El equipo francés controlado por Catar lleva cuatro días de celebración y vandalismo
Dos muertos, casi doscientos heridos y seiscientos detenidos. Así estamos, de momento, en el balance por las celebraciones en París de la victoria del París Saint-Germain en la última final de la Champions League de fútbol, la primera que conquista el club en su historia.
Debería haber sido una noticia estrictamente deportiva, pero arrasa también en las portadas de periódicos y en la apertura de telediarios. Por desgracia para todos, hay una imagen demasiado emblemática como para ignorarla: la de varios aficionados negros -imposible adivinar si son o no franceses- celebrando en plan hooligan encaramados a la estatua de Juana de Arco, mártir católica nacional. Un post de Twitter se hizo viral contraponiendo la foto de prensa con el cuadro clásico El saqueo de Roma por los bárbaros (1890). De Joseph-Noël Sylvestre, que representa la caída de aquel imperio en el año 476. Una civilización invadida desde fuera frente a otra derrumbada desde dentro.
«Los disturbios recordaron a los sucedidos en 2022 en el estadio de Saint-Denis»
Los disturbios no pillaron a nadie por sorpresa, mucho menos a los seguidores del Real Madrid que tuvieron que desplazarse al parisino estadio de Saint-Denis para disputar al Liverpool la final de Champions de 2022. Tanto en el breve trayecto de entrada como en la salida, quedó clara la degradación social de las afueras de la capital francesa, concretada en el acoso a los fans por parte de turbas de inmigrantes.
El empresario hispano-argentino Martín Varsavsky explicó en los medios la experiencia que sufrió junto a su esposa y sus dos hijos, de nueve y cinco años: «Era una guerra social. Los fans estábamos juntos frente a los miles de criminales que nos atacaban. Llevaba a mis hijos de la mano y les protegía. Ellos nos metían las manos en el bolsillo, nos sacaban todo. Los fans de Liverpool y del Madrid nos unimos para plantar cara a estos criminales. Se reían de nosotros, y de nuestros niños, que estaban llorando y entraron en pánico», denunció a los medios. Tres temporadas después, a pesar de que la final se celebraba en Múnich, las fuerzas de seguridad francesas no pudieron o supieron hacer nada para evitar altercados de varios días en la capital.
«En la mañana del lunes, decenas de fans del PSG habían bloqueado la autopista de circunvalación de París por el puro placer del vandalismo»
Lo de Varsavsky no es la crónica exagerada de un turista rico, sino del pan nuestro de cada día en Francia. Lo ha denunciado también Florian Philippot, conocido asesor político que contribuyó de manera decisiva a la desdiabolización del lepenismo en Francia. En la mañana del lunes, compartió un vídeo en sus redes sociales que mostraba cómo decenas de fans del PSG habían bloqueado la autopista de circunvalación de París por el puro placer del vandalismo. Philippot recordó que el presidente Macron envía puntualmente a los antidisturbios para controlar manifestaciones pacíficas de los chalecos amarillos, de los ciudadanos que protestan contra la reforma de las pensiones y de los campesinos que se oponen a las regulaciones globalistas.
Macron decidió no hacer nada contra las acciones violentas de los hinchas lumpen del PSG, un club con el que mantiene una relación muy cercana, especialmente con su máximo directivo, el jeque Nasser Al-Khelaifi (como sabrán muchos lectores, los emiratos se están haciendo con los grandes clubes de fútbol europeos, sin prisa, pero sin pausa, otro signo de decadencia continental). El presidente de Francia llegó a reunirse varias veces con el jeque para pedirle que no dejará marchar a Kylian Mbappé, ya que le considera un símbolo nacional que le interesa en el plano político, el chico de la banlieue (periferia) que consigue alcanzar el nivel de estrella global, un cromo perfecto para vender su espejismo de «La Francia de las oportunidades». Los gobiernos de Macron siempre han vivido más pendientes de las metáforas mediáticas que de los problemas cotidianos de los franceses.
