obstáculos para tales procedimientos son importantes. En Alemania estas maniobras han hecho a AfD más popular y la percepción es que los partidos tradicionales utilizan medios políticamente cuestionables contra el, ahora, partido más fuerte de la oposición.
«Liberales y progresista se apresuran con leyes represivas a condenar al ostracismo a la nueva derecha»
En Europa estamos ante una democracia unidireccional y tuneada que busca impedir por todos los medios el ascenso y el triunfo democrático de partidos conservadores y de nueva derecha que representan un voto contrario al conglomerado ideológico dominante en Bruselas. Actualmente Víctor Orban o Giorgia Meloni, en Europa; Trump, en EE. UU.; Milei, en Hispanoamérica, representan una posición política alternativa y por ello, en los laboratorios académicos complacientes con la élite son calificados de populistas y fascistas, para argumentario de sus opositores políticos.
Liberales y progresistas, se apresuran con leyes represivas y censuras a condenar al ostracismo a la nueva derecha con sus «cortafuegos» o «cordones sanitarios». Las élites ajustan su tuneo democrático con parámetros restrictivos e ideológicos que han elaborado los asesores de las asentadas élites políticas.
Este es el riesgo al que se enfrentan los partidos conservadores nacionales y sus votantes tras el fin lo que fue alguna vez una «política centrada».