Ya no nos dejan ni disfrutar tranquilamente del verano. En vez de las intrascendentes noticias estivales, estas vacaciones se han visto marcadas por las noticias que llegaban desde Cataluña, de todo género, aunque con especial protagonismo de un género tan castizo como es el esperpento, reivindicado ahora con orgullo por los separatistas.
Algunos podrán pensar que lo que está ocurriendo en Cataluña es un desastre, el hundimiento de aquel supuesto «Estado de Derecho» en el que nos explicaban que vivíamos. No les falta razón, pero siguiendo la estela de esos vendehúmos que en toda catástrofe ven una oportunidad, creo que se pueden extraer diversas conclusiones positivas de los sucesos que vienen marcando la vida política catalana. Y si positivo les parece un calificativo excesivo, dejémoslo en clarificador.
Empezando por el sainete del paseíllo por Barcelona de Puigdemont. A estas alturas no hace falta explicar que aquel espectáculo, en el que se anuncia día, hora y lugar de una intervención pública sin que nadie detenga al protagonista, fue una obra de teatro en la que, como en las peleas de lucha libre, todo estaba perfectamente pactado. Asistimos a una coreografía. Puigdemont no se les escapó, ni se fugó, ni nada por el estilo, sino que se le dejó marchar tal y como había sido acordado en el pacto PSOE-ERC-Junts.
Humillante, ridículo, impropio de un país serio… Sí, pero también muy clarificador.
Ahora nadie puede dudar de que Puigdemont, Pedro Sánchez, Salvador Illa… Son cómplices en un juego en el que se reparten papeles pero donde todo está pactado y del que se benefician todos sin excepción. Tampoco se puede dudar de que ese pacto entre socialistas y separatistas incluye saltarse la ley e incumplir las normas más elementales de un Estado de Derecho. Ni nadie podrá dudar ya de que los Mossos d’Esquadra son una policía política a las órdenes de la Generalitat, no del código penal y mucho menos de los jueces (evidentemente no estamos hablando aquí de tantísimos mossos de a pie, sino de sus mandos, elegidos para los cargos que ostentan por su sumisión al poder político). Algo que no es nuevo, lo vimos ya durante el golpe de estado de 2017, pero que ahora queda en evidencia sin posible réplica. Por cierto, no viene mal recordar que fue Aznar quien permitió que la Guardia Civil fuera desplazada por los Mossos en su acuerdo con Pujol para acceder al poder en 1996. Lo de entregar Cataluña a los nacionalistas a cambio de acceder o mantenerse en la Moncloa viene de lejos.
Pero más allá del show circense de Puigdemont, tenemos un acuerdo entre el PSC/PSOE y ERC que ha hecho presidente de la Generalitat a Salvador Illa. Un acuerdo que, sin haber sido votado por nadie, altera sustancialmente el régimen en que vivimos. Un pacto que asume el relato nacionalista, empezando por la cantinela del expolio y del déficit fiscal que, cuando se analiza con rigor, mengua y mengua sin cesar (sin ir más lejos fue un socialista como Borrell, ahora callado y disfrutando de la poltrona que le ha suministrado el Partido, quien lo hizo añicos hace unos años). Y siguiendo (sin ánimo de ser exhaustivos) por:
- el cuarteamiento fiscal de España,
- la legitimación de un futuro referéndum de secesión (disimulado como «resolución del conflicto político», «vehicular institucional y jurídicamente el reconocimiento nacional de Cataluña» o «decidir democráticamente el futuro político del país»),
- la creación y financiación (esto no es como la ELA, para estas cuestiones no hay problemas de presupuesto) de organismos y estructuras para impulsar los planes del nacionalismo,
- la vulneración de los derechos lingüísticos pasando por encima de las sentencias judiciales que protegen el uso del español en las aulas (sólo el catalán será «lengua común y de progreso» y para imponerla en todos los ámbitos se dota un mínimo de 200 millones de euros al año),
- la actuación diplomática de la Generalitat, con la creación de un «Cuerpo de Acción Exterior» con funcionarios desplegados por todo el mundo al margen del gobierno de España y presencia directa en las organizaciones internacionales,
- selecciones deportivas catalanas en competiciones internacionales,
- traspaso de la gestión de los aeropuertos catalanes y
- crecimiento de los Mossos hasta alcanzar la cifra de 22.000 en 2030.
Todo un programa de lo que los separatistas llaman «crear estructuras de Estado» hasta el extremo de que, efectivamente, algunos separatistas se están incluso planteando aparcar la secesión: ¿para qué la querríamos si podemos tenerlo todo y además la fiesta la paga el conjunto de los españoles?
Nuevamente, más de uno se llevará las manos a la cabeza. Y no le faltará razón. Pero seamos positivos y veamos qué es lo que queda claro.
Está claro que los separatistas siguen en su empeño y que ni la amnistía ni las cesiones les han hecho rebajar un ápice sus exigencias, al contrario, se saben fuertes ante un Estado débil que Pedro Sánchez no deja de socavar a diario. Y está aún más claro que el PSC/PSOE no es la alternativa al separatismo, sino su aliado necesario. Nada nuevo; se le escapó hace unos años a Joan Tardà (ERC): “la misión del PSC/PSOE es normalizar el independentismo”. Las masas de votantes catalanes con orígenes en otros lugares de España nunca habrían comprado el discurso supremacista del nacionalismo catalán; la función del PSC/PSOE ha sido siempre captar esos votos y ponerlos al servicio del proyecto nacionalista, dentro del que se reservaban una jugosa porción del pastel que estaba en juego. ¿No ha sido la Diputación controlada por el PSC/PSOE la que, por ejemplo, desde hace años paga un generoso sueldo a la esposa de Puigdemont por un programa de televisión sin audiencia? ¿No son del PSC/PSOE algunos de los alcaldes que vulneran impunemente la ley y se niegan a que ondee la bandera de España en sus ayuntamientos? ¿No es la alcaldesa socialista de Granollers, Alba Barnusell Ortuño, la que acaba de incluir en las actividades de la fiesta mayor un «taller de técnicas aplicadas de guerrilla urbana para una estrategia subversiva» orientado a los niños que el día de mañana harán arder Barcelona como ya lo hicieron los CDR cuando los separatistas decidieron que era el momento de abrir la espita de la violencia?
El panorama es ciertamente grave y es reflejo de unos políticos que no aceptan ningún límite para mantenerse en el poder, ni el legal ni aún menos el moral. Pero al menos su juego ha quedado de manifiesto a la luz del día. Ya sabíamos qué pretenden los separatistas (hay que reconocerles que en esto no engañan), pero ahora quien quiera seguir engañándose sobre cuáles son los planes y cuál es la función del PSC/PSOE ya no podrá justificarse alegando ignorancia o buena fe.
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