Las proféticas protestas en Ferraz

No han sido tan masivas como el 15-M, pero olieron antes que nadie la corrupción del sanchismo y el sometimiento policial a los intereses del Gobierno, además de cambiar a la derecha y acercarla al pueblo
Ferraz

La sede nacional del Partido Socialista Obrero Español está en el barrio de Argüelles, uno de los más caros de la capital de España. En octubre de 2023, arrancaron una serie de protestas contra la concesión de la amnistía a los impulsores del Procés catalán —la ruptura de España, hablando en plata—, que poco a poco fueron creciendo hasta desembocar en un movimiento social, pequeño, pero sólido, conocido como Noviembre Nacional. Casi dos años después, las protestas siguen vivas y revestidas de una nueva credibilidad: las revelaciones sobre la intensa corrupción del PSOE de Pedro Sánchez han dejado fuera de juego a muchos periodistas militantes del progresismo y a esa considerable parte de los españoles que en principio menospreciaba estas manifestaciones por considerarlas histriónicas, estériles y demasiado alejadas del centro político.

Hay protestas importantes por su número: recordemos las históricas de 1997 contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que cambiaron el país a mejor, pero erraron al escoger como símbolo las manos blancas en vez de la bandera española, como ha explicado el profesor José María Marco, con su afilado análisis habitual. Otras nunca han tenido grandes números, como las de Ferraz, pero triunfaron al intuir que las artimañas totalitarias del PSOE comenzaban a desbordar todos los cauces y que era urgente denunciarlas, acudieran tres personas a su sede o apareciesen tres mil.

De hecho, Noviembre Nacional arrancó como un movimiento en toda España y alguna de sus protestas más emocionantes fueron las menos numerosas, grupos de entre dos y veinte personas reunidas frente a la sede del PSOE de su pueblito o ciudad, dejando claro que la degradación nacional había pasado a otra pantalla, mucho más grave. No fue un movimiento político ni estratégico, sino sobre todo de dignidad nacional.

Las protestas de Ferraz también son importantes por las rupturas que provocan en la derecha española: esta es más diversa que nunca gracias a que hoy «el sujeto revolucionario o contestatario está integrado por cayetanos que van a ‘putodefender España’, por líderes políticos que acaban siendo gaseados por la Policía Nacional, por trabajadores, por exmilitantes del ‘partido de la traición’ (el PSOE), por jóvenes y ancianos, por hombres y mujeres, por politizados y apolíticos, por el lumpen y por las emperifolladas señoras del barrio de Salamanca, entre otros colectivos», explica un texto clave firmado por Norberto Lanzas. 

«Es la primera vez en nuestra historia reciente en que las fuerzas vivas osan impugnar el credo ‘liberalio’. La derecha española ha dado un giro de 180 grados y está en las calles gritando contra el Rey, la Constitución, la Monarquía, el laicismo afrancesado, la Policía e incluso contra la Unión Europea. Y, claro está, todos estos elementos son los que constituían los cerrojos que durante más de 40 años han protegido el corazón del sistema demoliberal», añadía Lanzas. Ya se han hecho clásicos lemas patrióticos de la actual juventud española como «La Constitución destruye la nación», «Los Borbones a los tiburones», «Esas lecheras a la frontera», «España cristiana y no musulmana» y «Felipe, masón, defiende tu nación».

Las últimas protestas frente a la sede socialista dieron muchos chistes y memes, uno de ellos demoledor: vemos un grupo de tres viñetas que muestra a Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior sanchista, ordenando por teléfono a la policía que no cargue contra manifestaciones separatistas en Cataluña, ni tampoco contra los borrokas antiespañoles del País Vasco, pero que proclama «gaséalos» cuando le preguntan por quienes ondean rojigualdas en Ferraz.

Es el retrato de un gobierno europeísta (supranacional) y autonomista (plurinacional), pero tremendamente incómodo con el patriotismo español, que se supone que es el que deben defender. En las protestas del anterior fin de semana, se dieron escenas grotescas, como las del policía que dispara balas de goma contra un manifestante a dos metros, cuando la distancia legal mínima autorizada para hacerlo son cincuenta. Saben que todo vale y que nadie en el gobierno va a pedirles muchas cuentas por los abusos.

También es importante la demonización aplicada por los medios. El servil Xabier Fortes, director del telediario nocturno del Canal 24 horas TVE, se quejaba hace unos días de que un par de manifestantes habían interrumpido e increpado a un periodista de TVE que retransmitía desde Ferraz. En realidad, es lo mínimo, después del trato recibido por el actual régimen.

Desde el primer día, Fortes y sus contertulios dedicaron todas sus energías a desacreditar las protestas: al principio ignorando que no solo se daban en Madrid, luego con largos planos de las pocas banderas franquistas presentes y siempre con peroratas unánimes tratando a los manifestantes de violentos cuando la inmensa mayoría de las acciones fueron pacíficas o defensivas. El anecdótico elemento disruptivo fueron unos pocos miembros de Núcleo Nacional encapuchados y con actitud testosterónica, un ingrediente minoritario e inevitable en cualquier manifestación de este tamaño.

Hoy resulta sonrojante releer el manifiesto «No serán estos quienes nos dobleguen», publicado por el PSOE en noviembre de 2023 contra las protestas de Ferraz. «Hoy tenemos enfrente a un viejo enemigo que llevaba décadas disfrazado dentro del Partido Popular y que ahora, se muestra sin ninguna vergüenza con toda su crudeza. La ultraderecha española, nostálgica del franquismo y alumna aventajada de los predicamentos que llegan de personajes como Trump o Bolsonaro, ha decidido recorrer el camino de la violencia callejera para lograr sus objetivos políticos», denunciaban. Y más madera: «Son un partido fundado por exministros de Franco, por lo que a estas alturas pocas sorpresas compañeros. Su negativa a realizar una condena sin paliativos de la violencia que sufrimos también descubre su verdadero talante democrático. Lo pagarán en las urnas, como siempre les ha pasado», vaticinaban.  

Dieciocho meses después, queda claro que estaban equivocados en todo: las protestas contra la corrupción eran proféticas, el Partido Popular no tuvo absolutamente nada que ver en ellas —aparte de intentar desactivarlas— y el temor a la democracia es ahora patrimonio del PSOE, atrincherado con sus socios separatistas en el búnker de Moncloa. Ahora viven aterrados ante la posibilidad de convocatoria de elecciones generales porque el pueblo ya no compra sus mentiras antiespañolas.

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