Los años nuevos: una historia de amor tóxico

Los años nuevos: una historia de amor tóxico

Rodrigo Sorogoyen retrata la deriva sentimental de la generación podemita en una serie que fascina e irrita a partes iguales.

No nos representan. PSOE y PP la misma mierda es. No tenemos pan para tanto chorizo. Juventud sin futuro. Son algunos lemas del 15-M, movimiento que estalló en 2011 como reacción a la Gran Recesión española. Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) participó en aquella revuelta, pero no fue la política sino el cine lo que le dio futuro: película a película, se convirtió en uno de los directores más prestigiosos de España. Entre sus trabajos más notables, la polémica serie policíaca Antidisturbios, el premiado thriller rural As bestas, o ese descarnado neo noir que con gran tino tituló Que Dios nos perdone.

Nieto de Antonio del Amo, cineasta que durante la guerra civil hizo documentales para el bando republicano, Sorogoyen siempre ha tenido un perfil progresista, pero crítico con el bipartidismo: no en vano es autor de El reino, la película más audaz sobre la corrupción política en España, y no duda en afirmar que «el PSOE ha hecho las cosas fatal». Pero también la esperanza puesta en Podemos, partido emanado del 15-M, se truncó cuando Pablo Iglesias se hizo escudero de Pedro Sánchez y se compró un casoplón. Poco después, Sorogoyen declaraba que «el capitalismo ha ganado la batalla».

«Los años nuevos representan a un nicho muy concreto de la juventud española: la progresía pospodemita»

Amén del desencanto político, Sorogoyen acabó en tratamiento psicológico tras una ruptura amorosa. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de Los años nuevos: una serie que cuenta la historia de una tormentosa relación sexoafectiva a través de diez nocheviejas, una por capítulo, entre 2015 y 2025: la desdichada historia de Ana y Óscar, camarera y médico, treintañeros y residentes en Madrid. 

Es preciso ver Los años nuevos con mirada de entomólogo: como los insectos, Óscar y Ana dan grima, pero no puedes dejar de observarlos con fascinación. Interpretados por Iria del Río y Franceso Carril —dos actores poco conocidos, cosa que aumenta el realismo de la serie—, representan a un nicho muy concreto de la juventud española: la progresía pospodemita que pulula por Malasaña, La Latina o Lavapiés. 

«El feminismo, impulsado por las élites, muestran una mujer empoderada y un varón feminizado, con relaciones donde la única tregua es la cama»

Sorogoyen nos muestra un Madrid feo y gris, cuyas calles sirven como escenario a un par de seres vacíos que vagan sin Dios ni patria ni rey. A falta de cosmovisión, se agarran a sucedáneos como el sexo, la droga y la música indie; no en vano, el cantautor Nacho Vegas, que en su día fue candidato en las primarias de Podemos, interpreta el tema central de la serie. 

Los años nuevos nos muestra cómo en el mundo moderno la pareja ya no es un refugio. El auge del feminismo, que las élites impulsaron ya hace décadas por motivos económicos, se ha consumado con la decadencia del macho, convertido en lo que el Fary llamaba «un hombre blandengue». Con la mujer «emponderada» y el varón feminizado, las relaciones son guerras sin cuartel cuya única tregua es la cama.  

«La ideología que muestran los protagonistas es mediocre, rehén del ambiente en el que se mueven»

En las explícitas escenas eróticas de Los años nuevos vemos coitos, besos negros y vibradores que reflejan la venérea mediocridad de la sexualidad contemporánea. Hijos del porno, Óscar y Ana no utilizan el sexo para procrear, pero tampoco para trascender. Su cópula es un acto compulsivo y egótico que los sitúa al nivel de las bestias. 

En el plano estético, la parejita milita en el normcore, tendencia que nació en 2014 y consiste en vestir de forma estudiadamente anodina. También su ideología es normcore, mediocre, rehén del ambiente en el que se mueven. Óscar no quiere ser «facha», pero tampoco parecerse a su padre, un poetastro progre que interpreta el no menos progre escritor Benjamín Prado. Y Ana no sabe ni lo que quiere, pero «al menos no gobierna la ultraderecha», como se deduce de esta conversación con su madre: 

—Tenías un amigo, que erais uña y carne. —dice la madre. 

—¡Hostia, Diego Cebrián! O sea, ¿te puedes creer que el otro día lo vi en Facebook y colgaba como cosas de Vox? —apunta Ana poniendo cara de asco.

—¡Qué horror!

—Ya…

En la serie hay, por si fuera poco, un puñado de discusiones de pareja que demuestran el escaso respeto que se tienen Óscar y Ana. Antiguamente, los matrimonios se trataban de usted. Aquí se tratan como basura. Y lo comprobamos en la vulgar y monumental bronca que la pareja tiene en un taxi, tras una noche de cuernos, drogas y discotecas: 

—¿Cómo? ¿Perdona? O sea, ¿qué coño haces mirándome el móvil?

—¡Pues porque quiero entender qué coño está pasando!

—¡Que no está pasando nada!

—¿Te lo estás follando?

—Óscar, para, ¿eh? Para.

—Es que prefiero que me lo digas.

—Hostia. Estás fatal.

—¿Me quieres contestar?

—¿Qué quieres?

—¡Saberlo!

—¿Qué si me lo he follado? ¡No! ¡No! Pero si no estuviera contigo lo hubiera hecho, sí, ¿qué pasa?

«Sorogoyen nos muestra un Madrid feo y gris, cuyas calles sirven como escenario a un par de seres vacíos que vagan sin Dios ni patria ni rey»

Los años nuevos es, pues, un festival de tiras y aflojas, subidones y bajones, reproches y vehemencias. Una historia de amor tóxico donde los amantes se juntan, se pelean, se separan, se vuelven a juntar, se vuelven a pelear, se vuelven a separar y así ad nauseam. En uno de sus reencuentros, Ana le pregunta a Óscar: «¿Cómo has estado todo este tiempo?». Y él contesta algo que resume toda la serie: «Bien, mal… Bien… La vida».  

En fin, que Ana y Óscar son como los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él. Pero la mirada de Sorogoyen es misericordiosa: a pesar de sus miserias, ama a esas criaturas, las compadece y, de alguna manera, las redime. Haría falta un dios salvaje para condenarlas.   

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