8 de octubre en Barcelona: un gesto de dignidad

8 de octubre en Barcelona: un gesto de dignidad

No nos lo esperábamos. Y no es que no sea grave el momento que vivimos. La amenaza de una amnistía a quienes se saltaron las leyes y malversaron dinero de todos en su intento de que España saltase por los aires y, en cualquier caso, la certeza de que se está negociando con nuestros derechos y libertades, marca uno de los puntos más bajos de nuestra historia. Que la igualdad ante la ley (por otra parte, tan cacareada) y el futuro de España sean objeto de mercadeo nos habla de un país gravemente enfermo.

Pero lo cierto es que no se detectaba el ambiente de otras ocasiones. Cundía, hay que reconocerlo, un cierto desánimo entre los millones de catalanes libres de nacionalismo. Una sensación de estar viviendo la enésima traición, el enésimo abandono. Ya ocurrió con Aznar y se ha repetido tantas veces que hemos perdido la cuenta: “tú dame el gobierno de España y haz lo que quieras en Cataluña, que yo miraré hacia otro lado”. Ése es el pacto implícito sin el que no se puede comprender lo que ha ocurrido en Cataluña en las últimas décadas. La vieja película se repite y son muchos los catalanes que piensan que, por desgracia, ninguna manifestación va a detener a alguien con tan pocos escrúpulos como Pedro Sánchez y su PSOE.

Y, sin embargo, hubo sorpresa: el Paseo de Gracia a rebosar (no entraré aquí en una guerra de números, pero las tomas aéreas hablan por sí solas: muchas, pero que muchas decenas de miles de personas). Se percibía esa sorpresa incluso entre muchos de quienes acudieron: al encontrarse con algún amigo, el comentario repetido una y otra vez era el mismo: “no esperaba a tanta gente”; “pensaba que nos íbamos a conocer todos”; “yo he venido porque hay que estar”; “que, al menos vean que nosotros no tragamos ni nos resignamos”. Otro de los comentarios más comunes: “me he encontrado a fulanito, nunca me hubiera imaginado encontrármelo aquí”. Eso sí, no se respiraba un excesivo optimismo (los manifestantes no son ciegos y ven lo que nos están preparando), pero sí una enorme dignidad, una actitud cívica a la romana, de estar a las duras y a las maduras, de sacrificarse por la patria, de no dejarse pisotear por los poderosos, acostumbrados a considerarnos meros cromos destinados a ser cambiados en el mercado de la más baja política.

También les pilló por sorpresa a aquellos contra quienes iba dirigida. Su reacción constata el éxito de la manifestación y que les ha incomodado. No, esa indigna amnistía que todo lo empeora, a excepción de los sueldos y sillones de los negociadores, no nos la van a hacer tragar con tanta facilidad como esperaban. La “narrativa” que nos quieren colocar no cuela: hablan de pasos a favor de la convivencia, de pasar página, de… Pero todos, y ante todo ellos, sabemos que todo es mentira. La amnistía la promueve el PSOE única y simplemente porque necesita los votos de Junts para seguir en el gobierno. Punto. Y si España, y Cataluña con ella, salen perjudicadas, pues qué se le va a hacer.

También se volvió a visualizar algo muy evidente: no hay conflicto entre España y Cataluña, hay una parte de catalanes que quiere acabar con España y declarar a otra parte de catalanes extranjeros en su tierra. Y estos no se resignan, no aceptan en silencio ser ciudadanos de segunda en su propia casa. Que aún haya quienes se empeñen en hablar de conflicto con Cataluña o referirse a los grupos separatistas como “los catalanes” es difícil, a estas alturas, de comprender.

Pedro Sánchez ha afirmado (¡y lo ha hecho sin que se le escapase una risita!) que la amnistía “Es una forma de superar las consecuencias judiciales de la situación que se vivió en España”. Sus palabras no tienen mucho valor, porque pasado mañana, si le conviene, dirá lo contrario con el mismo rictus de seriedad. Es por ello por lo que tampoco hay que dedicarles mucho tiempo. Porque, además, todos sabemos que son mentira. Todos sabemos que una amnistía no va a superar nada. Todos sabemos que traicionar a más de media Cataluña tendrá consecuencias. Todos sabemos que se reavivará el separatismo, envalentonado ante la facilidad con la que los políticos españoles cambian lo que conviene a su país por unos meses más de poltrona (además, ellos no engañan: el discurso y la actitud de Aragonés en el Senado muestran sin velos qué son, cómo actúan y qué quieren). Todos sabemos que la amnistía fortalecerá al nacionalismo catalán en el poder y condenará a Cataluña a seguir su dolorosa decadencia. Como también sabemos todos que abrirá la puerta a una situación similar a la vivida en 2017, en la que un parlamento se pone por encima de los derechos y libertades de sus ciudadanos para arrebatárselos unilateralmente. Todos lo sabemos y cientos de miles salieron a la calle para dejar constancia de que ellos no tragan con esa mentira. No sabemos cuál es el futuro que nos espera, pero sí que gestos de dignidad como el de la manifestación del pasado 8 de octubre en Barcelona mantienen viva la esperanza de que la mentira y la traición serán finalmente derrotadas.

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