Macrofestivales de música: los parques temáticos del globalismo

Macrofestivales de música: los parques temáticos del globalismo

España se ha convertido en el paraíso de este formato musical, cada vez más mediocre y masificado

Hemos sacralizado cualquier cosa que huela a cultura hasta extremos delirantes. Mientras todas las cadenas de televisión emiten crudos reportajes sobre los problemas del turismo masivo, muy pocas voces (casi ninguna) se cuestionan las lógicas de los macrofestivales de música, reyes indiscutibles de los meses de verano. En realidad, son dos fenómenos casi inseparables, hasta el punto de que la mayoría de «festis» dependen de las conserjerías de turismo en vez de responder ante las de cultura. Demasiadas de estas citas están pensadas para el público extranjero, aunque hagan todo lo posible para ocultarlo, ya que las subvenciones las pagan administraciones españolas. Aunque parezcan una versión XXL de las ferias de toda la vida, son justo lo contrario: un caballo de Troya del globalismo tan degradante como los centros de ciudades anegados por la marea turística.

En la primera década de los dosmiles, lo que más miedo daba a la organización del Festival internacional de Benicàssim era que cuajase el chiste (basado en hechos reales) de que las siglas FIB significaban, en realidad, Festival de Ingleses Borrachos. Este chascarrillo lo temían con razón: un paseo por las carpas a las cuatro de la mañana revelaba que el modelo no era tan distinto del que manejan Magaluf y Lloret de Mar. El éxito era traer veinteañeros en avión, dejar que se enchuzaran entre música moderna anglosajona -con más prestigio que sustancia- y vender el resultado como un gran avance cuando solo era un gran negocio. En el plano cultural, después de casi tres décadas funcionando, en la localidad levantina que lo acoge no han florecido los grupos de música, ni tampoco las salas ni los sellos discográficos. En vez de crear vínculos culturales con el territorio, lo que se crea es una performance efímera donde Benicàssim se convierte en algo parecido a Brighton durante una semana.  

Existen pocas dudas de que los macrofestivales son manifestaciones del globalismo: la mayoría llevan nombres en inglés, casi todos son propiedad de fondos de inversión extranjeros y cualquier joven reconoce sus códigos culturales homogéneos. El ambiente del Primavera Sound en Barcelona tiene más que ver con la burbuja hípster de Williambsburg (Nueva York) que con el vecino barrio barcelonés de La Mina. No son oasis de diversidad, sino espacios de homogeneización. De hecho, Williamsburg es la zona preferida para vivir de los hijos de los brokers de Wall Street interesados en medrar en las industrias creativas. La mayoría de las estrellas de los grandes festivales son artistas extranjeros, que cobran entre medio millón de euros y un millón si son cabezas de cartel (alguno hasta cobra dos). Los artistas españoles suelen servir de relleno, con retribuciones y condiciones de miseria. La degradación es constante: este año fue noticia un festival de música electrónica de Ibiza, el Global Festival, que ofrece a jóvenes DJs un lugar en el cartel a cambio de pagar cinco mil euros.

Resulta casi imposible que un macrofestival escape a las lógicas culturales depredadoras. El mejor ejemplo es el Viña Rock, que presume de rojo y antisistema, pero reproduce todas las estrategias extractivas de la competencia. En 2019 se denunció que este festival (que se celebra en Villarrobledo, Albacete) ofrecía condiciones de «trabajo basura»: seis euros la hora, carencia de pluses de nocturnidad y violación del límite de diez horas y media por jornada, ya que se llegaban habitualmente hasta las catorce o quince. La organización no proporcionaba comida a sus trabajadores, sino que prometía menús a precios populares, que en realidad eran «siete euros por un kebab o una caja de arroz». Diversos trabajadores señalaban en redes sociales la paradoja de estar limpiando basura o sirviendo copas a un público que corea «El vals del obrero» (Ska-P) mientras están siendo violados sus derechos laborales.

