Lady Gaga destruye el mito del supervillano condenándolo a hacer el payaso en un musical filogay
Hace unos años tuve el honor de entrevistar a Fofito. Recién salido del circo, el legendario payaso apareció ante mí sudoroso, flaco y serio, ataviado con vestido rojo, nariz postiza, zapatones y bombín. Era el Fofito de toda la vida, pero con 70 años a cuestas. Tras las debidas presentaciones, el payaso se sentó a mi lado y encendió el primero de una larga serie de cigarrillos. Calada a calada, el maquillaje de Fofito se fue desdibujando y apareció su casi secreta identidad: el ciudadano Alfonso Aragón Sac.
Sin pelos en la lengua, Fofito respondió a todas las preguntas, pronunciándose a favor de la tauromaquia o de los números con animales salvajes en el circo… y en contra de la exhumación del cadáver del Franco, que, por lo visto, era muy fan de los Payasos de la Tele: «Me parece un disparate. Creo que, a los muertos, si ya están enterrados, hay que dejarlos tranquilos», sentenció. Ese día, a ojos del lector progre, el payaso se convirtió en supervillano. Del mismo modo, el cineasta Todd Phillips desnudó al Joker en su primera película sobre él, poniendo al descubierto todo aquello que no se nos había mostrado en el circo de los cómics.
Cabe recordar que Phillips empezó haciendo comedias —suya es la saga Resacón en las Vegas—, pero lo dejó porque, como él mismo dijo en una entrevista, «no se puede ser gracioso en los tiempos de la cultura woke». Fue entonces cuando decidió hacer una película sobre el Joker, pues «dar una vuelta de tuerca a un cómic me parece una forma de seguir siendo irreverente. Pero sin hacer chistes, porque ahora no hay libertad para hacerlos». Dicho y hecho: en 2019, Phillips se puso serio y engendró a un Joker sucio, atormentado, ultraviolento y muy fumador. Dotándolo con un poso de rebeldía —ejemplificada en su batalla contra los medios— que le dieron al villano trazas de héroe o, más bien, de antihéroe, de ahí que muchos lo compararan con el Travis Bickle de Taxi Driver. El Joker fue encarnado por un Joaquin Phoenix que, pese a su proverbial histrionismo, o precisamente por él, bordó al personaje, en una actuación gestual, vocal y anatómicamente impecable. Total, que el filme arrasó y Phoenix se llevó un Oscar.
Pero pasaron los años, y las élites de Hollywood pasaron factura, con una fórmula que ya funcionó en otras ocasiones: convertir la secuela de una producción exitosa en un festival de propaganda progresista. Nace así Joker: Folie á deux, un metraje farragoso ya desde su título, que se ha rebautizado popularmente como Joker 2. El actor, director y guionista son los mismos, pero la coprotagonista no es otra que Lady Gaga. Celebérrima diva pop encumbrada como icono por el colectivo gay, y nombrada codirectora del Comité de Artes y Humanidades por Joe Biden; para más inri, Gaga se declara bisexual y sus videoclips están llenos de simbología masónica. Es obvio que ha sido, en buena medida, esta mujer la responsable de que la secuela de El Joker sea una grotesca caricatura de la original. En teoría, Lady Gaga encarna a la demente enamorada Harley Quinn, pero en la práctica nunca deja de ser Lady Gaga.
Básicamente, lo que hace a lo largo la película es domar al Joker, atolondrarlo a base de canturreos y bailoteos hasta convertirlo en pelele. Soberbia y marimandona, la novia del Joker lo empuja a retomar su rol de payaso, en unas almibaradas fantasías musicales marcadas por el feminismo más virulento; y cuando el Joker reconoce su cordura y asume la responsabilidad que le toca por sus crímenes, ella lo abandona porque «todo lo que teníamos era la fantasía y te has rendido». El mensaje está claro: el hombre debe renunciar a su virilidad y resignarse a ser un homúnculo infantilizado para integrarse en el «mundo feliz» proyectado por las élites, de lo contrario la hembra emponderada lo maldecirá y será sepultado en una perpetua condición de paria.
En cualquier caso, no es esta secuela tan woke como la pintan: el potaje de géneros, donde el musical se alterna con el thriller judicial, el drama carcelario o la comedia romántica, hace que el mensaje se pierda entre los caprichos de una trama errática y absurda. Por suerte, el público no es tan tonto como cree Hollywood: gracias al boca a boca, la película ha fracasado estrepitosamente en las taquillas de todo el mundo; según su productora, las pérdidas oscilan entre los 150 y los 200 millones de dólares.
Pero incluso en las tinieblas de Joker 2 se cuelan rayos de luz. Aunque destrozados por Gaga y Phoenix, brillan los estándares del Great American Songbook, cancionero tradicional yanqui que, entre otras cosas, habla del amor eterno, de la procesión de los santos o de la voluntad de Dios. Y luego está el tabaco, porque en esta secuela, el Joker —como Fofito— conserva su condición de fumador empedernido. Y como Joaquin Phoenix es un actor del método, fuma de verdad, con saña, con desesperación, como si fuera el último resquicio de libertad que le queda en la afeminada prisión musical malignamente orquestada por Lady Gaga.