De Lemóniz a Andorra. Tecnología vs ideología

En 1984 el PSOE paralizó definitivamente el proyecto de la central nuclear de Lemóniz. Este es el ejemplo de unas políticas en las que el peso de lo ideológico supera al tecnológico.
Lemóniz

El 30 de enero de 2025, la artista bilbaína Ixone Sadaba, directora y cofundadora de la organización Moving Artists International, fue entrevistada en el programa Hoy empieza todo, de Radio 3. La charla versó sobre su exposición fotográfica, Escala 1:1., acogida en la Sala de Exposiciones Azkuna Zentroa-Alhóndiga de Bilbao entre el 6 de febrero y el 27 de abril de ese mismo año.

En la web dedicada a la muestra, aparecían estas frases: «El acceso al entorno de la central sigue cerrado al escrutinio público. Sin embargo, la vegetación crece con fuerza en el recinto. Nada ha podido detener su expansión en un lugar cuya historia sigue marcada por la violencia y las luchas civiles». Sadaba, que caracterizó a Lemóniz como una «brecha», no mencionó a ETA, aunque sí pronunció la palabra «fascismo». Los periodistas tampoco aludieron a la banda terrorista. Su propuesta para las ruinas consistió en su transformación en un centro sobre el Antropoceno. Sadaba, que milita en un colectivo que lucha «por la justicia social», al tiempo que cuestiona «las políticas culturales impuestas por Estados coercitivos o represivos», y que, en todo momento, habla de «conflicto», para referirse a lo ocurrido en Lemóniz, se enfrentaría, de este modo, a lo que denomina «violencia medioambiental».

Para entender qué hay tras ese «conflicto», hemos de remontarnos a la década de los 50, cuando la debilidad energética de España determinó la puesta en marcha de una serie de proyectos con los que se trató de atender la creciente demanda del auge industrial concentrado en determinadas regiones. En este contexto, en 1951 se creó la Junta de Energía Nuclear. Cuatro después, en la España a la que no había llegado el Plan Marshall, recaló el proyecto norteamericano, Átomos para la Paz, que trataba de transmitir las bondades de la energía nuclear, todavía asociada al mundo bélico.

Las ferias de muestras de Valencia y Barcelona fueron los escaparates elegidos. Las exposiciones estuvieron acompañadas por documentales como El átomo y la agricultura, El átomo y la ciencia biológica o El átomo y la medicina. Más allá de los recintos expositivos, España y EE. UU. establecieron una serie de acuerdos que allanaron el camino para la construcción de centrales nucleares.

La central de Lemóniz comenzó a construirse en 1972 como parte de un proyecto nacional que contemplaba la construcción de una veintena de instalaciones nucleares. En las Vascongadas, a la de Lemóniz debían acompañarle las centrales de Deba y Ispáster, que no llegaron a iniciarse. En principio, tanto ETA como el PCE, acaso evocando el viejo lema, «sóviets y electricidad», se mostraron favorables a la energía nuclear, pese a que las condiciones medioambientales de la región, fuertemente industrializada, habían desatado protestas como la de Erandio en octubre de 1969, en la que la intervención policial dejó dos muertos: Antón Fernández y Josu Murueta.

Pronto, todo cambió. Inserta dentro de una visión apocalíptica, la central comenzó a verse como una amenaza para el pueblo vasco. Una amenaza española que, en el límite, desencadenaría un genocidio nuclear. Para colmo, al frente del proyecto, impulsado por Iberduero, se situaban plutócratas, enemigos del pueblo vasco trabajador. Algunos de ellos, afincados en Neguri.

Lemóniz dividió también a los partidos nacionalistas. El PNV, siempre calculador, no mostró su apoyo a la central hasta 1981. Tomada esa decisión, el partido de las Leyes Viejas trató de llegar a un acuerdo con el Gobierno de España para crear una sociedad pública, dominada por el Gobierno vasco, para gestionar Lemóniz. El plan, que no llegó a cuajar, trocearía la soberanía energética nacional. Mientras tanto, diversas plataformas sociales, finalmente cooptadas por ETA, comenzaron a organizar actos de protesta presididos por el lema, Nuklearra? Ez, eskerrik asko (¿Nucleares? No, gracias), al que acompañaba a un sol sonriente cuyos colores, amarillo y rojo, fueron cuestionados por motivos obvios.

Lemóniz dividió el complejo espectro político vasco. Mientras, el PCE-EPK, el PSE-PSOE, EE y HB pedían la paralización de las obras. La alianza electoral que unió en el País Vasco a AP y a UCD para las elecciones generales de 1982, consideraba «prioritaria» la finalización de las obras de la central.

Para entonces, varias personas habían perdido la vida. El 3 de junio de 1977 ETA hizo explotar una bomba en los comedores de la central, sin causar víctimas. Días después, la banda secuestró a Ignacio Astiz, delegado de Industria y Energía en Navarra, al que acusó de ser el «gestor de los intereses de la política industrial de UCD en Navarra». El 17 de marzo de 1978, otra bomba etarra explotó en un reactor, matando a dos operarios: Andrés Guerra y Alberto Negro. El 3 de junio de 1979 un guardia civil mató de un tiro a la activista Gladys del Estal, al tratar de disolver una manifestación celebrada en Tudela por la paralización de Lemóniz y el desmantelamiento del polígono de tiro de las Bardenas Reales.

