Baila, Vini: blanqueo y victimización de un jugador negro

Vini

El documental de Netflix sobre la figura de Vinícius Júnior provoca mareos, cabreos y pésimas valoraciones en Filmaffinity. 

El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2,8), OT, la película (2,1), Pirañaconda (2,2), FBI: Frikis Buscan Incordiar (2,6)… Son algunas de las películas peor valoradas por los usuarios de la plataforma Filmaffinity. Pero Baila, Vini, el documental de Netflix sobre el futbolista Vinícius Júnior, ha ganado a todas por goleada.

Y es que, calibrados los votos de 3.500 usuarios, Baila, Vini tiene una nota media de 1,9 sobre 10. No es para menos. A lo largo de una hora y tres cuartos, el documental blanquea la historia del delantero desde su infancia humilde en Brasil hasta que el Real Madrid lo hizo millonario, dedicando gran parte del metraje a exagerar su condición de víctima.

Publirreportaje travestido de documental, Baila, Vini nos recuerda a Spiceworld, aquella película sobre las Spice Girls donde se convertía la turbia trayectoria del grupo británico en un cuento de hadas. Pero es que, encima, en Baila, Vini se tacha de «racista» a media España. No es raro que haya provocado encendidas reacciones. 

Los primeros en explotar fueron los hinchas del Valencia CF, equipo con el que Vinícius mantiene un largo historial de enfrentamientos, que en algún caso se han saldado con sanciones al club. En el documental, vemos cómo en el transcurso de un partido entre el Madrid y el Valencia, el jugador llora como una Magdalena al escuchar unos «insultos racistas».

El Valencia ha exigido una rectificación a Netflix por injusticia y falsedades, pues considera que, en unas imágenes del documental, subtitulan unos gritos de la afición che contra Vinícius como «¡Mono, mono!», cuando en realidad corean «¡Tonto, tonto!». Y aquí no acaba la cosa.

También la policía es tachada de «racista», por una intervención que realizaron en un vehículo en el que viajaba Vinícius. El conductor del coche, un amigo del futbolista, afirma en el documental que unos agentes los pararon sin venir a cuento, en su opinión porque vieron a «unos negros en un coche caro. Y para ellos los negros no pueden ir en coches caros».

El sindicato de policía Jupol ha explicado que es «rotundamente falso» que los agentes actúen movidos por criterios raciales, sino que atienden siempre a estrictos protocolos. Y la Unión Federal de la Policía publicó en X un mensaje para Vinícius: «Hoy nos llamas racistas ante millones de personas, pero somos la misma policía que protege los estadios en los que juegas».

Embarcado en una obsesiva cruzada antirracista, Vinícius ya ha enviado a la cárcel a hinchas de varios equipos por delitos de odio, y tiene pendiente un juicio contra cuatro miembros del Frente Atlético acusados de exhibir un muñeco que expresaba «menosprecio» hacia el color de su piel. La fiscalía pide cuatro años de cárcel para estos hinchas que vincula a la «extrema derecha».

Polémicas aparte, Baila, Vini no es más que un vehículo para el lucimiento de su protagonista, siempre altivo y sobreactuado. A ritmo de funk carioca, se suceden escenas como de videoclip que nos muestran a Vinícius haciendo filigranas con el balón o pavoneándose con su gorrita y sus joyas como una estrella de trap.

Las únicas declaraciones que recoge el documental proceden de miembros del Real Madrid, amigos o parientes que ensalzan y victimizan a Vini. Su madre, por ejemplo, llora a lágrima viva mientras lo ve haciendo pucheros en la tele. Según cuenta, cuando fue fichado por el Madrid por 45 millones de euros, su hijo cumplió un sueño, pero cayó en un infierno racista.

El documental obvia o minimiza los aspectos negativos de Vinícius, como sus sequías goleadoras o su lentitud a la hora de consolidarse en el Madrid; lo justifican alegando que antes sólo había jugado en el Flamengo y su estilo era demasiado callejero. Llora mucho, pero en cuanto marca algún gol su ego se dispara: «No me pagan para ser simpático, me pagan para jugar», sentencia.

Tampoco se ahonda en los problemas de Vini con futbolistas, árbitros y aficionados, ni en sus numerosas sanciones por empujar y golpear a otros jugadores. Y se dulcifica su manía de hacer muecas burlonas y bailoteos tras meter gol. Koke, capitán del Atlético de Madrid, le espetó en una tertulia que «si quieres bailar te vas al sambódromo en Brasil, aquí lo que tienes que hacer es respetar a tus compañeros y dejar de hacer el mono».

En ese momento, la afición madridista apoyó a Vinícius con el lema «Baila, Vini», mientras él repetía su mantra: «Racista, no voy a dejar de bailar». Este documental supone la penúltima venganza contra sus archienemigos, los racistas. En un momento del mismo, escuchamos la voz de un locutor que afirma que, si los españoles seguimos siendo tan racistas, existe el riesgo de que los jugadores negros dejen de fichar por clubes de aquí.

Parece poco probable que esto suceda. El número de jugadores negros en La Liga española empezó a dispararse en los años noventa, cuando se amplió el límite para fichar extranjeros. Desde entonces no ha dejado de crecer. Hoy, los equipos ibéricos están llenos de apellidos tan exóticos como Mbappé, Tchouaméni, Ezzalzouli, Camavinga o Sadiq. Y no es un fenómeno exclusivo de nuestro país. Sin ir más lejos, la selección francesa ganó el mundial de 2018 con un 83% de jugadores africanos.

Ya sé que eran otros tiempos, pero no hace tanto, en la década de los ochenta, los jugadores del Real Madrid se apellidaban todos Gordillo, Camacho, Butragueño, Santillana, Pardeza… Futbolistas recios, viriles, lacónicos, de lágrima difícil. Quizá no bailaran como el tal Vini, pero eran españoles de pura cepa. Más majos que las pesetas. 

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