El regreso del comunismo: Slavoj Žižek “reanimador”

El regreso del comunismo: Slavoj Žižek “reanimador”

La teología de la liberación fue un comunismo cadáver acogido en las criptas de la teología católica, embalsamado y mantenido incorrupto por una serie de clérigos hasta su nuevo despertar.

Si el mes pasado dediqué unas líneas a Piketti, este mes voy a dedicarlas a Žižek, a quien leí por primera vez hace más de diez años cuando se alzaba ya en los entornos académicos, como un autor en alza. Por entonces estaba muy de moda Zygmunt Bauman y su modernidad líquida -aunque un mejor título hubiese sido: modernidad liquidada-. Este otro autor del Este, esloveno para más señas, pero producto francés, despuntaba mucho y bien. La primera obra que leí tenía por título El frágil absoluto era su título, y como subtítulo: ¿por qué merece la pena luchar por el legado cristiano? Esto me atrajo aún más y, sin dudarlo, la escogí, máxime cuando el autor se autoproclamaba como un materialista paulino. Una cuanto menos, curiosa.

Leerlo no me defraudó: Žižek hace uso de una jocunda presentación de las cosas, siempre con ironía y actualidad; muy sugerente, denotando una fina inteligencia con un continuo juego irónico, que en ciertos momentos no deja de irritar a cualquier lector sagaz, que termina pensando si no te está tomando el pelo. Un estilo desenfadado, a veces, bestial e irreverente. En su favor, debo añadir, que deja entrever un conocimiento a raudales. Todo ello justifica bien el entusiasmo que despierta y su éxito comercial. Pronto comprendí que era la punta de lanza de la izquierda reciclada y que en “Podemos” era una auténtico baluarte.

Yo, en su día había estudiado mucho a Marx, en primer y segundo años de mis estudios filosóficos, pero luego, poco a poco, fue desapareciendo. De entre los maestros de la sospecha: el primero que desaparición de los temarios en los años 90’ fue Marx; luego Freud, que cayó como un rayo y ya únicamente nos quedaba siempre Nietzsche en los temarios, incluso con una presencia excesiva. Nietzsche se convirtió en el heraldo, el gran profeta de la progre posmodernidad.

Pero a mí, aun me dio tiempo a conocer bien a Marx, en esos últimos momentos en que era visto por todos como El Filósofo, quizás porque también estudié teología en un tiempo en que los teólogos dieron asilo a Marx y el marxismo en suelo sagrado con las teologías de la liberación. La teología de la liberación fue un comunismo cadáver acogido en las criptas de la teología católica, embalsamado y mantenido incorrupto por una serie de clérigos hasta su nuevo despertar. Fue gracias a aquellos teólogos-nigromantes, que perdieron su fe en la resurrección de Jesucristo, y se entregaron a la búsqueda de la resurrección de finado materialismo histórico-dialéctico como única fe digna de esperanza, por los que se mantuvo incorrupta la esencia del comunismo como expectativa de una humanidad perdurable (más allá de la muerte), pero, dentro del proceso temporal e histórico, bajo el “cajón de sastre” de la utopía.

Žižek, a modo de Herbert West “Reanimador”, ese personaje siniestro de H. P. Lovecraft, llevado al cine gore de los ochenta (“Re-Animator” de 1985) reanima a Marx y su Manifiesto Comunista gracias al fluido de la globalización.

Žižek nos interpela: ¿Puede estar Marx más vivo que ahora? ¿Pueden ser sus palabras más actuales hoy? ¿No es la descripción del impacto social de la burguesía en el Manifiesto más relevante que nunca? No reanima esa cita de El Manifiesto para aporta “chispas de vitalidad”, en plena globalización,al concepto marxista de burguesía:

La burguesía ha desempeñado un papel extremadamente revolucionario en la Historia.

