El mundo libre tiene que ser más contundente a la hora de denunciar los atropellos que el Partido Comunista Chino comete sobre su población y en el escenario mundial. Solo así, defendiendo una posición clara y sin complejos en defensa de la libertad se podrá controlar a una de las dictaduras más longevas de la historia.
El pasado miércoles cinco de octubre, el ministro de Defensa taiwanés, Chiu Kuo-Cheng afirmaba que China “será capaz de realizar una invasión militar sobre la isla en el año 2025”. En las mismas declaraciones, el político asiático afirmaba que “las relaciones entre Pekín y Tai Pei pasan por su peor momento en los últimos cuarenta años”. Durante la semana, más de 35 aviones de guerra chinos invadieron la Zona de Identificación Aérea (ZIA) de Taiwán. Lo anterior, no representa una invasión del espacio aéreo del país, que se limita a las doce millas náuticas, pero evidencia una clara amenaza para el día a día de sus ciudadanos.
La pandemia provocada por la COVID 19 ha fortalecido el autoritarismo chino, que además de introducir presión sobre Taiwán, ha sido capaz de anular los sueños democráticos de Hong Kong. Otrora un país que luchaba por la libertad educativa y el sufragio pasivo, la ciudad se encuentra en estos momentos capturada por el Ejecutivo de Beijing. Y todo, con el silencio y la complicidad de la comunidad internacional.
Pero además de su expansión en territorio asiático, China ha sido capaz de desarrollar una gran actividad en África y en un gran número de países de América Latina, convirtiéndose en una fuente de financiación económica para varios sistemas políticos en la región. Por ejemplo, en mayo, el Gobierno de Nayyib Bukele firmaba un acuerdo de cooperación con Pekín. Meses antes, el gigante asiático confirmaba la construcción de una gran biblioteca y un estadio en el país centroamericano. Países como Perú, Ecuador, Venezuela o Nicaragua tienen estrechas relaciones con China. Este año, las inversiones del gigante asiático en la región (el 77% de las mismas) han ido dirigidas a México, Chile y Colombia.
El riesgo que China representa para la estabilidad global es evidente, pues su gobierno no cree en la democracia, en la libertad ni en el Estado de Derecho. A la hora de hacer negocios, China no tiene escrúpulos de ningún tipo. Sus aliados solo deben ser leales a Beijing, y no tienen por qué respetar los más mínimos Derechos Humanos ni las libertades civiles de la población. Lo anterior incentiva (ya lo está haciendo) la deriva autoritaria que se vive en varias partes del planeta. La influencia que el modelo chino puede llegar a tener representa una clara amenaza para todo lo que el mundo libre ha conseguido durante las últimas décadas. Y como señalábamos líneas atrás, esto sucede con la complicidad de un gran número de élites occidentales.
La única excepción la representa AUKUS, la asociación militar desarrollada el pasado mes por los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia. China es un país peligroso, que amenaza a sus vecinos. China desea tener presencia en el mundo negociando contratos millonarios con políticos de dudosa reputación o de marcado carácter autoritario. Si este tipo de alianzas se generalizan, las consecuencias para la supervivencia de la democracia liberal en el mundo pueden ser muy negativas.
Las organizaciones de izquierda incurren en una gran contradicción cuando critican a varios países occidentales sin denunciar la amenaza que China representa. Pongamos dos ejemplos: La protección de los Derechos Humanos y la batalla contra la contaminación a nivel global.
En relación con lo primero, poco hay que decir. China ni respeta ni protege los Derechos Humanos. Hong Kong es un claro ejemplo de la afirmación anterior. Durante los dos últimos años, han sido muchos los activistas pro – democracia detenidos, intimidados o sencillamente desaparecidos. Pero la violencia por parte del Estado chino no se limita solamente a la excolonia británica. La represión sobre las regiones de Sinkiang, Tíbet y Mongolia interior tiene historia. Varias organizaciones indicaban que era muy difícil extraer datos en esos territorios debido al aislamiento y al férreo control que sufrían de parte de las autoridades chinas. Se sospecha que el Gobierno ha recluido de manera arbitraria a un gran número de personas, sometiéndolas a procesos de asimilación cultural. Pocos titulares y pocas noticias televisivas hemos recibido sobre esta preocupante tesitura.
Pero además de la dramática situación que se vive en relación con los Derechos Humanos, China es también un enemigo de las medidas ambientales y conservacionistas. Es el país que más contamina a nivel global; produciendo más del 30% de las emisiones, muy por delante del resto. Lo anterior provoca que veintitrés de las veinticinco ciudades más contaminantes de la tierra se encuentren en China. Son pocos los que discuten y critican esta incómoda realidad, sobremanera en la izquierda que nos rodea. Sin embargo, el problema más grave que Occidente tiene cuando se enfrenta a China es la mentira. Sus autoridades mienten con objeto de salvaguardar la vida de la dictadura. Mintieron en su momento sobre la COVID -19. Mienten sobre la situación de sus relaciones comerciales y censuran día a día a todo aquel que desea comunicar y transparentar lo que sucede en el país. La gran pregunta es: ¿Realmente queremos mantener relaciones con un gobierno de esta naturaleza? El mundo libre tiene que ser más contundente a la hora de denunciar los atropellos que el Partido Comunista Chino comete sobre su población y en el escenario mundial. Solo así, defendiendo una posición clara y sin complejos en defensa de la libertad se podrá controlar a una de las dictaduras más longevas de la historia.