El hechizo de Marruecos sobre la clase política española

El hechizo de Marruecos sobre la clase política española

Las incomprensibles y continuas cesiones de España

No hay que ser un experto en política exterior para saber que las relaciones entre España y Marruecos nunca han sido fáciles. La geografía, el estrecho de Gibraltar, la diferente naturaleza cultural, histórica, política y económica de ambos países y, sobre todo, la reclamación política sobre territorios de irrenunciable soberanía española, junto al contencioso del Sahara Occidental, hacen que nuestra vinculación con el vecino africano nunca se pueda considerar como estable o resuelta.

Aunque España supera ampliamente a Marruecos en términos de renta, recursos y potencial económico industrial y militar, la capacidad de nuestro vecino para influir, alterar y perjudicar a España es muy alta al poder utilizar resortes poco convencionales como la inmigración, el narcotráfico o el terrorismo.

Hay que preguntarse a qué se debe todo esto. De forma inexplicable los españoles asistimos a cómo presidente tras presidente, ministro tras ministro, nuestros dirigentes se pliegan de forma continua a los intereses marroquíes en todos los ámbitos a costa de los de nuestro país. Ya sea en seguridad, en inmigración, en agricultura, en pesca, en absolutamente todo, cualquier negociación se concluye con que a España le toca pagar y ceder ante Marruecos. Y es que, para empezar, aunque nuestro país sea más rico y aparentemente más fuerte, la actual y reciente clase dirigente española no tiene el nivel patriotismo ni la actitud o el sentido de la dignidad que sí que tienen y muestran los líderes marroquíes.

Al mismo tiempo que España aprueba legislación propia para constreñir su agricultura y ganadería, perjudicando a sus propios productores, Europa y el Gobierno español proporcionan al principal competidor ayudas directas y habiendo abierto, desde 2012, el mercado agrícola a productores marroquíes sin apenas controles sanitarios. Mientras España genera normativa para reducir el regadío limitando el uso del agua, el Gobierno aprueba un crédito blando a Marruecos de 250 millones de euros para poder desalar agua para uso agrícola. En 2013 las exportaciones de tomates españoles a la UE eran prácticamente 10 veces superiores a las marroquíes. En 2023 Marruecos superó a España como proveedor de tomates. Y el Gobierno ayuda a que los productores marroquíes tengan más agua. ¿No podía emplearse ese dinero en ayudar a los agricultores españoles? Parece ser que no.

Exportaciones de tomates a la UE

Fuente: Elaboración propia a partir de fuentes diversas (ICEX, Eurostat, Proexport)
 
 ¿Pagamos los españoles impuestos para que nuestros representantes penalicen al productor español y beneficien a un país extracomunitario? ¿Sería posible imaginar a un político marroquí hacer eso a sus agricultores o al país cuyos intereses nacionales defiende? Obviamente no.
Pasemos a la cuestión de la inmigración y la seguridad. Marruecos ejerce un continuo chantaje encubierto a España y a Europa en lo que se refiere a esta cuestión. El número de pateras que alcanzan las costas o el rechazo a las devoluciones de las entradas ilegales, son un buen termómetro para saber cómo son las relaciones entre Madrid y Rabat, si hay demandas o cuestiones insatisfechas o si a España le toca pasar por caja y pagar. Esta es la clase dirigente que tenemos en España: cuando aparecen problemas, tiran de una chequera que no es suya y a comprar una solución. Y lo peor es que ya otros países, como Mauritania, nos han cogido la medida. De nuevo hay que hacerse la pregunta, ¿cómo es posible que la clase política española asuma como normal esta relación de chantaje y coacción por parte de un país extranjero? España dona con regularidad vehículos y medios a las fuerzas de seguridad marroquíes mientras nuestra Guardia Civil carece vergonzosamente de ellos como trágicamente se ha visto en Barbate.

