Sodoma y Gomorra

Sodoma y Gomorra

La deconstrucción de nuestra estructura valórica abre las puertas a la intromisión de la política en la esfera íntima, es decir, prepara a la ciudadanía para un régimen totalitario.

Algo está sucediendo. Algo muy profundo está cambiando en nuestras sociedades occidentales. No es, créanme, un agrado hablar de ello, pero urge hacerlo, tomar conciencia y denunciarlo antes de que tenga éxito. Hablamos del proceso de deconstrucción moral impulsado por los gobiernos de la nueva izquierda y promovido por medios de comunicación, las políticas educacionales y todo tipo de colectivos activistas. Este proceso se enmarca en un contexto más amplio originado en la decisión política de la nueva izquierda de avanzar la subversión moral como arma nuclear para el derrumbe completo y definitivo de Occidente.

Tomaré de ejemplo hechos sucedidos en mi país. Hace unas semanas un pariente cercano me hizo el siguiente diagnóstico: “En Chile hay dos izquierdas antidemocráticas, una lo quiere destruir desmantelando el aparato productivo; la otra, degenerando a los ciudadanos.” Y tiene razón. Las armas de esta batalla cultural cuyo fin es deconstruirnos son la desterritorialización, la hipersexualización, la subversión y la desacralización.

¿Qué es la “desterritorialización”? Desde tiempos remotos, toda civilización ha separado las esferas de la vida en tres: pública, social y privada. Más tarde se sumaría la esfera íntima. Cada una estaba destinada, ya lo decía Aristóteles, a finalidades específicas que exigían modos y formas distintivas de acción. En los últimos cinco años hemos visto un mismo fenómeno en las sociedades occidentales: la separación de las cuatro esferas se ha ido desdibujando hasta un extremo solo conocido bajo regímenes totalitarios. La importancia política de este hecho ha sido apenas subrayada, aunque es de extrema gravedad, pues en ausencia de “estos territorios” (lenguaje de la nueva izquierda) o de la separación de las distintas esferas de la vida, impera el caos y la destrucción con el que Dios castigó a las ciudades de Sodoma y Gomorra. Sí, en la Biblia hay sabiduría; más allá de si se es creyente o ateo, lo cierto es que una de las maneras más efectivas para destruir una civilización es su degradación moral y ella comienza con la desterritorialización que la nueva izquierda y, en particular, el gobierno de Chile, ha llevado adelante. Desde la ausencia de corbata del presidente Boric hasta el nombramiento como ministra de Cultura de una actriz que aparece en películas de fuerte contenido sexual y, más recientemente, el matrimonio de un exministro con otro personaje tipo triple X, la sociedad se ha visto invadida de escenas pornográficas. Estamos ante la “revolución del inconsciente, ni fusiles ni balas, sino las más infinitas prácticas y modos de expresión del deseo. Forma por la cual el individuo se libera de las ataduras y convierte su vivir en el más fiel reflejo de la trasgresión del orden imperante”, reza el lema de la nueva izquierda.

Como la derecha no tiene mucha idea de la existencia de esta forma de lucha, nadie se da cuenta de que cada vez que comparte, a modo de denuncia y escándalo, un contenido político triple X de los que fluyen desde el gobierno y los ministerios, colabora con la revolución del inconsciente de millones de personas. Y esto es muy grave, justamente porque se rompen las necesarias barreras que separan lo público de lo íntimo; se está desterritorializando nuestra sociedad a una velocidad vertiginosa y, ante la ausencia de una Iglesia con influencia moral -puesto que en paralelo ha sido objeto de un proceso de desacralización-, se ha normalizado la decadencia, el envilecimiento y la depravación.

La deconstrucción de nuestra estructura valórica abre las puertas a la intromisión de la política en la esfera íntima, es decir, prepara a la ciudadanía para un régimen totalitario. ¿Cuál es la estrategia?

La hipersexualización de todos los ámbitos de la vida, empezando por la educación (ESI), bajo el pretexto de defender a colectivos históricamente excluidos -que solo son instrumentalizados para los fines de la nueva izquierda-. El resultado ha sido la genitalización de la política y la politización de los genitales. Lo que está operando tras este fusil de la deconstrucción es la normalización de un tipo de vida no solo decadente en lo moral, irreflexivo, compulsivo y, por tanto, peligroso para la vida común, sino la legitimación de la intervención política en las esferas social, privada e íntima. Las conversaciones en el Congreso chileno sobre “personas menstruantes” no solo debería provocar nuestra repugnancia; ¿qué hace la clase política hablando de la menstruación de la ciudadanía? Además, debería despertar nuestra alarma, pues los agentes de la deconstrucción están llegando demasiado lejos. Ya no queda ningún espacio de la vida que se salve de la potencial intervención de los políticos aspirantes a ingenieros sociales. 

La subversión de las estructuras valóricas en las que hunde sus raíces nuestra civilización encuentra su mejor ejemplo en la designación de Gabriel Boric, un presidente sin título universitario y con escasas luces intelectuales, como copresidente del Comité Directivo de Alto Nivel del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 4 de las Naciones Unidas. ¿Sabe usted cuál es la finalidad del ODS cuyo liderazgo mundial acaba de asumir el presidente de Chile?  “Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos”. Dicho más claramente, su rol es hacerse cargo de la educación de los niños de todo el planeta. ¿Puede haber un mejor ejemplo del carácter subversivo de la famosa agenda 2030? A lo anterior hay que agregar que su gobierno destruyó la educación en nuestro país. Y aunque usted no lo crea, ese es el objetivo de la nueva izquierda; solo así puede deconstruir las sociedades, desquiciarlas e imponer propuestas refundacionales como los dos proyectos de nueva Constitución que se plebiscitaron en el país.

Los efectos de la hipersexualización, la desterritorialización y de la subversión se expresan en una “pornocracia”, título de una “canción” de Mon Laferte, otra activista de la batalla cultural que se despliega en Chile. Si usted busca esa “canción” en Google le van a aparecer imágenes que hace unos años hubieran sido objeto de censura. Dentro del mismo saco pornográfico y subversivo, encontramos un reality show en el que una de sus protagonistas tuvo actitudes que rayan en la zoofilia. Lo peor es que la subversión porno se está transformando en “cultura”, es decir, en el vínculo que los individuos tienen con su entorno y consigo mismos. El diagnóstico empeora con la decisión de silenciar el discurso contra el consumo de las drogas y la importación de la narco cultura. Quizás el relato de Sodoma y Gomorra no sea literal y no haya un Dios castigando a los pervertidos; pero lo que la historia ha probado una y otra vez que es real. Cuando una sociedad se pervierte, va directo al despeñadero y, no se equivoque, ese es el objetivo político de la nueva izquierda.

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