Los falsos colores del hidrógeno

Los falsos colores del hidrógeno

Tanto la producción, el transporte, como la utilización del hidrógeno presentan importantes retos técnicos y económicos que hacen difícilmente sostenible esta forma de energía. Sólo el 30% de la potencia utilizada para producir hidrógeno podría ser utilizable energéticamente.

A pesar de ser un gas estrictamente incoloro, se habla de forma insistente sobre el llamado “hidrógeno verde” y de cómo éste podría suponer la cuadratura del círculo a todos los problemas energéticos. Políticos, administraciones, grandes grupos industriales y energéticos…, todos parecen estar dispuestos a apostar por lo que parece ser la nueva panacea para solventar lo que parecía insolventable y lograr reducir las emisiones de CO2. La argumentación es sencilla: el hidrógeno sería similar a otras fuentes energéticas y además podría almacenarse. En el caso de España se añade el hecho que dicho hidrógeno sería producido de forma limpia mediante energías renovables y esto será, según la versión del Gobierno, una oportunidad industrial para situar a nuestro país en la vanguardia energética mundial. Ante ello, cualquier persona debería preguntarse si no estaremos de nuevo ante políticos que confunden deseos con realidades a pesar de que, en el caso de la energía, la ciencia y los números nunca se equivocan.

Se ha de tener en cuenta que el hidrógeno no es una fuente primaria de energía en contraste con el petróleo, el gas o el carbón. A diferencia de ellos el hidrógeno no es un combustible que se encuentre en su estado natural o que sea manipulable directamente, puesto que se ha de producir mediante la electrólisis del agua u otros procesos químicos y con un importante aporte energético. Hablamos por tanto de un vector energético, como podrían serlo la propia electricidad o el aire comprimido que, en efecto, sí pueden servir como forma de almacenamiento energético del mismo modo que se puede almacenar gas natural o petróleo.

Periodistas, políticos y activistas han impulsado una exótica y confusa clasificación del hidrógeno en colores según el origen de su producción: El “hidrógeno verde” es el producido por fuentes renovables como la energía eólica o solar. El “hidrógeno azul” se refiere a hidrógeno producido a partir de gas natural, el “marrón” es el hidrógeno producido mediante carbón o petróleo y el rosa, a partir de energía nuclear.

En el caso de España, la apuesta desde el Gobierno y las Administraciones Públicas por el hidrógeno verde es clara: el excedente de electricidad producida en periodos valle y generada de forma intermitente y discontinua a partir de fuentes como la energía eólica o solar serviría para producir hidrógeno a un coste marginal prácticamente nulo que podría ser almacenado, transportado y utilizado para, posteriormente, sustituir a combustibles fósiles y sus procesos de combustión o producir electricidad en horas pico.

Sobre el papel todo parece tener sentido puesto que los procesos de transformación del hidrógeno en electricidad y, a la inversa, son viables pero los problemas aparecen al analizar los detalles. Tanto la producción, el transporte, como la utilización del hidrógeno presentan importantes retos técnicos y económicos que hacen difícilmente sostenible esta forma de energía.  La raíz del problema que se omite de forma permanente es que, como en todo proceso de transformación energética, existen importantes pérdidas de eficacia y, en el caso del hidrógeno, se estima que el rendimiento del proceso de transformación de electricidad a hidrógeno y vuelta a electricidad es, en el mejor de los casos, de aproximadamente el 30%. Es decir, sin tener en cuenta las pérdidas ligadas al transporte, sólo el 30% de la potencia utilizada para producir hidrógeno podría ser utilizable energéticamente. Esto supondría que el coste de esa electricidad sería, de forma aproximada un 3,5 veces superior al normal. Y todo ello sin mencionar los costes ligados a su almacenaje ya que se trata de un gas inflamable y altamente explosivo en contacto con el aire.

