La política energética de Trump acabará con la hipocresía climática

La política energética de Trump acabará con la hipocresía climática

Europa debería hacer lo mismo y también los países en vías de desarrollo.

Tal como lo hizo al comienzo de su primera presidencia en 2017, como era de esperar, Trump cambiará la política energética y sacará a Estados Unidos de todos los acuerdos climáticos por ser incompatibles con un crecimiento económico libre, como ya ha hecho con el Acuerdo de París. Al igual que en 2017, tanto los líderes europeos como los defensores de las políticas climáticas actuales condenarán con toda seguridad esta decisión alegando la consabida emergencia climática y alertarán de que esto pone al planeta en un riesgo inasumible.

También es posible que reciba la crítica de los países en vías de desarrollo, el llamado «Sur Global», pues verán peligrar ese principio consagrado en las últimas décadas de cumbres climáticas según el cual se asume que los países desarrollados y que han prosperado en los últimos siglos emitiendo dióxido de carbono tienen una deuda con los países pobres que no lo han hecho.

«Las cumbres climáticas habían vinculado las emisiones de CO2 al incremento de las temperaturas globales»

A lo largo de las últimas décadas, en todas las cumbres climáticas, se había consagrado el incuestionable principio por el que se vinculaba de forma causal un incremento en las temperaturas globales con la evolución de las emisiones de toneladas equivalentes de CO2 y, tras los acuerdos de Tokio primero y Paris después, se estableció un objetivo de mitigación de dicho cambio estableciendo una reducción de las emisiones globales en aras de una hipotética moderación del incremento de temperatura media en la tierra.

Pretendida y teórica mitigación del calentamiento global según la evolución de las emisiones globales.

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Fuente: Panel internacional de Cambio Climático, la Vanguardia, elaboración propia

La retirada de Estados Unidos supondrá un reajuste en las prioridades de Washington que son evidentes: independencia energética y un acceso barato y asequible a esa energía como forma de materializar un progreso económico que supondrá, entre otras cosas, una defensa de los combustibles fósiles, especialmente en el transporte, y de la energía nuclear. 

«Con Trump, Estados Unidos buscará la independencia energética y un acceso barato a la energía»

Estados Unidos sigue siendo el segundo generador de emisiones de toneladas equivalentes de CO2, que equivalen aproximadamente a un tercio de la cantidad emitida por China. Un abandono de Estados Unidos junto a la ausencia de exigencias tangibles para China, India u otros países como Arabia Saudí o Indonesia, supone que, en la práctica, el 70% de las emisiones mundiales no estarían sujetas a necesidades de ajuste y socavaría de forma definitiva la credibilidad en un concepto que, desde sus inicios se ha mostrado irrealista y que absurdamente ha provocado un progresivo encarecimiento de la energía a nivel mundial.

Origen proporcional de las emisiones de CO2 por país

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Fuente: Statista.com

En los últimos años han sido los países más pobres quienes han sufrido en términos relativos las peores consecuencias de las políticas climáticas dada la dependencia de sus economías de los hidrocarburos y la vulnerabilidad de sus economías al alza de los precios energéticos. Son estos países las principales víctimas de la pretendida lucha contra el cambio climático ya que la precariedad en recursos energéticos condiciona el desarrollo de unas economías mucho más precarias y ralentiza, cuando no detiene, la lucha contra la pobreza que sólo puede venir de un mayor desarrollo económico y una disponibilidad de energía barata.

«Los países más pobres han sido las principales víctimas en la pretendida lucha contra el cambio climático»

Desde sus orígenes a principios de la década de 1990, todo el entramado climático se construía bajo la premisa y la promesa de la ONU a los países pobres de que serían los países ricos quienes reducirían sus emisiones primero y de forma más rápida y profunda además de que serían ellos quienes correrían con el coste de la descarbonización. Y es que, hay que reconocerlo, toda la lucha contra el cambio climático responde a una preocupación de unas élites occidentales globalistas que, a pesar de lo que aparezca en los medios, no representa la prioridad de los países pobres cuya prioridad es lógicamente la salida de la pobreza.