Diez días después, otra bomba, colocada por la banda del hacha y la serpiente, causó la muerte al operario Ángel Baños. Siendo graves todas esas muertes, las siguientes tuvieron mayor trascendencia política. El 6 de febrero de 1981, al borde de un camino forestal, con las manos atadas y un tiro en la nuca, apareció el cadáver del ingeniero jefe de Lemóniz, José María Ryan, que había sido secuestrado por ETA ocho días antes. A Ryan le siguió su sustituto, Ángel Pascual Múgica, al que los terroristas tirotearon el 5 de mayo de 1982, mientras conducía su vehículo, acompañado por su hijo Íñigo, de 19 años, que resultó ileso. 

Aquellos crímenes hicieron cambiar la postura del PSE-PSOE, cuyo secretario general, José María Benegas, había manifestado en 1979 que se debía paralizar Lemóniz. Después de los dos asesinatos de los ingenieros jefe, Benegas pronunció estas palabras en el Parlamento vasco: «Si se paraliza Lemóniz, se habrá cedido al chantaje». Felipe González secundó las palabras de su compañero de partido: se refería al tema de la siguiente manera: «En Lemóniz, uno puede tener todas las reticencias que quiera, frente a la ubicación, etc., y todas desaparecen, cuando aparece un argumento de mayor cuantía y es que no se puede ceder al chantaje». Pese a esas declaraciones, el PSOE paralizó definitivamente el proyecto de Lemóniz al aprobar, en 1984, el decreto de una moratoria nuclear. Un recargo en la factura de la luz compensó las pérdidas económicas ocasionadas a Iberduero. 

Tras décadas de estigmatización, en 2022, la Comisión Europea reconoció a la energía nuclear y al gas como verdes, al menos hasta 2045. De este modo, ambas fuentes energéticas, pueden competir con las sostenibles en la búsqueda de ayudas económicas. Ese mismo año, se produjo la demolición de las tres torres de refrigeración de la central térmica de Andorra. Apenas 270 kilogramos de explosivos redujeron a escombros las 40.000 toneladas de hormigón armado de las que estaban formados tres hiperboloides de revolución a los que ni siquiera la arqueología industrial, vinculada al turismo, consiguió indultar. Mientras las torres de Andorra caían, se conoció la noticia de que Alemania mantendría hasta 2038 sus centrales de carbón. 

Los casos de Lemóniz y de Andorra no son los únicos. Sin embargo, son muy representativos de unas políticas en las que el peso de lo ideológico, incluso el de intereses económicos, supera al tecnológico. La atmósfera belicista que envuelve a Europa a raíz de la guerra Rusia-Ucrania, obliga a recuperar estas reflexiones que hizo Gustavo Bueno en 1995 en torno a la energía nuclear y sus usos:

«Es imposible mantener un proyecto político que no tenga aseguradas sus fuentes energéticas. Por ello es absurdo confiar únicamente, como fuentes de aprovisionamiento para el próximo milenio en la energía natural de los combustibles fósiles, de los vientos o del Sol, de los ríos o de los embalses que dependan del “caos meteorológico” –y esto sin contar las contraindicaciones que las tecnologías de aprovechamiento de muchas de estas fuentes tienen en el “efecto invernadero”–. Solamente la energía nuclear ofrece, al comienzo del milenio, las virtualidades propias de una fuente de energía prácticamente inagotable. Otra cuestión son los peligros de su utilización y, sobre todo, los que se derivan del tratamiento de los residuos radioactivos. Pero la realidad de estos peligros indudables no es razón suficiente para clausurar las centrales nucleares. La investigación habrá de dirigirse en todo caso a la conjura de los peligros asociados a esta energía.

Todavía más: el control de la energía nuclear, para fines pacíficos, abre también a la España del milenio que se avecina la posibilidad de reconvertir, en un momento dado (siempre que se mantengan a punto las tecnologías de reconversión que, cada vez menos, necesitan de “explosiones experimentales”) la energía nuclear pacífica hacia fines militares (defensivos, por ejemplo), propios de su “capa cortical”. Se supone que (al margen de las Conferencias de Desarme nuclear) no por entrar en un milenio nuevo dejará de valer la ley según la cual únicamente los países que dispongan de energía nuclear reconvertible serán aquellos que tendrán garantías para asegurar su permanencia en el curso de las coyunturas que han de sobrevivir, sin duda ninguna, en los siglos venideros.

Olvidar este punto (incluso entre los arcana Imperii) en nombre de ideas irenistas consideradas bien intencionadas, es olvidar los mecanismos efectivos que actúan en las sociedades humanas y que siguen funcionando a través de los tratados internacionales, de los ordenamientos jurídicos de los Estados de Derecho, y de las proclamas sobre la unidad y solidaridad entre los miembros del Género humano».

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