Las últimas elecciones legislativas francesas han sido muy comentadas en todo el mundo. De hecho, han suscitado un giro espectacular y han marcado una secuencia política sin precedentes que comenzó con la importante victoria del Rassemblement National en las elecciones europeas. En el contexto político e ideológico de Europa, todas estas tribulaciones electorales llegan simultáneamente, como una evidencia paroxística de lo que está sucediendo en casi todo nuestro continente.
Pero, primero, retomemos el hilo. La noche del 9 de junio, Rassemblement National (RN) que lidera Jordan Bardella estalla de alegría: acaba de conseguir un resultado abrumador con casi el 32% de los votos emitidos durante las elecciones al Parlamento Europeo. Por detrás, la lista del presidente Emmanuel Macron (centrista), que obtiene sólo el 14% de los votos. Y lo que es mejor: la izquierda parece profundamente dividida entre una lista «socialista-centrista» que obtuvo alrededor del 13% de los votos, una lista de extrema izquierda que se contentó con el 9%, a pesar de su despliegue de activismo y, por último, los ecologistas, que terminan con el 5%. El RN se convierte en una opción todopoderosa, demostrando una vez más que es «el primer partido de Francia». Además, si a sus votos sumamos los obtenidos por la derecha conservadora (7%) y los del partido Reconquête! liderado por Marion Maréchal-Le Pen (5%), está claro que Francia no sólo se ha inclinado hacia la derecha, sino que rechaza sin ambigüedades al presidente de la República.
Este, consciente de su déficit de legitimidad, acentuado por su abrumadora derrota, tiene entonces el coraje, la inconsciencia o la astucia -caben toda clase de interpretaciones- de disolver inmediatamente la Asamblea Nacional, apelando a los votantes para que decidan el futuro del país tan sólo tres semanas después de las elecciones europeas. Y es entonces cuando se produce un auténtico terremoto en las fuerzas políticas francesas.
En un primer momento, parece que el RN tiene casi asegurada su próxima victoria y que Jordan Bardella tiene excelentes opciones de convertirse en primer ministro. Ahora bien, ante esta perspectiva, perfectamente democrática, se levanta toda la Francia institucional, jurídica y mediática. Conocíamos el famoso «uno para todos, todos para uno» de los mosqueteros de Alejandro Dumas, pero ahora tendremos que enfrentarnos a un lamentable «uno contra todos, todos contra uno» en materia electoral. Habiendo formado un auténtico bloque, la izquierda, que parecía tan profundamente dividida, logra crear una coalición llamada «Nuevo Frente Popular», una apelación sentimental y nostálgica al Frente Popular de 1936, un reagrupamiento de la izquierda que triunfó en Francia cuando los fascistas triunfaban en toda Europa. Esta alianza electoral se basa tan sólo en el odio y el rechazo hacia el RN y la derecha, pero, en apariencia, la maniobra es suficiente para unir al conjunto de la izquierda.
Sobre todo, porque en este programa exclusivo de rechazo al RN, la coalición de izquierda dominada por la extrema izquierda -el partido La France Insoumise-, gracias a su celo «antifascista» de opereta, recibe una ayuda inesperada del gobierno y del centro: en todas partes, los candidatos de Emmanuel Macron e incluso algunos de la «derecha» tendrán que decidir a favor del candidato de la izquierda si este último tiene más posibilidades de ganar las elecciones frente a un candidato del RN. Así es como vuelve a la vida el «frente republicano» que se creía muerto: todo salvo el RN. Incluso la extrema izquierda es mejor que los patriotas. Huelga decir que casi todos los medios de comunicación, especialmente los públicos, se ponen manos a la obra para apoyar con todas sus fuerzas esta estafa antidemocrática.
Conocemos de sobra las consecuencias: solo contra todos, el RN obtiene un resultado considerable, pero sin alcanzar la mayoría. Francia está bloqueada por tres fuerzas políticas -izquierda, centro y derecha- que se anulan entre sí en el Parlamento. Macron tiene una pequeña posibilidad de constituir una mayoría relativa si logra arrancar sus votos a algunos de los socialistas y ecologistas del bloque de izquierdas para que acepten coaligarse con él. Esto implica que Francia, que hacía años que no votaba tan masivamente a la derecha, va a terminar con un gobierno de izquierdas. Una situación surrealista. Debido a un juego de combinaciones electorales y a un patético teatrillo antifascista, los franceses corren el riesgo de tener que tragar con un gobierno proinmigración, culpable de laxitud judicial y favorable al wokismo. Y eso cuando acaban de expresar con contundencia su rechazo a esas mismas políticas. Así va -de mal- la democracia.
Si situamos estas elecciones en el contexto europeo o incluso mundial, observamos con claridad que un viejo sistema intenta, casi en todas partes y por todos los medios, contener la ola identitaria e impedir la victoria de los partidos patrióticos. En este campo de batalla de dimensiones occidentales, la batalla francesa está perdida…
De momento.
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