No hay que dudar que el rol de Europa será clave para la libertad de Venezuela, pero con los aliados y el enfoque correcto; pero sólo si se suelta de las amarras de quienes quieren que Venezuela no sea libre jamás, es decir, si se suelta de las amarras del gobierno de España.
El rol de Europa en la resolución del conflicto venezolano sólo será exitoso si cambia la manera de hacer las cosas y el enfoque en cómo las aborda, pero sobre todo si se aleja del gobierno español. Son varios los factores que no sólo dificultan la lucidez y la probabilidad de éxito de la Unión Europea, sino que atentan contra la propia estabilidad de Iberoamérica, es decir, de la Iberosfera.
Lo primero es que siempre ha sido España el interlocutor privilegiado de la relación de América Latina con Europa. Eso en su momento rindió enormes frutos, pero hoy es un peligro creciente; lo es porque el gobierno español, cómodo entre socialistas, comunistas y lo peor de la izquierda, se ha convertido en un socio más del régimen venezolano, y ya sin disimularlo. Atrás quedó la socialdemocracia respetable encarnada por políticos serios como Felipe González, para darle paso a las impresentables gestiones de José Luis Rodríguez Zapatero y, por supuesto, de su hijo pródigo, Pedro Sánchez. Ni hablar del vicepresidente segundo de gobierno, Pablo Iglesias, que encarna la política criminal de la izquierda, que se ha beneficiado con el dinero de sangre venezolana derramada y que se convierte en la esperanza del régimen dentro del gobierno español.
El gran problema es que España ha permitido que los funcionarios del régimen venezolano que tanto contribuyeron al saqueo de la nación, hoy vivan libres y cómodos en territorio español, sin la preocupación de ser perseguidos, mientras disfrutan de inmensas fortunas mal habidas que no sólo resguardan en el país ibérico, sino que tienen regadas por toda Europa. Eso es complicidad también.
Lo segundo tiene que ver con el rol del señor Josep Borrell, exministro de exteriores de Sánchez y ahora Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Ya de por sí sus gestiones al frente de la cartera de política exterior del gobierno socialista dieron mucho qué decir, por su eterno congraciamiento con la ruta dialogante del régimen criminal de Venezuela que sólo ha servido para darle oxígeno y tiempo, en detrimento de la vida de los venezolanos. Ahora, desde la Unión Europea, no deja de hacer lo propio, dándole oportunidades a un régimen que se burló en su cara y que lo sigue haciendo. Claro está, él prefiere la afinidad ideológica y la convicción de que “entre iguales” se entienden, cuando el señor Borrell sabe perfectamente que el régimen venezolano, además de ideológico, es criminal. Y no le importa, como no le importó hacer el ridículo en Rusia.
El gobierno español, así, puede estar tranquilo, porque tiene un brazo metido en los asuntos más profundos de Europa, que no sólo vela por los intereses de ese gobierno y del clan Sánchez-Iglesias, sino que también busca imponer la visión dialoguista y fallida que ha favorecido al régimen por tanto tiempo. Tanto él como su predecesora, Federica Mogherini, una clara militante de la izquierda, le sirvieron la mesa al régimen al que dicen oponerse y del que supuestamente se preocupan, pero al que terminan ayudando siempre. El mismo favor le hacen funcionarios como el embajador de la UE en Cuba, de nacionalidad española, quien no considera que en la isla haya una dictadura. Claro, importan más los negocios que la vida de los cubanos oprimidos. Son todos parte del mismo juego.
Esto no es casualidad. Es parte de su plan y parte de lo que ya vienen implementando en la propia España, que avanza a pasos firmes y agigantados hacia una política chavista que terminará por condenar a los españoles si no reaccionan a tiempo. No es un asunto exclusivo de un modelo ideológico, sino del dinero y el crimen que corren por doquier en Europa y que, en buena parte, han sido esparcidos por el régimen venezolano.
Por último, el rol de Zapatero, ya mencionado en otro artículo, y que sólo busca “normalizar” la situación en Venezuela, callando a los venezolanos y exigiéndoles aceptar la claudicación para que el régimen se consolide en el poder; régimen del que él es parte, con el que incide en España y con el que mueve sus tentáculos en Europa, haciendo mucho daño.
Frente a este panorama, ¿qué puede hacer Europa para ayudar verdaderamente a resolver el conflicto venezolano? Pues mientras España esté bajo el control de la izquierda criminal, los miembros de la Unión Europea deben alejarse de esos interlocutores y asumir que no es bajo la diplomacia de Borrell, sino la de los verdaderos demócratas que quieren libertad para Venezuela, que se logrará liberarnos. Mientras se siga reconociendo como única interlocución válida con nuestra región la del gobierno español, seguiremos condenados.
Por fortuna, los venezolanos cuentan con el Parlamento Europeo, con posiciones mucho más firmes y sensatas, que no se dejan amedrentar por la política apaciguadora de los interlocutores españoles en Europa y que entiende la urgencia de los venezolanos, tomando acciones mucho más contundentes en favor de los venezolanos. Allí hay mucho más por hacer.
La ruta es clara: debe haber más sanciones hacia los responsables y sus cómplices, y no menos como sugiere Borrell; debe haber mucha más cooperación entre países europeos y sus servicios de inteligencia para detectar fondos producto del crimen y de la corrupción que hoy circulan por Europa libremente, y no callar como Borrell quiere; debe haber más voluntad de aplicar la justicia internacional, y no pretender disminuir presión como aspira Borrell, avalando la impunidad. En definitiva, Europa debe ser más Europa y menos Borrell si de verdad quiere ayudar a Venezuela.
Es mucho lo que aún se puede hacer. Lejos de perder tiempo en inútiles iniciativas burocráticas que sólo terminan en declaraciones y buenos deseos, países específicos y con liderazgo dentro de la Unión Europea deben asumir la vanguardia de una ruta liberadora, que combine la presión con la diplomacia, lo coercitivo con la palabra y, sobre todo, lo ajeno a la España socialista y lo afín a los venezolanos que queremos libertad. Una coalición sólida con países de la UE, sin la tutela de la UE necesariamente, sumada a gestiones del Parlamento Europeo y de parlamentos de los países miembros, podría ser mucho más funcional que las inútiles iniciativas de diálogo que Borrell y sus socios quieren o con las que el Reino de Noruega pretende insistir inútilmente. Pero no basta la coalición, porque si algo se necesita es un cambio en la orientación de las acciones que sí, que señalen a quienes violan derechos humanos, pero que también apunten en la dirección de contrarrestar y frenar a los criminales que encuentran guarida en territorio europeo.
No hay que dudar que el rol de Europa será clave para la libertad de Venezuela, pero con los aliados y el enfoque correcto; pero sólo si se suelta de las amarras de quienes quieren que Venezuela no sea libre jamás, es decir, si se suelta de las amarras del gobierno de España.