Usted sí sabe (algo), desconfíe de los «expertos»

expertos

Hoy coexisten “expertos” que creen tenerlo todo bajo control mediante mil procedimientos frente al saber hacer transmitido por la tradición, cada vez más denostado.

De un tiempo a esta parte esa confianza que el hombre corriente tenía en sí mismo, en sus posibilidades de hacer algo llamémoslo bien, con unos resultados sencillamente aceptables, esa sensatez que compartían el padre o la madre de familia junto al profesor, o incluso el empresario, o hasta el labriego, se ha esfumado. 

Es cierto que esa confianza razonada − razonable y, por lo tanto, también limitada− que se tenía en uno mismo estaba también relacionada, casi de modo fundamental, en confiar sobre todo en alguien más grande: quienes te precedieron −la tradición, tus antepasados−… y quien nos sostiene a todos, la Divina Providencia. 

«Hoy coexiste esa ingenua autosuficiencia contemporánea de quien cree tenerlo todo bajo control con haber arrebatado al hombre común de aquel saber hacer que se había decantado durante generaciones»

No es de extrañar, por lo tanto, que hoy coexista esa ingenua autosuficiencia contemporánea de quien cree tenerlo todo bajo control mediante mil procedimientos, lo cuantitativo, el último recetario, en definitiva, el cumpli-miento (tan anglo, tan, perdón, protestante), con haber arrebatado al hombre común, ya sea en su labor privada o en su desempeño profesional, de aquel saber hacer que se había decantado durante generaciones, rectificando, por supuesto, de tanto en tanto y abriéndose a algunas novedades. Una confianza asentada en la idea de que uno sabía algo, que podía también aprender con la práctica, que, en su caso (padres, profesores) tenían también algo que se llama gracia de estado, y que, en definitiva, no todo estaba en las propias manos. Qué sencillo resulta hoy esto y qué lejano. 

Porque, además, esa doble confianza se acompañaba antaño de una, ahí sí, cierta y sabia desconfianza: la constatación de que existían charlatanes en todas partes que no merecían más crédito, por poner un ejemplo, que la propia madre, que un empresario experimentado, que un buen profesor o que un agricultor que conocía el campo como su mano. O que la llana y propia experiencia, que los propios ojos, por difundida que fuera en su caso la novedad de que se tratase, hoy baby led weaning, sostenibilidad, la última moda pedagógica, rellene Vd., con lo que quiera, es igual. 

«Tan fastidiosa es esa carga, que a menudo nos hace perder precisamente el foco en lo realmente importante en cada caso: tener y sacar niños adelante y educarlos»

Actualmente la consigna mayoritaria que permea en múltiples ámbitos es, precisamente, ese Vd. no sabe seguido del imperative confíe en… el Estado, la administración, los burócratas nacionales o internacionales, los expertos, los consultores, una retahíla larguísima, interminable y pesadísima de nuevas normas, procedimientos, mil detalles.  

Tan fastidiosa es esa carga, que se hace a menudo insoportable y nos hace perder precisamente el foco en lo realmente importante en cada caso: tener y sacar niños adelante, educarlos, enseñar a estos, a los jóvenes y a los adultos, desarrollar productos y servicios de calidad aceptable y a precios razonables, etc. Porque todo esto, todo, hoy está rodeado de una gran parafernalia que si sirve realmente para algo es para dar de comer a los «versados» que la promueven.  No es difícil ver que se trata fundamentalmente de crear un aparato público cada vez más elefantiásico, así como un cada vez más amplio círculo de expertos del más variado pelaje…

«A la paternidad y maternidad, que implican ya de por sí una gran dedicación, se le han añadido una retahíla de procedimientos adicionales a cada cual más insólito y pesado»

Mientras, el común de los mortales −padre, madre, profesor, empresario o agricultor− se pierde en una retahíla de procedimientos y detalles que le quitan tiempo (nuestro más valioso recurso)  −y en su caso dinero− para hacer bien lo que es realmente su trabajo.