«Macron decidió no hacer nada contra las acciones violentas de los hinchas lumpen del PSG, un club con el que mantiene una relación muy cercana»
Quizá podamos situar el origen del problema que tratamos en los sonados disturbios de la banlieue de 2005. En la noche del 3 de noviembre de aquel año fueron quemados alrededor de quinientos coches. Las algaradas arrancaron en el barrio periférico de Clichy-sous-Bois, pero enseguida se extendieron a todo el país, alimentados por unas declaraciones incendiarias del ministro de Interior Nicolás Sarkozy, que llamó «escoria» a los participantes.
El prestigioso director de cine social Bertrand Tavernier explicó así la hipocresía de la derecha francesa: «Desde que empezó el jaleo, Sarkozy no hace más que proclamar la ‘tolerancia cero’. ¡Pero si los alcaldes de suburbios tan problemáticos como La Courneuve, Clichy o Montreuil llevan tres años protestando porque les quitan dotaciones policiales! O sea: la derecha dice que la prioridad es la seguridad, pero cada vez hay menos medios para garantizarla, porque hay menos patrullas y también menos comisarías», resumía en esos días.
Si hubiera dicho «centenas y centenas» en lugar de «manadas», hubieran encontrado cualquier otra excusa para lincharle
Sobre este asunto debemos recordar que el politólogo Jorge Verstrynge, auténtica Casandra de nuestra política nacional, fue crucificado al viralizarse una conferencia de 2019 donde explicaba en un ateneo republicano de Petrer (Alicante) que la vida nacional francesa había implosionado por culpa del multiculturalismo y las fronteras abiertas. «Demasiado Estado termina con el Estado, demasiado mercado termina con el mercado y demasiada inmigración termina con la inmigración», explicó a los asistentes que llenaban la sala. También hizo una profecía incómoda, que todavía sigue vigente: «Este es el nuevo mundo: reclama el retorno de las naciones, de las fronteras, de las soberanías…Se despierta en todas partes en Europa y hace que los globalistas sientan pánico. Tiemblan como ante un fantasma», anunció.
Más de un lustro después, seguimos sin escucharle. Su único pecado fue incurrir en la incorrección política de señalar que hoy cualquiera podía pasear por la Puerta del Norte parisina y comprobar como había «manadas y manadas de negros y ningún francés». Si hubiera dicho «centenas y centenas» en lugar de «manadas», hubieran encontrado cualquier otra excusa para lincharle.
«Hay que constatar que el culpable de los disturbios en París es un modelo cultural fallido, incapaz de integrar las oleadas de inmigrantes en la sociedad francesa»
Sin eludir nunca las responsabilidades individuales, hay que constatar que el culpable de estos fenómenos es un modelo multicultural fallido. En vez de integrar las oleadas de inmigrantes en la sociedad francesa, el sistema decidió aislarlos en barrios periféricos de las grandes ciudades, creando bolsas de desempleo y marginación. Cuando la primera generación de inmigrantes norteafricanos tiene hijos, estos se convierten en extraños para la cultura francesa y también para su país de origen, de Argelia, Marruecos o Camerún. Ese efecto de desarraigo se sobrecompensa muchas veces con pulsiones victimistas y tribales articuladas a través de hip-hop, el fútbol o el islamismo radical.
La progresía francesa, ahí tenemos el ejemplo del cineasta Romain Costa-Gavras, añade fuego a la gasolina glamurizando la destrucción con urbana en películas como Atenea (2022) o en exitosos videoclips para grupos musicales de moda. La resistencia a este nihilismo de banlieue podría haberse encontrado en esas primeras generaciones de migrantes que incluso votaban al Frente Nacional para demostrar su compromiso con los valores nacionales, pero, por desgracia, lo que ha cuajado es el islamo-izquierdismo que se reunió hace unos meses en la Plaza de la República para celebrar la muerte de Jean-Marie Le Pen al grito de «Marine, Marion, lapidación». ¿Está Francia en condiciones de detener el desastre o se encuentra la condenada a la implosión social?