No obstante, para que el uso del hidrógeno pudiera tener sentido, se haría necesario contar con una capacidad masiva de generación eléctrica y que ésta fuera a unos costes muy inferiores a los actuales de forma que, con estos bajos costes de generación eléctrica, se pudieran compensar aquellos costes ligados a la transformación, almacenamiento y transporte. En el caso español y considerando la actual precariedad energética de nuestro país, la cantidad de energía adicional necesaria para poder producir este hidrógeno supondría multiplicar varias veces el parque de generación actual para poder utilizar el exceso de potencia como fuente para producir hidrógeno sin incrementar los costes. ¿Dónde están esas fuentes masivas cuando el actual Gobierno está empeñado en cerrar las centrales nucleares?

Con una dependencia energética del exterior superior al 70%, la idea de que España podrá producir y exportar hidrógeno a Europa es una absoluta entelequia. Nuestra posición difiere dolorosamente de la de Francia que, gracias a su parque nuclear, posee una capacidad de producción de energía eléctrica masiva y a costes marginales prácticamente nulos en periodos valle. Nuestro hidrógeno “verde”, el que sería producido a partir de los excedentes de potencia eléctrica disponible de fuentes renovables, no podrá ser jamás competitivo con el hidrógeno “rosa”, producido a partir de la gigantesca capacidad nuclear francesa. Mientras la energía renovable española es intermitente y está atomizada, requiriendo infraestructuras y de compleja operación, la francesa es controlable (no depende de si hace sol o viento), localizada y más eficiente en lo que respecta al transporte al precisar menos infraestructura.

Es incomprensible que no se hayan realizado estudios económicos de viabilidad y proyecciones de costes a efectos financieros y se hace necesario cuestionarse las enormes inversiones anunciadas, vengan de Europa, de España o de donde sea y, en particular, el futuro “hidroducto” entre España y Francia por vía marítima y que sustituirá al gasoducto anteriormente proyectado, ¿servirá para vender o para comprar hidrógeno a Francia? ¿Por qué Francia se opuso a un gasoducto a un coste conocido y por el que España podría revender gas a Europa y, sin embargo, aprueba un proyecto con una viabilidad dudosa?

La anómala confluencia de políticos irresponsables deseosos de ofrecer soluciones irrealizables a largo plazo y empresas energéticas atraídas por el maná de las subvenciones europeas, nacionales y autonómicas, ha llevado a una sucesión de anuncios de inversiones millonarias que en su conjunto supondrán un fiasco financiero y no mejorarán el grave problema de dependencia energética externa.

Como hemos visto, no es una cuestión de colores. Es un craso error hablar de una estrategia de “hidrógeno verde” y, por tanto, las extravagantes cromatizaciones de este gas son en realidad irrelevantes.  La única taxonomía que se debe realizar del hidrógeno es aquella relativa a sus costes de su producción. Existe el hidrógeno producido a coste bajo y el que se produce con costes inasumibles de operación y transporte, como el que se plantea en España con el llamado “hidrógeno verde”.

Se equivocan profundamente quienes creen que el hidrógeno va a servir como parche para remediar las desastrosas y erráticas políticas energéticas de las últimas décadas. Muy al contrario, esta nueva utopía, con sus enormes subvenciones y con sus planificaciones irreales, supondrá otro fiasco energético del que sólo se beneficiara la imagen de muchos políticos, las cuentas de determinadas empresas energéticas y, por el contrario, se acabará pagando en la factura eléctrica perjudicando especialmente a las rentas más bajas, a la industria y a la competitividad de la economía española en general. En el caso de nuestro país, el modelo energético basado en el hidrogeno no es sostenible ni creíble. El irrealismo ideológico es una de las características más destacables de las políticas energéticas actuales en España que, confundiendo deseos con realidades, están centradas en espejismos medioambientales mientras se soslaya lo que debería ser el principal objetivo: proveer fuentes energéticas seguras, económicas y sostenibles. Por ese orden.

Este “hidrógeno verde” es otra fantasía que nos resultará muy cara. No se trata de que el hidrógeno sea de uno u otro color sino de que los procesos energéticos sean sostenibles energética y económicamente. Y lo que se está planteando en España no lo es.

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