Dieciocho: la serie de RTVE que blanquea a los MENAS

Dieciocho: la serie de RTVE que blanquea a los MENAS

El Gobierno ha gastado más de 11 millones de euros en una producción que pinta a los inmigrantes ilegales como auténticos santos  

«En España no somos racistas porque, afortunadamente, aquí no hay negros», dice un chascarrillo del siglo XX. Y con la inmigración pasaba un poco lo mismo. Hasta no hace mucho, aquí nadie era xenófobo. Tradicionalmente hospitalario, el español consideraba un mandamiento acoger al inmigrante con los brazos abiertos, quizá en honor al eco de la palabra de Cristo: «Fui forastero y me hospedasteis». Pero es que, antes, aquí casi no había inmigrantes. 

Pero los tiempos cambian. Desde el año 2000, España ha presentado una de las mayores tasas de inmigración anual del mundo. Cada mes, miles de inmigrantes, legales e ilegales, llegan a nuestra tierra para buscarse la vida. Lejos de repeler la invasión, el Gobierno aloja a los «sin papeles» en hoteles o centros de menores repartidos por todo el país. Según su suerte y maña, estos aspirantes a «nuevos españoles» tienen tres opciones: trabajar en negro, pedir una paguita y/o robar. Según el Consejo General del Poder Judicial, los inmigrantes acaparan gran parte de los robos con violencia y delitos sexuales que se cometen en España. En zonas especialmente infestadas, como Barcelona, fuentes de la Guardia Urbana afirman que «el 80% de los delitos son cometidos por extranjeros. De ellos, la mayoría son menas (menores extranjeros no acompañados) magrebíes».

“La serie está dirigida por Hammudi Al-Rahmoun Font, cineasta musulmán de madre catalana y padre sirio”

Ante este panorama, va calando en el pueblo la idea de que los inmigrantes no siempre son «seres de luz». ¿Resultado? En el último barómetro del CIS, la inmigración aparece como principal problema para los españoles. 

Preocupado por estos datos, el Gobierno culpa a «la ultraderecha» y aumenta la propaganda. Entre otras cosas, RTVE acaba de estrenar Dieciocho. Una serie de 11 millones de euros cuyo objetivo es victimizar a los menas, pintándolos como angelitos negros que vienen a pagarnos las pensiones y, encima, tienen que soportar nuestro racismo. La serie está dirigida por Hammudi Al-Rahmoun Font, cineasta musulmán de madre catalana y padre sirio, en cuyo currículum destaca La ventana rota, un documental donde se blanquea la kale borroka. En cuanto al actor protagonista, se llama Maël Rouin Berrandou y es un francés de origen marroquí, andrógino y aceitunado, que tiene como contrapunto a la blanquísima actriz catalana Alícia Falcó, a quien hemos visto en Las buenas compañías (Silvia Munt, 2023), una historia de amor lésbico entre dos feministas.

Dieciocho narra el romance entre Celia, una española de 17 años, y un mena marroquí que atiende por Mohammed, Moha para los amigos. Se conocen cuando ella entra en la cocina de un geriátrico cumpliendo una labor social por «delito de odio», pues colaboró con su hermano en una agresión a un inmigrante. Al principio, siente por Moha una mezcla de miedo y asco, pero pronto se enamora de él. 

“En las antípodas de la manada magrebí, Moha tiene una conducta amorosa propia de un aliado feminista”

Moha es cocinero y suele acabar sus frases con un «insha’Allah», es decir, «si Dios quiere». Joven piadoso, en el funeral de un amigo participa en el lavado ritual del cadáver. Ni Moha ni los otros menas dicen tacos, ni se meten con nadie, ni consumen drogas ni trapichean. El único pecadillo de este santo varón es robar comida en la cocina en la que trabaja para dársela a un amigo que vive en la calle. 

En las antípodas de la manada magrebí, Moha tiene una conducta amorosa propia de un aliado feminista; respeta tanto el «no es no» que no se lanza ni cuando le dicen «sí». Es la chica la que tiene que arrastrarlo hasta la cama. Por el contrario, los varones españoles siempre aparecen demonizados: desde los «xenófobos» porteros de discoteca hasta el hermano de Celia, un zángano agresivo que dice que está en paro porque los inmigrantes acaparan todo el trabajo. Su hermana lo tacha de «racista». Pero nadie le dice nada a un mena amigo de Moha cuando tiene una pataleta porque un español le ha «quitado» un trabajo.  

A lo largo de toda la serie, Moha se esfuerza por dar pena y hacer sentir culpable al espectador. «Me da miedo la policía, me ven como un delincuente», dice entre lágrimas. Cuando se descubre que había mentido con su edad para alojarse en un centro de menores, monta un pollo porque va a tener que dormir en la calle «como los pobres». Llorando, su asistenta social le espeta al comisario: «Es un niño, podría ser su hijo». 

“¿De verdad está el Gobierno tan asustado como para gastarse 11 millones de euros en justificar sus malsanas políticas migratorias?”

Cuando están con los suyos, Celia habla catalán y Moha habla árabe; solo usan el castellano para entenderse entre ellos. Hay un diálogo especialmente bochornoso cuando, en casa de Celia, Moha ve una foto de su primera comunión y pregunta «¿Te casaste?» (dado que en su cultura las niñas se pueden casar con adultos) y ella contesta que «sí, con Dios». Moha sentencia: «Sois muy raros los cristianos». 

En fin, que, aunque sólo tiene seis capítulos de media hora cada uno, Dieciocho es una serie agotadora. La manipulación de la realidad, los chantajes emocionales y las melifluas interpretaciones la convierten en una ficción acartonada que solo provoca sopor.  

Bostezando, apago la tele y me hago tres preguntas: ¿De verdad está el Gobierno tan asustado como para gastarse 11 millones de euros en justificar sus malsanas políticas migratorias? ¿De verdad está tan quemado el relato progre que necesita de estos insultantes derroches de propaganda? ¿De verdad se piensan que somos idiotas?

Se diría que sí. 

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