El orden mundial se está deteriorando ante nuestros ojos. El declive relativo del poder de Estados Unidos y el ascenso concomitante de China han erosionado el sistema parcialmente liberal y basado en normas que antes dominaban Estados Unidos y sus aliados.
Desde el 24 de febrero de 2022 el mundo ha cambiado. Se ha cumplido un año desde el inicio de una guerra en Europa Central mientras que la falta de perspectivas de paz y la ruptura de Rusia del statu quo global establecido en las últimas décadas ha introducido una “era de incertidumbres”.
En el área de filosofía moral y política, este giro del curso histórico plantea interrogantes decisivos: ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Estamos ante un declive de la democracia? ¿Hay nuevamente una confrontación hegemónica? ¿Se ha roto la globalización e iniciamos un periodo de desglobalización? ¿Estamos en un punto de inflexión en la historia reciente (Zeitenwende)? ¿La propuesta de un “Tercer reino utópico” de la Agenda 2030 está muerta?
El desarrollo de los marcos éticos contemporáneos se inició en la década de los noventa, con la caída del Muro de Berlín y bajo el presupuesto de unas expectativas de “Paz Perpetua”.
Hace poco más de 30 años, cuando la Guerra Fría llegaba a su fin, algunos pensadores preveían que el futuro se desarrollaría de una forma lineal y muy apacible. La amenaza de un apocalipsis bélico, tan vívida en el imaginario de las generaciones que conocimos la Guerra Fría, había empezado a remitir: el fin del comunismo en el este de Europa, la caída del Muro de Berlín y de los regímenes comunistas y la reunificación de Alemania. Por otro lado, el declive de las dictaduras autoritarias en el cono sur de América Latina, hacían pensar que el capitalismo y la democracia se extenderían inexorablemente. El teórico político Francis Fukuyama declaraba El fin de la Historia (1992) y dividió el mundo en sociedades “posthistóricas” e “históricas”.
Los enfrentamientos armados podrían persistir en algunas partes del mundo en forma de conflictos étnicos y sectarios, muy localizados, pero las guerras a gran escala parecían cosa del pasado a medida que más y más países se unieran en el otro lado de la historia.
El futuro ofrecía un estrecho abanico de posibilidades políticas, ya que prometía una paz relativamente perdurable, prosperidad y libertades individuales cada vez mayores. También las expectativas de entrar en una era post-ideológica parecían plausibles. Todo en su conjunto situaban un nuevo espacio de entendimiento a nivel mundial. Una prueba de ese nuevo escenario irénico fue el debate en torno a la “tercera vía”, ensayo de refundación de la socialdemocracia que había sido uno de los pilares de la edificación de los Estados del bienestar en la segunda postguerra.
En el presente, el pensamiento ético y político se enfrenta a transformaciones sociopolíticas muy radicales y con riesgos impredecibles. El mismo Fukuyama sitúa ahora las grietas y el desgaste el liberalismo (Liberalism and Its Discontents, Financial Times, 15-03-2022; A Country of Their Own. Liberalism Needs the Nation, Foreign Affairs, 01-03-2022).
Al igual que en otras “bisagras históricas” (pasajes y transiciones) el peligro actual proviene de un fuerte declive del orden mundial acompañado por una crisis de la Democracia (Applebaum, A., El ocaso de la Democracia, 2021; Nussbaum, M. C., La monarquía del miedo, 2019). ¿Pero se trata de crisis o degeneración de las mismas democracias liberales?
Como escribirían los tratadistas del derecho internacional y los expertos en geopolítica, asistimos a un “cambio de estructura”, incluso a una mutación del “nomos de la tierra”. Pero más que en ningún otro momento reciente, ese declive amenaza con hacerse especialmente pronunciado, debido a la confluencia de viejas y nuevas amenazas que han empezado a cruzarse. Se vuelve a leer a Oswald Spengler, pero no con ojos de historiador, sino para escrutar nuestro destino en las páginas de su Decadencia de Occidente.
La agresión de Rusia ha desbaratado muchos de los supuestos que influían en el pensamiento sobre las relaciones internacionales en la era posterior a la Guerra Fría. Se han fracturados los marcos morales plausibles de la globalización y de la hegemonía demoliberal y se ha demostrado que la interdependencia económica no conjura las amenazas al orden internacional. Nuevamente constatamos, con la misma amargura que los doctrinarios pacifistas de los últimos años del siglo XIX, que el comercio no sustituye a la guerra, sino que esta, “un camaleón” dice Clausewitz, puede explotar en cualquier momento con ventaja.
Muchos creyeron que la dependencia de Rusia de los mercados de Europa Occidental para sus exportaciones de energía fomentaría la moderación. O que el aumento de la hegemonía comercial con China aplacaría su autoritarismo y asertividad.
Sin embargo, Rusia ha abierto un conflicto armado en Europa Central y China, que ahora amenaza el Pacífico, es más represiva en el ámbito interno y ha conferido más poder en manos de un solo individuo que en cualquier otro momento desde el mandato de Mao Zedong. China ha militarizado el Mar de China Meridional, ha coaccionado económicamente a sus vecinos, ha mantenido un enfrentamiento fronterizo con India, ha aplastado la democracia en Hong Kong y sigue aumentando la presión sobre Taiwán.
La experiencia previa de la pandemia, anterior a la invasión de Ucrania, advierte que los avances en armamento y biología podrían suponer el fin de la especie, ya sea por un mal uso deliberado o por un accidente a gran escala.
La perspectiva de un futuro intemporal de prosperidad sin límites, configurada en el desarrollo de la globalización, ha dado paso hoy a visiones de “no hay futuro” y se habla ya de desglobalización.
La ideología sigue siendo una línea de fractura en la geopolítica, la globalización del mercado se está fragmentando, incluso para algunos se ha roto irreparablemente, y el conflicto hegemónico entre grandes potencias es cada vez más probable. Desde la década de 1990 hasta hoy, el curso de la historia ha decaído en una encrucijada de “riesgos catastróficos”.
El orden mundial se está deteriorando ante nuestros ojos. El declive relativo del poder de Estados Unidos y el ascenso concomitante de China han erosionado el sistema parcialmente liberal y basado en normas que antes dominaban Estados Unidos y sus aliados.
Las repetidas crisis financieras, el aumento de la desigualdad que comporta, paradójicamente, la pretensión ideológica de combatirla, el renovado proteccionismo, la pandemia del COVID-19 y la creciente dependencia de las sanciones económicas han puesto fin a la era de la globalización posterior a la Guerra Fría y la más reciente hiperglobalización. La invasión rusa de Ucrania puede haber revitalizado a la OTAN, es cierto, pero también ha profundizado la división entre el Este y el Oeste y el Norte y el Sur global.
Mientras tanto, los cambios en las prioridades nacionales de muchos países y una geopolítica cada vez más competitiva han frenado el impulso de una mayor integración económica y han bloqueado los esfuerzos colectivos para hacer frente a los peligros mundiales que se avecinan.
Bienvenidos a una “era de inquietud”.
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