Si la vida te da mandarinas…

¡Una serie de Netflix que defiende la familia tradicional! Actores solventes, una historia emotiva y una fotografía deslumbrante son los pilares de este k-drama en el que no hay ni gota de wokismo.
Mandarinas

—Mira, ¿es hombre o mujer? —dice la anciana mirando de reojo a una persona trans de dudosa sexualidad.

—Hay gente así. Hombres que quieren ser mujeres —contesta su hijo.

—¿Por qué querrían eso? Cada uno es del sexo que es. ¡Por Dios, que espanto! 

Aunque parezca mentira, este diálogo pertenece a una serie de Netflix, concretamente a la segunda temporada de la producción surcoreana El juego del calamar (2024). Y es que, en lo que respecta a las series surcoreanas, Netflix se encuentra entre la espada y la pared: las quiere porque tienen éxito, pero sabe que son inasequibles a la ideología woke que caracteriza a esta plataforma de streaming.

Hay que tener en cuenta que, desde 2022, Corea del Sur está gobernada por el Partido del Poder Popular, una formación conservadora que defiende los valores familiares y el patriotismo, y cuyos miembros se oponen al feminismo, al aborto y al lobby LGTBI. Además, el cristianismo está en auge y ya es la religión más profesada por los coreanos, incluso por encima del budismo. Es por ello que, a la hora de filmar la realidad social de su país, los surcoreanos no se andan con wokadas.

Y la última prueba de esto es Si la vida te da mandarinas…, serie de 16 episodios que podríamos meter en el saco de los k-drama, producciones de alta calidad rodadas en Corea del Sur con tramas de alto voltaje emocional. Creado por el joven actor y director Kim Won-seok, Si la vida te da mandarinas… fusiona dramas y comedias en un adictivo cóctel basado en hechos reales. Pero, más que una serie que tira de trucos para enganchar al espectador, hablamos de una obra poética y pausada que refleja la belleza de lo cotidiano.

Si la vida te da mandarinas… arranca en los años 1950 en un pueblecito de pescadores. Allí vive Ae Sun (interpretada por la actriz IU), una niña que siente pasión por la poesía, pero debido a la situación económica de su familia no puede estudiar: hija de una joven viuda, trabaja buceando sin escafandra para capturar mariscos, como es tradición en la isla.  

La vida de Ae Sun cambia cuando conoce a Gwan Sik (interpretado por Park Bo Gum), un chico noble y trabajador perteneciente a una casta de pescadores. Los jóvenes se enamoran y, con el tiempo, se casan y forman su propia familia. Cuando se hacen adultos, los esposos son encarnados por Moon So Ri y Park Jae Hoon, que se lucen matizando la evolución de los personajes mediante gestos, movimientos, expresiones y tonos de voz.

La serie está rodada en Jeju, una bellísima isla situada en el Estrecho de Corea que ha servido de escenario a infinidad de películas y k-dramas. Gracias a una extraordinaria fotografía, la isla se convierte en un personaje más, que brilla por el esplendor de sus playas, bosques y montañas, pero también por unos habitantes que viven a la antigua usanza.

La serie nos muestra cómo los protagonistas lidian con las decepciones y los contratiempos sin perder la esperanza, haciendo gala de una cosmovisión cuajada de lealtad, gratitud y espíritu de lucha. La trama fluctúa entre pasado y presente, y tiene como telón de fondo la historia de Corea del Sur desde 1950 hasta 2025, pasando por la crisis financiera de 1997 y otros momentos clave de la nación.

Utilizando la metáfora de las estaciones, la trama se divide en cuatro tiempos y, más que de amor apasionado, nos habla de la persistencia del compromiso matrimonial en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… Y también de cómo cada generación afronta sus propios retos para allanar el camino de la que viene detrás.

Tras acompañarlos durante toda una vida, el espectador no puede evitar emocionarse con la recta final de la serie: por un lado, la familia Yang disfruta al fin de sus esfuerzos; por otro, deben encajar una dura pérdida. Pero las heridas siempre acaban cicatrizando y, como dice la propia Ae-sun, «así como la nieve cubre la tierra, el tiempo cubre la tristeza».

Con unas puntuaciones sobresalientes en plataformas como Filmaffinity o iMDB, Si la vida te da mandarinas… ya es por derecho propio uno de los k-dramas del año. No en vano, la serie tiene ocho nominaciones a los premios Baeksang Arts, los Globos de Oro surcoreanos. Y es que estamos ante una golosina audiovisual que deja un regusto agridulce y refrescante como el de una mandarina.

En una época en la que las élites intentan degradar la institución familiar, series como esta nos ayudan a valorar los sacrificios de nuestros padres y asumir las obligaciones para con nuestros hijos. Y, por encima de todo, suponen una celebración de la familia como último refugio contra los escollos de la modernidad.

Por eso, en la banda sonora de Si la vida te da mandarinas… no habría desentonado aquella canción de los Payasos de la Tele que decía así: «No hay nada más lindo que la familia unida, atados por los lazos del amor, sentir palpitar la misma sangre, sentir que es uno solo el corazón».

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