Empecemos por lo más cercano, lo más importante. La paternidad y la maternidad se ven hoy rodeadas de un conjunto de «innovadoras» demandas que ríase Vd. de la antigua ley mosaica. A ver, no voy a decir que casi desde el Doctor Spock la tontería parece haberse instalado o que no haya puntuales «progresos», pero sólo hace falta echar un vistazo a algunos padres y madres actuales para ver que siguen a pies juntillas modas que les cargan de deberes insólitos en tiempo y recursos, y en muchos casos les hacen, además, consumir (naturalmente) sin tasa productos y «servicios profesionales».  A la paternidad y la maternidad, que implican ya de por sí una gran dedicación, se le han añadido una retahíla de procedimientos adicionales a cada cual más insólito y pesado. 

«La idea ya generalizada de que no vale la pena emprender en España tiene mucho que ver con esa pesadísima carga que se coloca a las espaldas de cualquiera que quiera hacer algo»

En vez de mirar a quien ha criado hijos (tu abuela, tu madre) con resultados simplemente aceptables −Dios no nos pide la excelencia entendida a lo humano−, de acoger en su caso puntuales novedades (con sentido común y sin que la palabra del último «experto» valga automáticamente más que la de miles de años de experiencia humana), la maternidad y la paternidad para algunos parece convertirse así en un proyecto de perfección metodológica propia y ajena absolutamente agotador y a menudo disuasorio para propios y extraños. No es raro que, como observaba Chesterton ya a principios del siglo pasado, hoy se trate de muchos adultos contemplando «al niño», porque es un solo niño, claro. 

De igual modo, gran parte de la llamada y cacareada sostenibilidad no se asienta en, precisamente, una sensata consideración de los recursos y su gestión y cuidado, sino en una visión del producir, más bien del hacer humano −sea sector primario, industrial o servicios− como algo perverso que debe estar rodeado de una retahíla de normas, reglamentos, rendición de cuentas, etc., que ni los propios consultores entienden en muchos casos. Las cifras de cierres de explotaciones agrícolas o ganaderas, el desierto industrial español, la idea ya generalizada de que no vale la pena emprender en España tiene mucho que ver con esa pesadísima carga que se coloca a las espaldas de cualquiera que quiera hacer algo. 

«En el caso de los profesores, no se trata ya de enseñar, sino de rellenar papeles y servir al imponente aparato del Estado»

En el caso de los profesores, sean de colegio o universidad, es impresionante la maquinaria burocrática que rodea hoy a la enseñanza a cualquier nivel. No se trata ya de enseñar, sino de rellenar papeles y de servir −sí, de servir− al imponente aparato del Estado, al de las consejerías de educación correspondientes y, también, a unos tremendos caraduras que venden (y viven) del «asesoramiento», a menudo con nula o muy escasa experiencia en el aula, y ante los cuales tanto sector público como privado muestran una pleitesía tronchante y, para muchos de nosotros, absolutamente desconcertante. 

Usted sí sabe, repítalo conmigo. 

Vd. sabe algo, lo ha aprendido observando a otros, también porque hay algo que se llama intuición materna o paterna, prueba y error en cada caso, también ese ojo clínico que se da en tantas profesiones. 

Vd., claro, no lo sabe todo. Y no pasa nada. Puede aprender con la práctica y de la mano de quienes sí saben y hacen, no de quienes sólo se dedican a hacer papeles. 

Vd. es posible que sepa, además, lo más importante: que va a hacer lo que buenamente pueda y sepa como padre, como madre, como profesor o como agricultor o empresario, pero que no todo está en sus manos en ninguno de esos casos. Y no porque Vd. sea creyente (puede serlo o no), es que no es un idiota más contemporáneo y no cree en el último manualito ni en el control de la vida, que es más rica que un checklist, un excell o el último mantra. 

No permita que unos charlatanes dominen su vida familiar o profesional. 

Rebélese. 

Ríase de ellos. 

Haga lo que buenamente sabe y puede. Y aprenda, tal y como la humanidad ha venido haciendo, de su propia experiencia, de la de sus antepasados y de los escasos sensatos actuales, que no cargan en los hombros de los demás pesos que ellos no están dispuestos a llevar.

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