La narrativa de los últimos años se ha construido en una entelequia llamada «crisis climática» que viene a convertir en justificable y admisible determinadas medidas que, en lugar de buscar la abundancia de la energía y facilitar las economías basadas en la oferta, han reducido la disponibilidad encareciendo el uso y causando un perjuicio a todo el planeta en general y en particular a los países más pobres.

«En lugar de buscar la abundancia, las políticas verdes han encarecido el uso de la energía»

Esta visión occidental y elitista en donde se crea una amenaza existencial para el futuro de la humanidad y que es el cambio climático exige lógicamente una aproximación global a dicho problema y la necesidad de que todo el planeta tenga unas políticas coordinadas en materia de energía y, por tanto, se condicione el desarrollo económico. Países africanos que, globalmente suponen el 0,55% de las emisiones totales, han visto por ejemplo como no podían explotar sus recursos gasistas para no aumentar la dependencia global de fósiles o, igualmente, se les ha obligado a depender de fuentes intermitentes y dispersas como la energía solar o eólica con tecnologías para las que no contaban con mantenimiento o repuestos.  A un país de 230.000 habitantes como Santo Tomé, se le obligo a presentar un plan de descarbonización al Banco Mundial para poder acceder a un préstamo soberano. 

Pero no son ellos los únicos afectados; Alemania representa un ejemplo perfecto de en qué se traduce toda esta hipocresía climática al haber optado por la peor de las decisiones en cada momento: prescindir de la energía nuclear, hacer depender la economía del gas ruso y después optar por un modelo irreal basado en fuentes eólicas y solares. El resultado ha sido un desastre en términos económicos con su otrora competitiva industria sufriendo unos precios energéticos sin parangón. El resultado es que Alemania es uno de los países con la electricidad más encarecida de Europa y, además, también la más sucia al emitir, por ejemplo, seis veces más CO2 por cada kilowatio-hora generado que Francia con su parque de generación nuclear.

«Alemania ha llevado una política energética nefasta al prescindir de la energía nuclear y hacer que su economía dependa del gas ruso»

Si este ha sido el desastroso resultado para una potencia industrial como Alemania imagínense la repercusión económica que esto puede tener para un país en vías de desarrollo y que opte, como Alemania o también España, por fuentes renovables intermitentes como la energía solar o la eólica que es, en definitiva, una mala opción para un país sin un suministro de base. 

La realidad es que, a pesar de los compromisos de las élites mundialistas, la economía va por otra vía e, incluso en los últimos años, con todas las penalizaciones a los combustibles fósiles, el incremento del uso de los mismos se ha mantenido y de hecho está en máximos históricos pues, sólo en 2025 7,7 GW de potencia se instalarán en Estados Unidos.  

Evolución de emisiones y proyección para 2024

Fuente: Global Carbon Project.

Hoy numerosas empresas abandonan los objetivos del clima y, por ejemplo, empresas financieras como bancos o fondos de inversión ya se retiran de la iniciativa Net Zero Asset Managers, establecida con casi 1000 millones de euros para gestionar unos activos energéticos renovables.  La razón no es otra que la percepción de que la rentabilidad será mayor invirtiendo en otros proyectos de hidrocarburos o de energía nuclear.

«La política energética debe buscar la lucha contra la pobreza y la competitividad de las economías nacionales»

La vuelta de Trump al poder en EE. UU. va a suponer afortunadamente un cambio de paradigma que debería traducir en el abandono masivo por parte de otros países de las políticas energéticas basadas en la precariedad y en todas esas utopías verdes que tan lucrativas han resultado para grandes capitales y fondos de inversión y que tanto daño han hecho y están haciendo a las economías nacionales. 

Confiemos en que este cambio suponga el final para este entramado pergeñado entre las elites globales, fondos multimillonarios y organizaciones multilaterales y poder propiciar una vuelta al sentido común y al pragmatismo energético de forma que se pueda priorice lo que importa: la lucha contra la pobreza y la competitividad de las economías nacionales.

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