De la batalla cultural a la guerra espiritual

De la batalla cultural a la guerra espiritual

A nivel histórico es muy probable que las Olimpíadas de este año hayan marcado un hito del que pocos tomaron nota.

El Nuevo Orden Mundial (NOM) hizo su primera aparición planetaria declarando el fin del legado de Cristo, la subversión radical de Occidente y, con ella, la destrucción del camino que conduce a la casa del Padre. Es a partir de la escenificación de La Última Cena protagonizada por una depravación delirante, la perfidia sin pudor y un Dionisio que nada tiene que ver con la tragedia griega, sino más bien con la decisión de imponernos un tipo de vida desquiciado, que el globalismo le declaró la guerra espiritual a lo que queda de nuestra civilización. De la batalla cultural a la guerra espiritual.

El simbolismo de la inauguración de los juegos en que participan todos los países del mundo y el avance de la Agenda 2030 (2045), son de una coherencia prístina. No necesitaban a los cuatro jinetes del apocalipsis, bastó con aquel que llega acompañado por Hades para revelarnos el plan. Y es que es Hades quien, en definitiva, gobierna a los jinetes que galopan en los corceles de la catástrofe bajo cuatro aspectos: la guerra, el hambre, la peste y todas las demás formas de ataque a la vida. Ellos tienen la ‹‹autoridad sobre la cuarta parte de la Tierra, para matar con espada, hambre y peste, y por medio de las bestias de la Tierra›› (Apocalipsis 6:8).

 Vamos uno por uno. El gobierno mundial denunciado por el presidente Javier Milei en su casa matriz, la ONU, encarna el primer jinete, Zelo. Su objetivo es ponerse la corona de la conquista de todas las naciones para oprimirlas hasta su total destrucción. El segundo jinete, Ares, cuyo fin es desatar la guerra, se está imponiendo en Occidente con una legislación global que promueve todo tipo de enemistades, odios y desconfianzas no solo entre los pueblos, con la promoción de la inmigración ilegal y la esclavización de los ciudadanos que deben financiar los derechos sociales de los apátridas. Además, se ha legislado para provocar la guerra entre hombres y mujeres, padres e hijos, minorías y mayorías, tensionando los vínculos al punto que, podemos afirmar, en muchos países las condiciones están dadas para que explote una guerra civil en cualquier momento.

En términos de los globalistas y su Agenda 2030 hablamos de los Objetivos de Desarrollo Social (ODS) que están a la base de la legislación en comento y promueven la igualdad, la inclusión, la inmigración, la ideología de género y el empoderamiento de las mujeres y niñas.

Al tercer jinete, Limos, dios del hambre, lo hemos visto arrasar la agricultura de Europa, liquidar su industria y promover el desmantelamiento del capitalismo. La obsesión neomalthusiana de las élites globalistas por reducir la población los ha llevado a concluir que matarnos de hambre es una buena idea. Pero no son tan perversos como para hacerlo de una sola vez, siempre podremos sobrevivir comiendo insectos o esos tumores repugnantes etiquetados bajo la rúbrica de ‹‹carne artificial››. Usted me dirá que estoy equivocada porque en el ODS 1 dice que quieren ‹‹poner fin a la pobreza›› y en el ODS2 hablan de ‹‹hambre cero››.

Lo que sucede es que, como el marxismo invierte los términos, a sus inquisidores se les tuerce la mente y por eso son imbatibles en el engaño, la estafa y la mentira. ¿O es que acaso ya se olvidó que uno de los mayores asesinos de la historia, Vladimir Lenin, prometió pan, paz y tierra al pueblo ruso? No existe ninguna excepción en la historia del marxismo; todos sus adalides terminan por destruir la Creación y ello no debiera de extrañarnos, puesto que odian a Dios, son intrínsicamente anticristianos.  

La sabiduría popular nos dice que ‹‹la historia se repite, solo cambian los actores››. El problema es que no hemos aprendido la lección. Cuando un marxista nos dice que ama a la humanidad, producto de que su mente está torcida, debemos entender lo opuesto. La misma Agenda 2030 es prueba de ello dado que, mientras declara querer terminar con el hambre y la pobreza, impone una legislación cuyo único resultado posible es el aumento radical de ambos flagelos. Pero al ser humano le gusta engañarse; ese intento por huir de la realidad ha sido, qué duda cabe, uno de los pilares del éxito del mal.

Finalmente, el cuarto jinete, Moro, hizo su aparición junto a un invisible y triunfante Hades en el primer país del mundo en incluir el derecho al aborto en su Constitución. Moro, también conocido como la peste, nos habla del destino que las élites globalistas han diseñado para la humanidad y es peor que la muerte: para las generaciones presentes, la enfermedad (¿Covid?) y un tipo de vida, el de la superfluidad y para las futuras no haber nacido.

¿Cuál es la esencia de la superfluidad?  El corte de los vínculos que nos permiten afirmar la vida. Nos referimos a Dios, el planeta, la especie, la tradición, la nación, la sociedad, la familia, nuestro cuerpo y conciencia. Ninguno de esos vínculos sobrevive a la aplicación de la Agenda 2030, su ideología ecocéntrica y la ideología de género. Este es el tema sobre el que trata mi libro El progresismo y la cultura de la muerte, claves para entender el proyecto ideológico y político de la Nueva Izquierda, recientemente publicado en Chile.

En esta columna podemos adelantar una definición del tipo de vida que nos están imponiendo desde los organismos internacionales y la gobernanza global. Es Hannah Arendt quien nos explica que mientras ‹‹estar desarraigado significa no tener en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás; ser superfluo significa no pertenecer en absoluto al mundo››. Los efectos de una existencia en la superfluidad se observan en dos dimensiones. A nivel individual estamos frente a personas incapaces de afirmar la vida. El ser humano no subsiste sin los vínculos mencionados puesto que ellos le dan sentido a su existencia y son la raíz que lo vincula a la realidad y al mundo en que habita.

La segunda es la dimensión política. En ella observamos el establecimiento de condiciones que facilitan a los cuatro jinetes cumplir con su misión, cual es, recordemos, exterminar a la cuarta parte de la Tierra (aunque a estas alturas sospechamos que el proyecto globalista aspira a bastante más). Al respecto en su obra Los orígenes del Totalitarismo, Arendt reflexiona que ‹‹sólo en la última fase de un proceso más bien largo queda amenazado su derecho [el de las personas] a la vida; solo si son perfectamente “superfluos”, si no hay nadie que los “reclame”, pueden hallarse sus vidas en peligro››.

No cabe duda de que, en ese futuro sin destino, si alguien lograra sobrevivir al plan de los ingenieros sociales globalistas y siendo todavía lo suficientemente humano como para no haber perdido la facultad interrogativa se preguntará qué nos pasó. Le bastaría con ver las escenas de la inauguración de los juegos olímpicos y conocer los textos del Apocalipsis para encontrar la respuesta: hemos sido víctimas de una guerra espiritual y nunca nos dimos cuenta. ¿La razón? Porque expulsamos a Dios de nuestras vidas. Esta y no otra es la gran tragedia de nuestros tiempos.

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