Por mucho que la denuesten los devotos del ateísmo, la Semana Santa es parte inseparable de las clases populares españolas y siempre lo será
Entiendo que puede ser un ritual cansino: alguien sube a redes la foto o el vídeo de un paso de Semana Santa y enseguida salta algún ilustradito con frases del tipo «otra vez paseando muñecos». En dos minutos, se monta una bronca estéril. A veces, incluso es peor y miles de personas se ríen de algún vídeo donde los fieles lloran de emoción ante la presencia de su virgen o su Cristo en primavera, cargado por los cofrades. Sencillamente es burlarse de unos vínculos sociales sustanciales, mantenidos durante generaciones y que forman parte esencial de nuestra tradición popular.
«La canción que más suena desde hace años en España en Semana Santa es La saeta, cantada por Serrat y basada en un poema de Antonio Machado»
Siempre que intento explicar a alguien la potencia de la Semana Santa, cuento que, desde hace años, la canción que más suena en España estos días es «La saeta», de Joan Manuel Serrat, adaptación de un poema de Machado donde el autor explica su rechazo a la representación de la Pasión de Cristo. «Oh, no eres tú mi cantar/ No puedo cantar, ni quiero/ A este Jesús del madero/ Sino al que anduvo en la mar…», comparte el poeta. Pero da igual lo que diga la letra porque el ritmo solemne y herido de la pieza transmite la fuerza de acompañar unas horas, con la gente de tu ciudad o tu pueblo, el calvario del Señor. La distancia estética y espiritual que intenta imponer Machado se diluye en la intensidad del ritual y también del relato.
«El historiador extremeño, César Rina, analizó que algunas cofradías se convirtieron en espacios de contrapoder respecto al cambio democrático durante la Transición»
El historiador extremeño César Rina, uno de los mayores expertos en la Semana Santa española, explicaba así el conflicto en 2019: «Las críticas en nombre de dioses como la Razón, el laicismo o la Patria se cuentan por miles y muchos ya han ejercido en las redes su derecho a repartir carnés ideológicos y a delimitar las fronteras inquebrantables del raciocinio, que no suelen coincidir con los contornos meridionales. Estos guardianes de la ortodoxia moderna siempre encuentran contradicciones y atraso en la otra orilla, en los demás, como si fueran narradores omniscientes», lamenta.
Rina es autor del libro El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad, publicado en 2021 por el Centro de Estudios Andaluces. Especialmente vibrante es el análisis de las turbulencias culturales durante la Transición. Algunas cofradías andaluzas se convirtieron en espacios de contrapoder respecto al cambio democrático, de defensa de la participación de militares o de reivindicación del españolismo frente al andalucismo. Ahora, la cosa ha cambiado un poco y encontramos incluso grupos feministas que se intentan apropiar de la fiesta, sin mucho éxito. «Quizá se ha exagerado como ‘conquista social democrática’ la incorporación de las mujeres a las cofradías.
Si analizamos caso por caso, comprobaremos cómo las mujeres se incorporan antes en las hermandades que tenían menor número de hermanos», destaca Rina. «El equilibrio de género tuvo que ver, en ocasiones, con algo tan prosaico como no perder cargadores o presentar desfiles más nutridos», remata.
«La Semana Santa está llena de contradicciones culturales fascinante, pero es un momento ideal para reivindicar la relevancia cultural de Cristo y acercarse al pueblo llano»
Aunque suene delirante, uno de los principales enemigos de la Semana Santa española es… ¡la Iglesia católica! Ahí quedan las batallas del cardenal Ilundain, que ejercía su poder en la Sevilla de los años treinta, periodo en el que arremetía contra el «pintoresquismo», el «poquito de anarcosindicalismo» y la costumbre de los nazarenos de la Macarena de ir «piropeando por lo bajito a las devotas».
Mientras unos se sulfuraban por las licencias festivas, ¿fue culpable el franquismo de instrumentalizar la Semana Santa en su beneficio político? Quizá un poco, pero de manera inevitable. «A medida que avanzaban las tropas nacionales y tomaban el control de las ciudades leales a la República, se puso en marcha un protocolo simbólico de purificación y redención del espacio público. En este sentido, la salida en procesión de imágenes religiosas acompañadas de sus cirios, rezos e incensarios, permitían simbolizar la recristianización del espacio, su purificación y su asimilación de los valores nacional-católicos», recuerda Rina.
«El inflexible ciudadano republicano insiste en que la Semana Santa sea expulsada del espacio público. Es como si encontrase tolerable los mítines políticos o los patinetes eléctricos, pero no una de las tradiciones con mayor arraigo popular de España»
La Semana Santa española está llena de contradicciones culturales fascinantes, empezando por la parte de la Iglesia que detesta las explosiones de fervor popular, que las considera exhibicionistas y fuera de lugar. A pesar de todo, la jerarquía no es tan ciega como para no darse cuenta de que es un momento ideal para reivindicar la relevancia cultural de Cristo y acercarse al pueblo llano. ¿Puede haber algo peor que un cura con fobia a la Semana Santa? Esa actitud gruñona resulta poco justificable porque España tiene gran variedad de registros para esta celebración, entre ellos la austeridad militante del norte de Castilla.
Pero sí hay algo más triste, que es el inflexible ciudadano republicano que insiste en que la Semana Santa se expulse del espacio público. Es como si encontrase tolerable la publicidad, los atascos, los mítines políticos, los patinetes eléctricos y la prostitución callejera, pero no una de nuestras manifestaciones culturales con mayor arraigo. Menospreciar la Semana Santa desde una superioridad cultural autoatribuida es sencillamente hacer el ridículo.
«Es posible que el rechazo de las presuntas élites culturales tenga mucho de envidia: la Semana Santa desborda más voltaje estético y conexión colectiva que cualquiera de las manifestaciones ideadas por estas»
Los ejemplos de relevancia cultural son demasiados. Un disco tan emblemático como Omega (1964), de Enrique Morente y Lagartija Nick, se articula en torno a la percusión de las procesiones granadinas que el batería Erik Jiménez tenía en su cabeza desde niño y que supo incorporar en ese momento de madurez musical. ¿Cómo puede un progresista emocionarse con El Evangelio según Mateo (1964) de Pier Paolo Pasolini, pero pensar que quien disfruta de los pasos es un mermado cultural?
Pedro G. Romero, reciente Premio Nacional de Artes Plásticas, recordaba en un texto del que es coautor que Georges Bataille acudió a Sevilla con un plan trazado para la Semana Santa. Buscaba contemplar «la ritualidad que seguía acompañando a las imágenes en el catolicismo popular español, toda esa pornografía, pues así podía verlo un intelectual de formación seminarista a quien parecían hueros los misticismos nórdicos y la vacuidad protestante y que entendía la ascesis como parte del exceso. Pensaba que, en cierta medida, el clasicismo italiano ocultaba toda esa pornografía que llenaba las iglesias españolas: vírgenes como putas adoradas por todos y cuerpos de hombres castigados y mutilados, los cristos, que inspiraron muchas de sus fantasías eróticas», destaca. Todo ello como envoltorio de la historia más trascendente en el relato sociocultural de los españoles, que es la crucifixión de Cristo para redimir nuestros pecados.
En realidad, no podemos descartar que el rechazo de las presuntas élites culturales tenga mucho de envidia: la Semana Santa española desborda en voltaje estético, espiritual y conexión colectiva a cualquiera de las tristes performances que puedan presentar los domesticados centros de arte contemporáneo actual. Y además la Semana Santa es eterna.