Y que decir de la cooperación antiterrorista. El mero hecho de que la práctica totalidad de las detenciones por terrorismo de los últimos años hayan sido con sujetos vinculados directa o indirectamente a Marruecos, que se haya asumido como normal y aceptable el control de mezquitas por un país extranjero, es algo intolerable. Se habla continuamente de la cooperación antiterrorista con Marruecos pero, ¿podemos afirmar que ésta se realiza de buena fe cuando se usa como medio de presión política? No debe ser un socio muy fiable el que de forma velada indica que, sin su cooperación, las consecuencias pueden ser desastrosas para España.

Cabría pensar que la clase dirigente española no es cobarde ni traidora y que esta sumisión se debe a un conjuro, hechizo o situación sobrenatural inducida, pero parece que hay otras razones más terrenales. Marruecos lleva décadas espiando en España y a sus instituciones. El propio presidente del Gobierno español ha sido víctima de escuchas e interceptación de sus comunicaciones. ¿Y cómo reacciona España? ¿Toma medidas en contra de ello? ¿Acusa a Marruecos de deslealtad y traición? ¿Tiene repercusiones en las ayudas a la cooperación o en el ámbito económico? Nada de eso. España minimiza el problema, lo oculta de forma cobarde y, a continuación, el Gobierno, haciendo uso de unas atribuciones que no tiene, sin pasar por el Parlamento, accede a cambiar su posición política sobre el Sahara Occidental, aceptando los hechos consumados de la ocupación marroquí de un territorio que no le pertenece. ¿Extrajo Marruecos información comprometedora de este Gobierno con Pegasus?

Es cierto que esto no fue siempre así y es conveniente examinar la evolución reciente de cada país. En las últimas dos décadas y especialmente en los últimos 10 años, Marruecos ha tenido un desarrollo económico e industrial sin precedentes. Ciudades como Tánger o Casablanca tienen hoy empresas de alta tecnología, industria que compite en los mercados mundiales y una creciente clase media. España ha tenido mucho que ver. Nuestro país ha disputado a Francia el primer puesto como inversor y, en términos comerciales, el volumen de comercio se ha incrementado en más de un 100% en los últimos cuatro años alcanzando a un intercambio que supera los 15.000 millones de euros.

El éxito político marroquí, con un país unido y cohesionado, contrasta con el declive español, con partidos en el Gobierno apoyados por fuerzas antisistema y en un proceso de degeneración política sin precedentes en la historia reciente. Como consecuencia de esto, y por el apoyo exterior estadounidense, francés y de Israel, Marruecos tiene hoy unas desmedidas aspiraciones a convertirse en una potencia regional y unas ambiciones territoriales que incluyen territorios y aguas españolas. Por el contrario, y a nuestro pesar, España, desde 2004 con el Gobierno de Zapatero y su giro en política exterior tras el 11-M, ha ido progresivamente aceptando un papel secundario y discreto en el plano internacional y realmente carece de una política exterior que vaya mucho más allá de ser una comparsa de otros y apelar al buenismo.

Como en tantas otras cosas, España necesita a un Gobierno que tenga el interés nacional por encima de intereses personales o partidistas y que se atreva a explicar a los españoles lo que supone ceder y lo que cuesta no plegarse a los chantajes de Marruecos y no vender a la opinión pública la ficción de una colaboración y una normalidad que no es tal cuando está construida desde la potencial amenaza de Marruecos a alterar la normalidad.

No se trata de belicosidad ni de animadversión. Al contrario, el deseo es que se pudiera aspirar a la convivencia y la cooperación económica, pero, muy a nuestro pesar, en el caso de España con Marruecos siempre habrá una cierta desconfianza y falta de certeza en tanto en cuanto no seamos capaces de ganarnos el respeto al que ellos tantas veces han hecho referencia.

Y este respeto no se consigue con buenas palabras o foros de cooperación progresista, tampoco con la celebración conjunta del mundial o con absurdas entelequias como el túnel submarino. Sólo con con firmeza y con políticos que defiendan el interés nacional podremos aspirar a tener una relación de iguales basada en la estricta reciprocidad. Para empezar, por ejemplo, vincular cualquier cooperación al respeto en España y en Europa a la integridad territorial española o a no tolerar nunca injerencias en política interior.

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