Hace dos semanas se estrenó en Estados Unidos Sonido de libertad, película protagonizada por Jim Caviezel sobre el tráfico y la explotación sexual de niños. El metraje ha sido, sorprendentemente, muy criticado por la izquierda.
Hace menos de dos semanas se estrenó en Estados Unidos Sonido de libertad, una película protagonizada por Jim Caviezel. Esta se basa en la historia real del exagente federal Tim Ballard y su misión de salvar a los niños del tráfico de personas y la explotación sexual. Caviezel, quien interpretó a Jesucristo en la epopeya bíblica de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, interpreta a Ballard en un thriller de acción que ha puesto sobre la mesa un tema que, sorprendentemente, ha generado una gran polémica.
Y digo sorprendente porque las cifras de este crimen atroz, tanto legal como moral, son verdaderamente sobrecogedoras. Más de medio millón de niños desaparecen al año solamente en Estados Unidos, que es el primer país en explotación sexual. Más del 15% de las víctimas de la trata de personas tienen entre 4 y 12 años y más del 50% entre 12 y 15 años. Hay más de 300.000 páginas web con pornografía infantil y más de 600.000 pedófilos activos online. Estadísticas que generan un negocio de 150.000 millones de dólares al año.
En cualquier sociedad decente, el panorama que dibujan estos datos no debería ser motivo de controversia. Sin embargo, Occidente no se caracteriza hoy por ser una sociedad decente, sino decadente. La decadencia, que se predica en muchos ámbitos y signos políticos está, no obstante, muy mal distribuida en la actualidad, pues se concentra mayoritariamente en una izquierda progresista, globalista, hipersexualizada, antinatalista y antifamilia, por citar algunos de sus rasgos distintivos. Una izquierda infiltrada en las principales estructuras de poder, que domina las instituciones nacionales y supranacionales, y que controla la educación y los medios de comunicación.
Quizá eso explica por qué medios como la CNN, The Guardian o Rolling Stone han difamado la película, a su protagonista —tanto al del filme como al de la vida real— y a sus espectadores, tildándola de conspiranoica, afín a QAnon y de propaganda ultraderechista, cercana a Trump, etc. Se trata de una extensa colección de descalificativos que llaman poderosamente la atención a la vista del tema sobre el que la película trata de concienciar y contra el que llama a actuar: la explotación sexual infantil.
La rabiosa resistencia del establishment izquierdista se explica también por su obsesión con el sexo y con los niños. Se puede trazar una línea recta entre el asalto a la infancia en clave sexual de los últimos años y su derivada lógica que la película expone. Sistemas educativos que fomentan las relaciones sexuales entre menores de edad, políticas públicas que permiten la mutilación genital bajo el eufemismo de «reasignación» o «cambio de sexo», los ‘intelectuales’ que normalizan públicamente la atracción sexual de adultos por los menores de edad, la intención expresa de tratar a los niños como adultos en miniatura con la aspiración de exponerlos, entre otras cuestiones, al mercado sexual… Todo esto configura el buque insignia del progreso y la liberación progresista de nuestro tiempo. Y, por supuesto, todo lo que se oponga a esta agenda encuentra un furibundo «delenda est» por parte de esa izquierda obscena y criminal.
Se trata de una minoría social que, sin embargo, goza del refrendo de una mayoría política y de la práctica totalidad de los medios de comunicación. Un rodillo ideológico cuya brújula moral está más desnortada que la de los criminales comunes, como pone de manifiesto la dinámica carcelaria. Esta resulta interesantísima en numerosos frentes, como el hecho indiscutible de que los seres humanos somos eminentemente tribales y buscamos protección en nuestro grupo ideológico, racial, etc. Nótese que me refiero aquí a «el grupo», no al «grupo con el que me identifico». La prisión es en esto más real que el mundo ‘libre’. Pero en lo que se refiere al tema de este artículo, las prisiones también reflejan que hay crímenes según la ley del país en cuestión, y que hay otros que lo son haya o no código penal. Y la violación o abuso sexual de un menor es de la segunda categoría. Un agravio contra el orden natural que no encuentra perdón alguno, sino la pena capital que se toman por justicia los propios reos.
Esta, no obstante, actúa a menudo con guante blanco, pues los que manifiestan este apetito son poderosos —económica o políticamente— o están cerca del poder, que les otorga protección. Protección contra la exposición, contra el foco mediático y de la opinión pública que esta película está imponiendo, articulando un modus operandi que incluye acallar voces críticas y atar cabos sueltos. Ejemplos de esto último hay numerosos, aunque el más conocido y reciente es el más que probable asesinato de Jeffrey Epstein dentro de su celda en una cárcel de máxima seguridad de Nueva York —acusado de tráfico sexual de menores y de liderar una red para la captación de jóvenes— antes de sentarse en el banquillo y enfrentarse a una condena de hasta 45 años. En cuanto a la dictadura del silencio que se trata de imponer, la propia génesis de la película es un claro ejemplo de este fenómeno.
El desarrollo del guion de Sonido de libertad comenzó en 2015 y la película completó su producción en 2018. 20th Century Fox se hizo con los derechos de distribución en 2018, pero la película fue archivada por Walt Disney Company cuando compró al primero en 2019. Los productores intentaron durante muchos años recuperar los derechos de distribución de la película y, finalmente, en marzo de 2023, Angel Studios obtuvo los derechos de distribución mundial y estrenó la película en julio, recaudando en dos semanas más de 53 millones de dólares —frente a un presupuesto de apenas 14 millones— y superando la última entrega de Indiana Jones (El Dial del Destino), apuesta de Disney. Caprichos del destino que ayudan a dilucidar quién está en el lado correcto de la historia.
Esta película parece estar marcando un verdadero punto de inflexión, que ya se venía precipitando ante las últimas embestidas del movimiento LGTBIQ+ y, en especial, el movimiento trans contra la infancia. Un ataque que, por fin, encontró una respuesta contundente por parte de una amplísima mayoría social. «Con nuestros hijos, no». Pues bien, esta película pone ahora el foco en lo que pasa en las tinieblas, y el clamor es imparable. Una voz que ya no sólo exige un non plus ultra defensivo sino que se lanza a la ofensiva exclamando un poderoso vade retro. Hasta aquí hemos llegado. Habéis ido a por los niños, a por nuestros niños. Ahora vamos a por vosotros.
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