Los otros festivales funcionan de manera similar en el maltrato a su personal de infantería. El Primavera Sound incluso trae a sus camareros de un pueblo de Portugal para asegurarse de que no tienen conocidos de Barcelona a los que invitar en las barras. El caso mejor documentado de funcionamiento predatorio de los macrofestivales es el de la empresa vasca Last Tour International. Consiste en una mezcla de captación masiva de subvenciones, acogerse al formato AIE (Asociación de Interés Especial) para bajar la tributación y salarios de miseria para los trabajadores en la base de la pirámide. Hablamos de 3,5 a 5 euros la hora, que han llegado a repartirse a los trabajadores en fila desde una furgoneta aparcada en el estadio de San Mamés. La complicidad entre la empresa y el PNV es tal que el jefe de la misma ha aparecido en vídeos electorales del alcalde de Bilbao. El periódico El Salto ha documentado bien la trastienda de la empresa, así como el ensayo Su festak (Susa, 2023), del sociólogo guipuzcoano Jon Urzelai.

 Bajo mi punto de vista, quien mejor lo ha explicado las disfunciones del modelo festivales español es el periodista Nando Cruz, autor el exitoso ensayo Macrofestivales: el agujero negro de la música (Península, 2023). «Los macrofestivales son insostenibles por definición. No existe el macrofestival sostenible desde el momento en que el 75% de la huella de carbono de un macrofestival la genera el público desplazándose. Cualquier modelo de negocio basado en el desplazamiento de miles de personas (congresos, ferias, festivales, grandes eventos deportivos y, en general, el turismo) es medioambientalmente insostenible. Dicho esto, hay dinámicas que los hacen aún más insostenibles. (…) Impidiendo que un artista ofrezca cinco actuaciones en España durante el verano, obligas al público a desplazarse en masa a un solo punto. Para reducir el impacto de los desplazamientos de tanta gente, la única solución es que los grupos viajen más y el público, menos. Por otro lado, permitir que se celebren macrofestivales en lugares a los que es imposible llegar en transporte público y donde ni siquiera hay agua potable ni suministro eléctrico acentúa las complicaciones», denuncia.

 ¿Se nos ha ido de las manos la moda del festivaleo? ¿Por culpa de quién? «Muchos ayuntamientos están haciendo el canelo sometiéndose a las amenazas de los festivales. Creen que servir a la ciudadanía se reduce a atender a los intereses de gremios hoteleros y hosteleros. Ojalá empiecen a pedir estudios de impacto cultural, social y medioambiental en vez de creer a ciegas los estudios de impacto económico», explica Cruz. «No tiene sentido seguir inyectando dinero público a un modelo de ocio musical masificador y tan hostil con el entorno. Es pan para hoy y hambre para mañana. Se ha descubierto que la música en vivo puede atraer visitantes y generar dinero y se están entregando partidas gigantescas de los presupuestos que se consumen en tres días; lo que dura el festival. La única solución razonable que veo es darle la vuelta a esas políticas culturales que solo tienen ojos para unos macroeventos que enriquecen básicamente al sector servicios y empobrecen el sector cultural. Si todos los millones de euros entregados al circuito festivalero se hubiesen invertido en fortalecer un tejido musical de proximidad y activo todo el año, tal vez hoy los músicos se ganarían mejor la vida y el público vería la música en vivo como algo cercano y cotidiano; no solo, como una fiesta para un fin de semana de verano», lamenta.

Lo peor de todo es que España, antes de los años ochenta, ya tenía un modelo de musical popular que funcionaba a las mil maravillas. Me refiero a la accesible red de salas y teatros, públicos y privados, donde los artistas podían montar sus giras. Hoy muchos prefieren coger el megacheque del festival y tocar una sola vez en lugar que en doce. También funcionaba bien un sistema de ferias, verbenas y fiestas populares repartido por todo nuestro territorio, que debería reforzarse en vez de subordinarse a los macrofestivales. El presunto progreso no siempre nos ayuda a avanzar.

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