Allí́ donde llegó al poder la burguesía, destruyó todas las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Ha desgarrado despiadadamente todas las ligaduras multicolores que unían el hombre feudal a sus superiores naturales para no dejar subsistir otro vínculo entre hombre y hombre que el frio interés, el duro pago al contado. Ha ahogado el éxtasis religioso, el entusiasmo caballeresco, el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades, tan dolorosamente conquistadas, con la única e implacable libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, directa, brutal y descarada. (Marx. K.; Engels, F.; Manifiesto Comunista, Barcelona: Crítica, 1998, pp. 41-44).

La paráfrasis de Marx parece resultar intemporal incluso vigente en un tiempo, como el nuestro, donde el cálculo utilitarista impera por doquier y las relaciones éticas, propiamente humanas, han quedado disueltas por el “procedimentalismo” y “consecuencialismo” del capitalismo globalizado, parece que la consumación del capitalismo y su violencia que Marx y Engels describía en su manifiesto ha llegado hoy a su paroxismo en un mundo global, donde el mundo financiero goza de un poder sin precedentes que supera el antiguo modelo de los Estados-Nación:

Todo lo que era sólido y estable es destruido; todo lo que era sagrado es profanado, y los hombres se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas con desilusión.

Impulsada por la necesidad de mercados siempre nuevos, la burguesía invade el mundo entero. Necesita penetrar por todas partes, establecerse en todos los sitios, crear por doquier medios de comunicación.

Incluso la cultura es hoy es mercado puro, los autores nos hemos de vender a agentes y editoriales; Hollywood, dice Žižek, “penetra en los lugares más apartados de la tierra”, pero, más allá de aquello, ahora son Netflix, HBO o Amazon Prime que marcan tendencias y pensamiento a través de sus series y producciones alcanzando a todos tal como Marx vaticinó:

Las producciones intelectuales de una nación se convierten en patrimonio común.

Observa Žižek que nuestra fase de capitalismo ha absorbido e integrado, incluso, lo subversivo y transgresor, así la diversidad sexual, el mundo del sexo y las parafilias, que forman parte del mercado y el consumo son hoy uno de los ámbitos de mayor demanda. La abstracción capitalista es entonces brutal, “una danza macabra”, donde los especuladores financieros de los últimos tiempos determinan arbitrariamente (o interesadamente) el curso de los acontecimientos a costa del destino de “estratos enteros de población” o de “países enteros”. Aquí “Lo Real” es la lógica espectral del capital que determina la realidad social y se impone. Pero atentos, este “Real”, del que hace uso Žižek, es el espectro del Capital y donde la “Realidad” “no importa”.

Para ellos no hay más realidad que la pensada bajo su lógica dialéctica (Capitalismo/Socialismo; Burguesía/Revolución) que es aquella que nos quieren imponer. Por eso, para Žižek, el regreso del comunismo sería volver a “una sociedad transparente para sí misma en la que el proceso de producción está directamente subordinado al intelecto general de la planificación colectiva”.

Pero: ¿Qué o quién es el intelecto general de la planificación colectiva? Normalmente es aquí donde la Historia nos ha desenmascarado al verdadero rostro del comunismo, desde Lenin hasta Pol Pot, pasando por el Gran Timonel Mao. Todos ellos se han querido ocultar tras la máscara del intelecto general, al monstruo: una “racionalidad instrumental” sumada a una “voluntad de poder” sin límites.

En todos los casos ha sido “Uno” o “unos pocos” quienes verdaderamente han pensado e interpretado lo que les convenía a todos. Cuantas veces se manifiesta en estos mismos términos Pablo Iglesias Turrión.

Se trata de que “Uno” o “unos pocos” piensen y decidan inexorablemente el designio de muchos, afectando a su destino. Han sido multitudes, demasiados millones de personas, quienes en el siglo XX se vieron arrollados bajo ese “intelecto colectivo”. Demasiadas personas que no eran en realidad una “masa”, sino hombres corrientes que vivían sus vidas en paz hasta la llegada del socialismo real.

Este es el verdadero monstruo del socialismo, es el monstruo visto de cerca que los neocomunistas de ahora, como Žižek, nos quieren hacer mirar de lejos, de demasiado lejos, a una distancia tal que nos resulte imperceptible.

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