El orgullo de disentir incluso de Scruton

El orgullo de disentir incluso de Scruton

Frente a las filípicas moralistas que desde organizaciones supranacionales y desde las grandes empresas (y añado hoy: también desde los medios) nos quieren obligar a que aceptemos que vamos a vivir peor, debemos oponer un ecologismo diferente.

El elogio de un libro, aunque contenga algunas ideas, pocas, que puedan contradecir el pensamiento de VOX, es un ejercicio de sana cordura política. Así ocurre con Filosofía Verde de Roger Scruton, una inteligente reflexión ecológica desde un original punto de vista conservador —nunca mejor esta palabra—, publicado por la editorial Homo Legens y que tuve el placer de leer y el honor de prologar.

Bendita sea la capacidad de cualquiera de elogiar una obra por sus aciertos y no desecharla porque en algún punto el prologuista o el crítico puedan no estar de acuerdo con el autor. Filosofía Verde, como toda la vida y la obra de Scruton, está llena de grandes aciertos.

Es verdad que siempre habrá quien, en demostración de lo pequeño de su espíritu, usará mi elogio a los aciertos de una obra para considerar que VOX queda obligado a considerar al autor de la obra una suerte de evangelista y a su ensayo, una Biblia que debe reposar en la mesilla de noche de cada miembro del partido. Y no es así. VOX no es ese tipo de formación. Nadie puede estar de acuerdo al cien por cien con todo lo que escribe otra persona. Ni siquiera aunque esa persona nos haya regalado algunas de las mejores reflexiones conservadoras de los últimos 50 años y se apellide Scruton. Nadie racional y no sectario, claro. Discurrir como lo hace la izquierda es una desgracia, y las desgracias están en las antípodas de mi pensamiento. Incluso me atrevo a decir que siempre estuvieron en las antípodas del pensamiento de Scruton, que durante toda su vida animó al diálogo crítico que también forma parte de la noble capacidad de disentir que tanto apreciábamos los españoles en otros tiempos y otros siglos.

En su libro, Scruton desconfía, prefiere, acepta, critica, teoriza y dialoga, pero jamás dogmatiza. Desconfía de las verdades. Prefiere la reflexión. Acepta ciertos principios ecológicos. Critica el dogma. Teoriza sobre las soluciones y, en fin, dialoga. Jamás exige sometimiento a sus ideas como lo exigen los apóstoles del cambio climático y tantos sicarios a sueldo de la Agenda 2030.

Scruton abre un diálogo reflexivo de una enorme seriedad con el lector y consigo mismo. En ese diálogo es donde todos los disidentes del ecopuritanismo como dogma le damos la bienvenida. Y le acogemos porque necesitamos que sus agudas reflexiones, junto a las de otros muchos, sirvan para debatir sobre el futuro del planeta e iluminen la dirección correcta que, desde luego, no es la que hoy las oligarquías climáticas nos obligan a creer.

Damos la bienvenida a un hombre como Scruton y a su Filosofía Verde porque estamos necesitados de una propuesta conservacionista seria y respetuosa con las tradiciones en defensa de la naturaleza. Insisto y subrayo: una propuesta. No una verdad absoluta como hace la izquierda. Y mucho menos acerca de ciertas cuestiones que deberían estar sujetas a examen constante y a permanente contradicción. Para dogmas y adhesiones inquebrantables ya están las agendas globalistas que exigen sumisión y que, cuando no la consiguen, amenazan con leyes totalitarias de censura y represión del pensamiento.

Lo escribí en el prólogo de Filosofía Verde e insisto aquí. Frente a las filípicas moralistas que desde organizaciones supranacionales y desde las grandes empresas (y añado hoy: también desde los medios) nos quieren obligar a que aceptemos que vamos a vivir peor, debemos oponer un ecologismo diferente.

El libro de Scruton nos ayuda a abrir el diálogo y el debate para encontrar un nuevo método de proteger el futuro del planeta que se enfrente a las inauditas «verdades incómodas» de los Greta Thunberg y otros apologistas del cambio climático. Que se oponga a las moralinas santurronas de esos «ecocruzados» que erosionan nuestra convivencia queriéndonos privar de las alegrías de la vida.

Esta última frase es de Scruton. Y estoy de acuerdo, otra vez, con él. Para eso es un referente. Nuestras diferencias, que ojalá pudiéramos haberlas dialogado y debatido, son matices sobre qué eran «la alegrías de la vida» para él, un inglés de Lincolnshire, y qué son para mí, un español de Amurrio, de generaciones distantes y de credos diferentes.

Repaso ahora lo escrito y veo que insisto machaconamente en la idea de que necesitamos propuestas para abrir el debate sobre cuál es la mejor manera de afrontar el cuidado de la Tierra. Y no sólo de ella, sino también del hombre. En el orden apropiado: el hombre y la Tierra, a imagen de la serie de aquel gran conservacionista que fue Félix Rodríguez de la Fuente. Porque eso, abrir el debate, es lo esencial.

En España se nos han hurtado demasiados debates desde hace demasiado años. Entre verdades indemostrables, consensos socialdemócratas y discursos vacíos de adolescentes absentistas, hemos dejado en manos ajenas el cuidado de España, que es el cuidado de la mayor reserva de la biodiversidad de toda Europa, pero sobre todo, de la herencia de nuestros hijos.

La Filosofía Verde de Scruton no es el final del camino. Es un excelente punto de partida para que lo mejor del conservacionismo proponga, dialogue y debata con el fin de encontrar caminos para corregir los errores cometidos por el hombre en la naturaleza durante la fase de desarrollo de las sociedades modernas, incluida la española. Ese anhelo patriótico de querer lo mejor para nuestros hijos es justo. Y por eso, por ser justo, merece que leamos con atención a todos los que, como Scruton, reflexionan con seriedad sobre el presente y el futuro de nuestro planeta.

Si para el consenso socialdemócrata eso es una contradicción y mete en un lío a VOX, es que no entienden la vida de otra manera que no sea desde la inquebrantable adhesión. Desde que aquel socialista sevillano dijera que quien se mueva no sale en la foto, la disensión está prohibida en la izquierda. Y también en sus otros nombres como el globalismo y el activismo ecopuritano.

Para ellos, pues, la sumisión. Para nosotros, el orgullo de saber que no somos como ellos y que podemos leer a Scruton, aprender de Scruton, elogiar a Scruton y hasta disentir de Scruton. Todo a la vez.

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