La Navidad nos recuerda los fundamentos de la única civilización en la que tiene sentido la palabra libertad
Circula por redes la foto de algún actor famoso con rostro de advertencia y la siguiente frase: ‹‹si ves a una feminista celebrando la Navidad, dile que se celebra un nacimiento, no un aborto››. Parafraseando a Jesús, en lo que respecta al aborto, las feministas no saben lo que hacen. Menos aún se imaginan la manipulación de la que son objeto. Aunque la ignorancia es parte de la responsabilidad individual, creo que quienes defendemos la vida de los hijos por nacer, los calificados de ‹‹extrema derecha››, no hemos destinado suficiente tiempo a significar el hecho ni a transmitir el mensaje. ¿En qué hemos fallado? Y, ¿por qué la defensa del niño por nacer es la más importante de nuestras batallas?
“La ideología neomalthusiana de las élites globalistas”
En el pasado fallamos por la hipocresía de las élites que impulsan la reducción de la población a través de la imposición de agendas globales como la Agenda 2030 (2045 o Pacto del Futuro). Estas sirven a la creación de un sinnúmero de condicionamientos culturales antinatalistas entre los que se cuentan el desprecio del rol de madre y esposa, la guerra de los sexos, la condena de la heterosexualidad, la homosexualización de la sociedad, el aborto, la castración de las nuevas generaciones con ideología de género. Y, por supuesto, el consumo ininterrumpido de anticonceptivos. Todos estos condicionamientos culturales tienen en la base el neomalthusianismo. De forma simple, esta ideología plantea que los seres humanos somos una plaga, por lo que es necesaria su drástica reducción.
Es curioso que sea Occidente el principal afectado por la ideología neomalthusiana de las élites globalistas. Mientras el resto de los países del mundo, aunque firman las mismas agendas, evitan su implementación manteniendo tasas de natalidad razonables. La situación puede ser descrita como una guerra civilizatoria de carácter cultural en cuyo marco la casta política de la civilización cristiana se ha puesto del lado del enemigo. El problema es que muy pocos se han dado cuenta de la destrucción que se lleva a cabo a partir de armas culturales como el discurso de la ‹‹salud reproductiva›› o la ‹‹planificación familiar››. De ahí que toda denuncia en su contra cobre ribetes de conspiración y sirva a la descalificación del denunciante. Y es evidente que, donde no tengamos un diagnóstico claro de los fenómenos que nos aquejan, tampoco podremos despertar conciencias ni movilizar voluntades para hacerles frente.
“La extinción del tipo de vida cristiano”
Si en el pasado fallamos por la falta de diagnóstico, en el presente el problema radica en que no hemos dado la importancia debida a la despoblación de los países que conforman la civilización occidental. Es decir, a la extinción del tipo de vida cristiano. ¿Qué desaparece de nuestro mundo común si Jesús es borrado del mapa? Sin Cristo no existen la persona y su dignidad. Fundados en el libre arbitro y en una concepción antropológica que reconoce en el hombre a una criatura creada a imagen y semejanza de su Creador.
En consecuencia, se derrumban los muros que protegen al individuo de la opresión política ─al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios─. Lo más importante, aunque sabemos, muy pocos tienen oídos para oír y ojos para ver, se termina por borrar el camino que conduce a la casa del Padre, hoy reducido a una débil huella solo transitada por quienes no han perdido la facultad de distinguir lo sagrado de lo profano. En síntesis, muchos de quienes defienden el legado cristiano no saben realmente por qué luchan ni cuáles son las raíces espirituales que subyacen a la libertad. Sello indeleble de la superioridad moral de Occidente.
Las razones que hemos esgrimido son políticas y demasiado abstractas como para servir a un discurso capaz de mostrar a las mujeres abortistas la realidad que subyace a su ‹‹derecho a la salud reproductiva››. Los argumentos biológicos son igualmente ineficaces en el mundo de la posverdad. Cuya quintaesencia es la deconstrucción de todas las categorías en que se forjan los vínculos entre el ser humano y su mundo: bien/mal, verdad/ mentira, sano/ enfermo, adulto/niño, hombre/ mujer, etc. ¿Qué herramientas nos quedan para destruir el arsenal de los globalistas neomalthusianos?
