Otra cumbre en la que se tratará de coartar el acceso a una energía asequible, y por tanto la prosperidad, a millones de personas y prevalecerá la hipocresía ecologista
Asistimos otra vez a otra cumbre mundial de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, más conocidas como COP. Este año se celebra en Bakú y, a primera vista, parece que sus objetivos y resultados serán mucho más grises que los del año pasado en Dubái. Sin embargo, esta edición tiene temas muy interesantes que merecen nuestra atención, como es la pretensión de establecer un comercio mundial de emisiones y un asunto tan crítico como la redefinición de los países contribuyentes a un fondo de compensación climática.
Al igual que en los años anteriores, esta cumbre nos ofrece ejemplos de cómo este evento se va consolidando como un espectáculo mundial de hipocresía; a los habituales jets privados desde medio mundo se le añade el hecho de que el máximo representante de Azerbaiyán, el país que hospeda la cumbre, fue cazado negociando millonarios acuerdos petrolíferos en secreto mientras el objetivo de la COP es precisamente eliminar los combustibles fósiles.
En la ceremonia de apertura de la cumbre, Simon Stiell, secretario general de la Convención Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, instó a las naciones a aumentar sus ambiciones en torno a la financiación climática y la reforma del sistema financiero: ‹‹la financiación climática no puede ser caridad, sino una necesidad imperiosa para todas las naciones, incluidas las más ricas y poderosas››. Todo un anticipo de hacia donde parece pretender dirigir los esfuerzos el cónclave mundial de supuestos expertos políticos que, apoyados por corporaciones transnacionales y bancos de inversión, están dispuestos a sacrificar el progreso real ante el altar del ecologismo radical.
Es evidente que la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses no les va a ser una ayuda precisamente. Estados Unidos, que con Joe Biden ha sido en las últimas ediciones uno de los mayores impulsores de las COP, ha dejado su lugar a China quien, aun siendo con mucha diferencia el mayor país contaminante del planeta, paradójicamente ha asumido un papel impulsor de estos acuerdos.
China se beneficia de un absurdo criterio establecido en 1992 por el que apenas 25 países del mundo son los obligados a reducir las emisiones y pagar por ellas mientras que otros con rentas muy elevadas y emisiones per cápita mucho mayores como Singapur, Catar, Emiratos Árabes, Israel o la propia China, están prácticamente exentos al estar considerados, según ese acuerdo de 1992, como ‹‹naciones en desarrollo››. El actual gobierno estadounidense, ya en salida y a la espera de Trump, pretende cambiar este concepto y obtener un acuerdo global y evitar, o al menos hacerle pagar un coste mayor, a Trump, que ya anunció su intención de abandonar todo foro que suponga una reducción de emisiones.
Lo que es indudable es que esta COP 29, como las anteriores, acabará en un fracaso. Podrá ser más o menos aceptado o reconocido, pero es la realidad a la vista de los precios de la energía en todo el mundo y las dificultades de acceso para los habitantes de los países más pobres. El intento por controlar las emisiones afectando al consumo y a la demanda de energía de millones de personas a nivel mundial, supone un encarecimiento continuo de los precios energéticos y ello se traduce en gran medida en impedir el acceso a la prosperidad y al bienestar a cientos de millones de personas.
El colmo del ridículo ha sido la asistencia a Bakú de un cobarde Pedro Sánchez que, huyendo del Parlamento español para no rendir cuentas de los trágicos eventos de Valencia, escondió su miserable actuación y la incompetencia de su gobierno afirmando compungidamente ‹‹el cambio climático mata››. De nuevo el dato mata al relato, pues la realidad es que nunca el ser humano ha estado más protegido y con más medios para poder hacer frente a tempestades o calamidades.
Muertes por desastres climáticos y evolución de la concentración de CO2 en la atmósfera
Como en los años anteriores el objetivo final del COP 29 es restringir el uso de combustibles fósiles intentando reducir tanto la oferta como la demanda. Esto implica numerosas restricciones que se traducen en un aumento de precios que afecta, sobre todo, a las naciones con una dependencia energética mayor y que las hacen mucho más dependientes del exterior en términos financieros y geoestratégicos.
Sigue siendo dolorosamente incomprensible que, ante las necesidades energéticas mundiales y de millones de personas dependientes de las mismas, no se opte por impulsar la única energía masiva y que no emite CO2 como es la nuclear y que, en su lugar, se ofrezcan absurdas soluciones como las energías solares, eólica o el propio hidrógeno que, no sólo no van a solucionar problema energético alguno, sino que lo van a agravar con una carestía prolongada y unos costes de inversión que serán sufragados en su gran mayoría por deuda pública y los impuestos de los contribuyentes.
Al final, ninguna COP, ni las anteriores ni esta, van a poder ser una solución porque sus erróneas premisas y sus planteamientos son contrarios al progreso y a la prosperidad asociados a la energía y que, además, son intrínsecos a la naturaleza humana. Las prioridades del planeta deben ser la salida de la pobreza, la eliminación de la miseria, la mejora de la educación y la alimentación y para ello es imprescindible que la energía sea más accesible y universal. Eso, hoy por hoy, implica el uso de combustibles fósiles que son los más baratos, accesibles y adecuados. Como lo demuestra la historia, todos los países hoy desarrollados, sin excepción alguna, han alanzado un nivel de prosperidad usando el carbón, el petróleo y el gas.
El hecho de que Trump haya manifestado su intención de retirar a Estados Unidos del Tratado de París debería implicar que se tuviera que replantear a nivel mundial la utilidad de esos circos globales que sólo sirven de escaparate a algunos decadentes políticos que buscan un aplauso fácil con la excusa del clima y para hacer negocios, como lo demuestra el máximo representante de Azerbaiyán. Y es que no es aceptable que una clase política sin escrúpulos arruine a los sectores productivos y a las finanzas de sus países para poder aparentar una preocupación por el clima mientras vuelan en Falcon a un concierto.
El verdadero reto está en poder facilitar mucha más energía al planeta, no menos; y hacerlo de una forma mucho más barata, no incrementando los precios. Cuestiones como la reducción de emisiones de CO2 por su impacto en la calidad del aire (que no en el clima), la dependencia de los combustibles fósiles o sus precios son importantes; pero deben estar supeditadas a garantizar un suministro energético masivo y seguro a nivel mundial.
Es justo lo contrario de lo que está promoviendo el COP con su idea de la neutralidad de emisiones de carbono. Esa es la posición de Naciones Unidas, la Agenda 2030 y tantos gobiernos como el que padecemos en España; unas recetas de precariedad y escasez que se apoyan además en inversiones públicas millonarias que sólo ofrecen un horizonte de control político, intervención estatal, mayor presión fiscal y el consecuente empobrecimiento generalizado de toda la población.
Por mucho que se empeñen, sólo se podrá afrontar un futuro que ofrezca más prosperidad a toda la humanidad con un mayor uso de energía y que éste sea más asequible y económico. Para ello es imprescindible abandonar la senda actual y rechazar la máxima de la neutralidad de CO2 o la de priorizar la huella de carbono sobre el precio de la energía.
Para ello se ha de apoyar la única fuente energética capaz de producir masivamente energía limpia masiva que es la nuclear, fomentar la innovación y garantizar la libertad para particulares y empresas para poder elegir entre energías y tecnologías de generación.
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