De la milla de más a mimetizarse en el ambiente

Si la nación funciona en lo que funciona es por personas que cumplen con su deber y lo exceden. Porque queda sentido de comunidad, como vimos tras las inundaciones de Valencia.
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El deterioro de lo público en nuestra nación es evidente. Autopistas llenas de socavones que no se reparan, dificultades y retrasos en las citas médicas, mejor no tener pleitos (ni aunque los ganes al cabo de años), trenes con continuos retrasos y estaciones desbordadas, una educación de la que a menudo salen completos analfabetos: la lista sería interminable. Hace casi dos meses, además, sufrimos en España un apagón total de varias horas, algo insólito que debería mostrarnos ya palmariamente que el agua lleva hirviendo hace tiempo con nosotros dentro, aunque muchas ranas en la olla no se quieran dar cuenta. 

Esta degradación, además, tiene un fuerte efecto de contagio en ámbitos diversos, porque tras el cansancio se genera desilusión y desconfianza y se acaba a menudo con un sálvese quien pueda. Y sí, así sucede. 

Sin embargo, en esta deriva hay algo que impide todavía, no sé por cuánto tiempo, el colapso. Se trata, entre otras circunstancias diferentes, de esa milla de más, esa milla extra, que muchas personas andan pese a no tener ninguna obligación, en el sentido estricto, de hacerlo. 

Si la nación funciona en lo que funciona es fundamentalmente por personas concretas que no es que cumplan con su deber, que lo cumplen, es que algunas se exceden en él. Porque algo de sentido de comunidad queda, una resistencia palpable, un tejido de hilos a veces sueltos, independientes, otras más organizados, una reacción que nos conecta. Hay varios ejemplos y muchos son recientes. 

El «sistema» sanitario te da cita para una prueba dentro de año y medio. Tus análisis previos han mostrado algo raro, se supone que estás en la edad y en los grupos de riesgo. Pero, ay, la cita en cuestión te la da el «sistema»… para otoño de 2026. Entonces no el paciente (que puede ser, precisamente, paciente, o está acostumbrado, desgraciadamente, a que le toreen), sino una funcionaria (que ni siquiera es tu médico ni tu enfermera) remueve Roma con Santiago para que aquella prueba no se demore por mucho que el «sistema» dé esa cita para dentro de año y medio.

Y gracias a esa prueba, que se hace a tiempo porque esa funcionaria no aceptó lo que asignaba el «sistema», y llamó insistentemente hasta que consiguió un hueco, aquello puede solucionarse sin pasar a mayores. Es la milla más de una persona que atiende el teléfono y que no te conoce, pero que la anduvo y a la que conviene agradecérselo. 

Lo hemos visto también y con creces en las inundaciones de Valencia. Y a pesar de que las fotos oficiales de las más altas instancias del Estado son con esas grandes ONG que, precisamente, ni estaban ni hicieron nada -una soberana vergüenza-, los que sí estuvieron desde el primer momento, y siguen estando meses después, son ciudadanos individuales, grupos de amigos, empresas concretas, movimientos como Revuelta, gente que anduvo y anda la milla de más porque siente -sabe- que si lo público no responde alguien debe hacerlo. Y se lo tomaron y toman personalmente como algo suyo el andar esa milla de más o las que fueran, en el caso de Valencia muchas, muchísimas millas extras. 

Sí, hay personas incivilizadas que dejan muebles o electrodomésticos ya inservibles en la vía pública o en un descampado que nadie atiende pudiendo llevar la basura porque tienen coche y el punto limpio está, además, a dos minutos de su casa. Pero hay otras que podan ellos mismos zonas cercanas a viviendas (arriesgándose a una multa, por cierto, tela, si te pillan te multan) porque el ayuntamiento en cuestión ni está ni se le espera y la maleza de estos últimos días ha crecido de tal manera que puede acabar siendo un riesgo en cuanto amarillee; es una milla quizás pequeña, insignificante, pero que beneficia a un barrio entero desatendido. 

Andar la milla de más supone a menudo, no nos engañemos, ser criticado, ser objeto de la desconfianza, del «uy, no te metas en esto», del «esto no te corresponde a ti», cuando no de la simple y llana envidia del que no se atreve a andar esa milla, le da pereza hacerlo o hasta tiene miedo. Porque andar la milla de más puede implicar algunos riesgos e incomodidades evidentes, cuando no medidas disciplinarias como ha demostrado el reciente caso del pediatra vasco Jesús Sánchez Etxaniz al atender a una niña terminal en su casa y fuera del horario oficial, y que por saltarse el manualito en cuestión, el protocolo o lo que fuera, fue precisamente amonestado. 

Y sí, a veces, es evidente, no es ya andar la milla de más, excederse en lo que te corresponde: cumplir simplemente con tu deber supone a menudo poner en peligro la paz laboral, el ambiente con los compañeros o con los jefes. Y son relativamente frecuentes los casos al respecto. La línea entre el deber y la milla de más no está tan clara para los que no siguen un Excel sino su conciencia y, en su caso, su vocación. 

Hay profesores que pasan cien pueblos de lo que puedan decir director, inspectores y padres y mantienen contra viento y marea la necesidad de dar una clase e impartir contenidos concretos, no pamemas. Y actúan, por eso, en consecuencia, zafándose de estupideces como buenamente pueden. Es cierto que algunos están cercanos a la jubilación y quizá por eso pueden andar esa milla extra, tienen ya poco que perder, pero también es posible que haya quienes tienen un sentido diferente de lo que es realmente su trabajo y sean como auténticos profetas del Antiguo Testamento: caen de pena, son condenados al ostracismo y a cosas peores, pero ahí están, y, gracias a ellos, algunos todavía aprenden. 

Pero junto a esa milla de más o el simple deber podemos observar también lo siguiente. Fulanito acaba de obtener plaza y entusiasmado se pone a trabajar feliz de sacar tarea adelante en tal juzgado, en ese hospital, rellene Vd. el lugar como quiera. Pero no lo hará por mucho tiempo, se verá tragado por el «sistema». Porque puede suceder que los propios compañeros, o incluso sus jefes, le llamen la atención rápidamente: «eh, tú, tómatelo con calma, no hace falta ir a ese ritmo que tú tienes»… Se trata de ese ambiente de dejadez y de despreocupación, ese efecto contagio de la decadencia al prestar un servicio público.

Y es así, desgraciadamente, como se acaban convocando nuevas plazas: no porque hagan falta realmente, sino porque una parte del sector público vive de que quienes están en él trabajen lo menos posible y que quien entre «tenga» que mimetizarse y hacer lo menos que pueda si no quiere tener problemas. Y así el círculo vicioso crece. 

La milla de más, el simple deber, puede suponer pasar por ser el incómodo, el antipático, hasta el tonto, ser, por ejemplo, el único padre que no te deja tener un teléfono a los X años, o ese vecino que aparenta padecer un TOC recogiendo papeles por el suelo o los restos del botellón que los chavales del barrio (muy ecologistas todos, naturalmente) han dejado desperdigados por el suelo teniendo papeleras vacías a dos metros. Evidentemente no hay milla de más que pueda solucionar un socavón en la A6 ni cumplimiento del deber personal que pueda contrarrestar un sistema corrupto, pero por algo se empieza. 

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