“Deconstruir el vínculo”
La elección de nuestras armas lingüísticas debe hacerse teniendo a la vista los objetivos. En este caso es imperioso deconstruir el vínculo creado por los intelectuales gramscianos entre salud, bienestar, autonomía, propiedad del cuerpo, liberación, justicia y el acto de asesinar al propio hijo en el vientre. Urge volver a la realidad, cual es que la vida es un continuum, relevando el hecho de que su ‹‹interrupción›› es un crimen.
Para ello todavía es posible apelar al sentido común basado en la propia experiencia. Es decir, en el hecho de que si yo hubiese sido abortada no habría escrito esta columna y que, si a usted su madre le hubiera ‹‹interrumpido›› el curso de su vida fetal, tampoco la estaría leyendo. Soy consciente de que el problema no se resuelve de manera tan simple, pero es un primer paso en el cumplimiento de las cuatro fases de la ventana de Overton. Esta es una teoría que nos explica cómo podemos fisurar el discurso políticamente correcto y cambiar la opinión pública.
“Por qué hay alguien y no más bien nadie”
La primera fase demanda un paso desde lo impensable ─que el aborto no es una medida de salud o expresión de autonomía, sino un asesinato─ a aceptar que quizás sí sea la vida de un hijo por nacer la que está en juego. En una segunda fase, el proceso de deconstrucción gramsciana que desliga el bien, lo bueno, justo y saludable del acto de abortar requiere de una resignificación espiritual, afectiva, moral y política del nacimiento.
La filosofía de la natalidad de Hannah Arendt podría ser una contribución significativa a nuestro propósito. En parte importante de su obra la pensadora se hace cargo de la siguiente máxima agustiniana: «Initium ergo ut esset, creatus est homo, ante quem nullus fuit» (Para que hubiera un comienzo fue creado el hombre, antes del cual no había nadie). Arendt deja de lado la clásica pregunta por el ser ─por qué hay algo y no más bien nada─ para responder por qué hay alguien y no más bien nadie.
“El origen de ese alguien es siempre su nacimiento en el mundo físico”
Y qué duda cabe. El origen de ese alguien es siempre su nacimiento en el mundo físico y su aparición, en tanto ser único e irrepetible, en la esfera de los asuntos públicos. Podemos detenernos en el proceso que lleva a la expresión personal de una individualidad irreemplazable, única en la perspectiva, el juicio y el discurso. Pero, para hablar de dicho milagro primero debemos responder a la pregunta por sus condiciones de posibilidad. Y, qué duda cabe, son la concepción y la vida intrauterina las condiciones necesarias, aunque no suficientes, para la existencia de esa persona a la que amamos y no podemos reemplazar por nadie más.
Es en el marco de dicho estado de consciencia que surgen el héroe, el estadista, el médico, la madre, el padre, el hijo, el santo, el buen samaritano, el poeta, el artista cuyo legado trasciende en el tiempo configurando el mundo que amamos sin el cual la vida carece de sentido.
“Un niño que cambió nuestro mundo”
Si lográsemos transmitir algo del mensaje esbozado en esta breve columna a las mujeres víctimas de la ideología neomalthusiana, estoy segura de que podríamos avanzar sin mayores obstáculos. Ello dado que, en el marco de la teoría de Overton, las dos etapas faltantes ─que el rechazo al aborto se popularice y transforme en política pública─ dependen de una sanación psíquica cuya expresión es, precisamente, la sensatez. Y es que solo una mujer cuyo instinto maternal ha sido dañado al punto de su castración, puede afirmar sus sentidos de libertad y justicia, empoderamiento y ¿placer? en la destrucción de su propio hijo.
Nuestra esperanza es que, una vez recuperada la sensatez producto de la aceptación de la realidad se restablezca el equilibrio psíquico hoy dañado por los condicionamientos antinatalistas de las elites neomalthusianas que le han declarado la guerra cultural a Occidente. Y aunque somos conscientes de que el monstruo es de dimensiones apocalípticas. La celebración del nacimiento del hijo de Dios nos recuerda, una vez más, que la fuente de todas nuestras fuerzas se halla en un humilde pesebre, donde hace más de dos mil años nació un niño que cambió nuestro mundo. Legándonos el camino a la casa del Padre y, con él, los fundamentos de la única civilización en la que tiene sentido la palabra libertad.