Se ha dicho con toda razón que los partidos llamados despreciativamente populistas dan voz a los perdedores de la globalización: las clases populares y medias. Después de la victoria de Donald Trump y J. D. Vance, cabe preguntarse a quiénes han vencido los perdedores de la globalización.
La lista empieza con Kamala Harris, la aún vicepresidenta. El momento más duro de su derrota ocurrirá el lunes 6 de enero de 2025 cuando, en su condición de presidenta del Senado, tenga que contar los votos de los delegados del Colegio Electoral remitidos por cada estado y declarar la victoria de Trump.
A ella le acompaña su partido, al que la pérdida de la Casa Blanca y del Congreso ha privado de su mayor fuerza de unión: el poder. Sin el acceso a las subvenciones y el Estado, la coalición de minorías y grupos cada vez más inestable que ha formado este partido puede romperse. ¿Cómo conjugar la aceptación de la inmigración ilegal y el movimiento a favor de debilitar las fuerzas policiales con la atención a quienes reclaman seguridad, que son los habitantes de los barrios humildes?, ¿o la promoción de un puñado de mujeres ricas y privilegiadas como Hillary Clinton y Kamala Harris como representantes de todas las mujeres, incluso de las que no llegan a fin de mes?
Vinculado al Partido Demócrata, están las docenas de ricos que lo han comprado. Cuando la incapacidad de Biden dejó de ser una «teoría de la conspiración» al contemplarlo todo el país en el debate entre éste y Trump, esta oligarquía progre chantajeó a los dirigentes del partido para que forzaran la retirada del presidente. O el partido, con sus primarias cerradas, cambiaba de candidato o dejaban de darle donaciones. El dinero ha comprado a los demócratas, aunque no al pueblo.
Los siguientes perdedores son los medios de comunicación de masas, los legacy media. Durante ocho años demonizaron a Trump e insultaron a sus seguidores, bombardearon a sus audiencias con todo tipo de mentiras y pronósticos de catástrofes… y los ciudadanos les han desobedecido.
Como escribió el multimillonario Jeff Bezos en un artículo en el periódico Washington Post, del que es dueño, para explicar por qué dejaba de declararse a favor de ninguno de los dos candidatos (o sea, de Harris), el periodismo es la profesión más desprestigiada del país, por debajo incluso del Congreso federal. La audiencia da la espalda no sólo a la prensa de papel, sino a las televisiones, y marcha a los podcasts y las redes sociales. Las entrevistas más populares de esta campaña fueron las que Trump y su aliado Elon Musk realizaron con Tucker Carlson y Joe Rogan.
Los demócratas y sus apoyos preparaban la censura de las redes sociales y de los demás medios de comunicación no controlados por la izquierda o los liberals, así como el castigo a las figuras más destacadas, con la excusa de luchar contra la desinformación y los bulos. Algunos como John Kerry se quejaban de la Primera Enmienda. La libertad de expresión, al menos en Estados Unidos, sobrevive.
El resto de los derrotados aparecen en el discurso de Robert F. Kennedy en el que anunciaba su retirada de las elecciones y su apoyo de Trump. El hijo y sobrino de los dos Kennedy asesinados en los años 60 denunció a las industrias farmacéutica y alimentaria, a las que culpó de una epidemia de enfermedades crónicas, como la obesidad y las adicciones, y de causar la ruina de la salud y la economía de las familias. En su discurso de la victoria, Trump afirmó que contaba con Kennedy para «hacer a América sana otra vez», en una variación de su lema Make America Great Again.
Kennedy también disparó contra «los neocones y su agenda de interminable intervencionismo militar». El «complejo militar-industrial», sobre el que advirtió Eisenhower en su despedida, se ha convertido en una realidad que influye en la vida de los estadounidenses y de toda la humanidad. La guerra y la violencia acompañan al hombre desde siempre, pero en las últimas presidencias de EE. UU. los contratos multimillonarios de las empresas de armamento y la presencia de estrategas y consultores que descubren amenazas contra la seguridad del país, reales o inventadas, son omnipresentes. Barack Obama, que recibió el premio Nobel de la Paz en 2009, cuando llevaba unos meses en la presidencia, pasó sus ocho años en la Casa Blanca sin un solo día sin guerra y bombardeó siete países.
El primer mandato de Trump, por el contrario, se caracterizó por una pacificación de las relaciones internacionales. Si bien endureció la actitud de EEUU hacia la Cuba comunista, la Venezuela socialista y el Irán islámico, visitó Corea del Norte, consiguió que varios países árabes reconocieran a Israel en los Acuerdos de Abraham y no invadió ningún territorio. Esperemos que recupere esa política. Como dijo Trump con su franqueza, a él le querían más los soldados que los generales.
Cerramos la lista con la ideología de género y el negocio climático. Los ciudadanos han rechazado las propuestas del New Green Deal que hizo suyas la Administración de Biden-Harris. Con la excusa de la descarbonización, los poderosos quieren suprimir los coches de motor de combustión, reducir el cultivo de tierras, el consumo de carne y el uso de la calefacción. También se desvanecen los sueños de la industria del aborto y de la reasignación de género de contar con leyes federales que los amparen.
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