El blanqueo occidental del yihadista Al Golani

Mohamed al Jolani

Que terroristas de todo pelaje han mutado para acabar siendo considerados actores aceptables en sistemas tanto no democráticos como democráticos es un hecho que lamentablemente encontramos por doquier, pero que un líder terrorista yihadista salafista, es decir, un representante de lo peor que el método del terrorismo ha engendrado a lo largo de su corta historia –pues el terrorismo como método nació a mediados del siglo XIX–, era difícil de prever, pero ya se ha consumado. El actual presidente de Siria, Abu Mohamed al-Jolani, terrorista yihadista de origen saudí, se hizo con el poder cuando su grupo Hayat Tahrir al-Sham tomó Damasco el pasado 8 de diciembre en una rápida ofensiva que hizo huir a Bashar al-Ásad y desmoronarse su régimen.

Aunque difícil de creer, y aún más de aceptar por cualquier persona decente, estamos ante un hecho consumado. El blanqueo exprés de su figura ha llegado demasiado lejos y en demasiado poco tiempo, y para entenderlo –que no aceptarlo– hay que evocar tanto la siempre resbaladiza región de Oriente Medio como el telón de fondo definido por la competición geopolítica entre grandes potencias.

La primera de las claves es la evolución del grupo liderado por Al-Jolani desde hace más de una década. Empezó siendo Jabhat (o Frente) Fatah al-Islam, uno de los grupos yihadistas que combatían al régimen de Bashar al-Ássad en el contexto de las revueltas árabes, siendo las más tardías las iniciadas en Siria el 25 de marzo de 2011. En 2012 pasó a ser la antena de Al Qaida en Siria como Jabhat Al-Nusra. Y de la misma se desgajaría en 2013 el Estado Islámico (EI) bajo el liderazgo de Abu Bakr al-Baghdadi, también conocido como Califa Ibrahim, desde que en el verano de 2014 declarara en la ciudad iraquí de Mosul el embrión califal.

Fueron tanto el surgimiento en majestad de un EI tan ambicioso y letal desafiando a Al Qaida, por un lado, como complejas estrategias islamistas auspiciadas por Turquía por otro, los dos factores que abrieron una gran ventana de oportunidad a Al-Jolani para ir escalando posiciones en el yihadismo. Al-Jolani maniobró perfectamente en tal contexto de confusión y en 2017, año en el que las autoridades iraquíes daban precipitadamente por derrotado al EI en su suelo y dos años antes de que el Gobierno de Damasco declarara en 2019 la derrota del EI en Siria, ya se erigía en emir de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la amalgama de grupos yihadistas en la que se ha apoyado para tomar el poder el pasado 8 de diciembre.

HTS había surgido en 2017 de la fusión de cuatro grupos yihadistas salafistas particularmente activos en la guerra civil y que tenían bajo su control la región de Idlib, un hervidero yihadista que aprovechaba el santuario creado por Turquía en dicha región noroccidental siria. Esos cuatro grupos o sus restos –el Frente Ansar Al-Din, Liwa al-Haqq, Jaysh al-Sunna y el movimiento Nour al-Din al-Zenki– constituyen la columna vertebral del conglomerado HTS que Al-Jolani utiliza desde hace ya seis meses para gestionar Siria y asegurarse su blanqueo.

Que Al-Jolani hace concesiones es evidente en gestos, declaraciones, y actitud siempre prudente en múltiples reuniones. En el tiempo transcurrido y con, como mínimo, la permisividad de aparatos de seguridad estatal recién creados y la emergencia de una inflación de actores nuevos, pero siempre de matriz yihadista y de pomposos nombres –como la brigada Sultán Suleiman Shah o la división Al Hamza– dichos actores han participado en la matanza de cientos de alauitas, entre marzo y abril y en la región occidental del país, y cometido otros múltiples actos de violencia en otras latitudes de Siria. Y en la región de Idlib, y siempre bajo la protección de Turquía, los instrumentos de Gobierno de Salvación allí creado para desafiar al Estado baasista perduran dando apoyo a la proyección del poder de Al-Jolani en el resto de Siria.

Cuenta Al-Jolani como principal valedor con Turquía, seguido a cortísima distancia por Arabia Saudí, tiene la aceptación tácita, pero condicionada, de Israel y va recibiendo de forma lenta, pero segura, sucesivas aproximaciones constructivas de países occidentales que van siendo seducidos por interlocutores musulmanes y árabes como los citados. Cabe recordarse el incómodo acto de puesta de largo de Al-Jolani ante el presidente Donald J. Trump, en Riad y en presencia del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, pero también la recepción en el Elíseo por el presidente Emmanuel Macron.

Para Israel su prioridad en términos defensivos son la República Islámica de Irán y los proxis más o menos debilitados de esta, y aunque en Damasco no gobierna ya el que fuera proxy principal de Irán, el régimen baasista, Israel ha desplegado fuerzas en territorio sirio, sigue destruyendo los sistemas de armas y las infraestructuras militares más desafiantes del país árabe y vigila de cerca la consolidación en el poder de Al-Jolani. Y para los EE. UU. vigilar las posibles derivas del nuevo presidente, en relación no solo con Israel sino también con dimensiones importantes como son los reductos yihadistas del EI y el papel de los actores kurdos en suelo sirio, será también una prioridad.

Para ambos Estados, así como para otros países occidentales, la prudencia se impone, pero no solo ya que la subida al poder de un personaje como Al-Jolani y lo que ello representa es en buena medida una derrota de los valores que decimos defender y, además, ofrece una peligrosa imagen de debilidad a los yihadistas.

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