Jurado Nº 2: arqueología de la moral

Jurado Nº 2: arqueología de la moral

Clint Eastwood estrena un thriller que defiende la institución familiar y desmonta el relativismo posmoderno.

¿Qué tienen en común John Ford, Ronald Reagan, King Vidor, Cecil B. DeMille, Gary Cooper, John Wayne y Walt Disney? Todos formaron parte de la MPAPAI (Motion Picture Alliance for the Preservation of American Ideals), una asociación conservadora fundada en 1944 para proteger el cine de Hollywood frente a la influencia comunista. Porque, como afirmó la escritora Ayn Rand, «el propósito de los comunistas en Hollywood no es producir películas políticas que defiendan el comunismo, sino corromper las premisas morales del cine no político».  

En realidad, la MPAPAI se limitaba a defender los valores tradicionales del american way of life, muy especialmente la libertad de expresión. Sin embargo, fue acusada de «fascista» por sus detractores, que socavaron sus cimientos hasta que, en 1975, se disolvió. Muchos creyeron que una asociación de este tipo ya no hacía falta. Se equivocaron.  

Medio siglo después, Hollywood ha sido tomado por el wokismo, hijo cultureta del comunismo. Recordemos que la cultura woke tiene su raíz en el Black Lives Matter, un movimiento que estalló en 2014, en pleno mandato de Obama. Desde entonces, la mayor parte de las películas que se producen en Hollywood contiene propaganda progre. En su reciente ensayo Hollywoke: Cómo Hollywood vendió su alma al cine buenista, el crítico Christian Toto lo denuncia así: «La cultura woke y sus políticas de identidad han supuesto una gravísima pérdida de libertad para nuestro cine». 

“Elegir entre la justicia ciega y la salvación personal”

Por suerte, todavía queda un pequeño grupo de actores y cineastas que se mantienen impermeables a la ola de corrección política que sufre el séptimo arte: Mel Gibson, John Voight, Richard Dreyfuss, Paul Schrader, James Woods, Rob Schneider, Dennis Quaid… y, por supuesto, Clint Eastwood, republicano de pro y miembro de la Asociación Nacional del Rifle que, a sus 94 años y apoyado en un sobrio guión del debutante Jonathan Abrams, acaba de estrenar Jurado Nº 2, un thriller judicial ajeno a las modas ideológicas imperantes. 

Eastwood dirige con pulso sutil, pero pone las cartas sobre la mesa desde el principio. Vemos a un matrimonio joven y tradicional, formado por una mujer embarazada (Zoey Deutch) y un periodista exalcohólico (Nicholas Hoult) que, aún tocados por un traumático aborto, enfilan una segunda oportunidad para formar una familia. Un proyecto que se ve amenazado cuando él es citado para incorporarse al jurado de un caso en el que se arriesga a acabar como acusado. Y aquí nace el gran dilema moral: elegir entre la justicia ciega y la salvación personal.   

La trama es utilizada por Eastwood para diseccionar el microcosmos judicial y sus complejos vericuetos. «La justicia es la verdad en acción», teoriza la fiscal (Toni Collette); pero la práctica no es tan sencilla. Cuando no hay pruebas suficientes de un delito, el jurado se divide. Quizá no sea casual que la película transcurra en Georgia, el indeciso estado que en su día le dio la victoria a Biden y ahora ha encumbrado a Trump. 

“Lo bueno es bueno y lo malo es malo”

Agarrándose a los indicios, los dudosos fuerzan su razonamiento en función de sus propios prejuicios y, hoy por hoy, un varón blanco, viril y heterosexual es un culpable en potencia. «El 32% de los crímenes son violencia de género», afirma la fiscal. El sesgo de confirmación es muy peligroso cuando las pruebas concluyentes escasean y eres lo bastante pobre como para tener que conformarte con un abogado de oficio, quien, según denuncia Eastwood, trabaja diez veces más que un fiscal. Aun así, en un bar cercano a los juzgados, fiscal y abogado brindan «por el sistema judicial, que no es perfecto, pero es el que tenemos». 

En su plasmación de los asfixiantes dilemas de un jurado, Jurado Nº2 es prima hermana de Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), aunque ahora sean seis hombres y seis mujeres, con la consiguiente cuota de afroamericanos. Eastwood refleja la diversidad, pero no oculta sus trampas. Cuando llega la hora de juzgar, los que han padecido injusticias no suelen ser los más ecuánimes: «Que le den», dice uno de ellos con un rencor casi genético. «Pero la gente cambia», objeta el exalcohólico pensando en su propia redención.   

Entre el Hitchcock de Falso culpable y el Dostoievski de Crimen y castigo, Eastwood da la espalda al relativismo y lleva a cabo una auténtica arqueología de la moral: nos pongamos como nos pongamos, lo bueno es bueno y lo malo es malo. Y esta es quizá la mayor virtud de este largometraje, resucitar la ética tradicional en una cultura que ha subvertido todos los valores. 

Hacer a Hollywood grande otra vez

Los personajes de Jurado Nº2 rezan ante la tumba de una víctima, lloran ante una estatua de la diosa Justicia o meditan sobre el gran lema de los Estados Unidos: «In God we trust». Dado que el sistema y los individuos son imperfectos, no es fácil conseguir justicia en este mundo. Pero, hasta que llegue Juicio Final, tenemos que apañarnos como podamos. Por eso confiamos en Eastwood: porque su cine es justo y porque —aunque sólo sea durante dos horas— es capaz de hacer a Hollywood grande otra vez.   

Puede leer al final de esta publicación el informe completo o descargarlo en el siguiente enlace.

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