Hic iacet. Notas sobre el Cementerio civil de Madrid

Hic iacet. Notas sobre el Cementerio civil de Madrid

Si la muerte es negación de la vida, privación del sentir, en fórmula epicúrea, el civil es negación del cementerio católico.

Inaugurado en 1884, el Cementerio civil de Madrid acoge los restos mortales de quienes fueron inhumados sin profesar, al menos en sus últimas manifestaciones externas, la fe católica. Una vía de asfalto, la antigua carretera de Vicálvaro, separa el cementerio de La Almudena de la tierra que reúne las tumbas de una serie de individuos que dan forma a la contrafigura del camposanto en el que fue enterrado, con arcaizante pompa y boato, Enrique Tierno Galván. Si la muerte es negación de la vida, privación del sentir, en fórmula epicúrea, el civil es negación del cementerio católico. Sin embargo, ambos están repletos de frases trascendentes, de epitafios que tratan de condensar vidas y anhelos sobre el mármol, piedra luctuosa por antonomasia.

Al comienzo de tan recomendable visita, quien penetra en la necrópolis que algunos, inapropiadamente, llaman laica, se encuentra con panteones dedicados a figuras tan ilustres como la de Francisco -que no Francesc- Pi y Margall, presidente de la I República española, que descansa bajo una frase que sorprende a muchos de los que hoy se dicen federalistas: «¡España no habría perdido su imperio colonial de haber seguido sus consejos!».

Cerca de esa tumba, se alza la dedicada a Pablo Iglesias Posse, testigo mudo, en el lejano 1 de mayo de 1975, del enfrentamiento entre socialistas y Guerrilleros de Cristo Rey, y lugar donde, anualmente, se reúnen miembros del PSOE actual, partido que se finge heredero directo de la formación fundada por el tipógrafo madrileño. Próximo a la suya, la sepultura de Dolores Ibárruri, flanqueada por la de Marcos Ana. Al fondo, las de las Trece Rosas, rescatadas del olvido por efecto de ese oxímoron llamado «Memoria histórica».

“Negación del cementerio católico”

La visita al Cementerio civil de la Necrópolis del Este, ofrece rincones aún más interesantes, como el lugar en el que reposan las más insignes figuras del krausismo español, ese que reapareció, sépalo o no el hoy agente madurista, durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. Bajo tres losas grisáceas, se hallan los cuerpos de Julián Sanz del Río, Manuel Bartolomé Cossío, Francisco Giner de los Ríos, Alberto Jiménez Fraud, Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate. A este puñado de hombres, especialmente a Sanz del Río, se les debe el desembarco de esta corriente filosófica alemana, que propugnaba un panenteísmo muy útil para ser usado por anticlericalistas.

Un desembarco que, como demostró en su día Enrique Menéndez Ureña, S. J., se debió a un plagio perpetrado por el mentado don Julián, al regreso de su peregrinación a Alemania, de un artículo de Federico Krause, que en español se transformó en El ideal de la humanidad para la vida. Los aromas idealistas alemanes también envolvieron a Nicolás Salmerón, presidente, durante mes y medio, de la fugaz y distáxica I República española, cuya tumba, a la derecha de la de su predecesor, Pi y Margall, la componen dos columnas que sostienen un pequeño arquitrabe, tras las cuales se alza una lápida piramidal.

Muerto en Pau en 1908, su última tierra está coronada por estas leyendas: «Por la elevación de su pensamiento/ por la rectitud inflexible/ de su espíritu/ por la noble dignidad de su vida»; «Dio honor y gloria a su país y a la humanidad» (Clemenceau) y «Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte».

“El reverso del de La Almudena”

Ateos, agnósticos, anticlericales, anarquistas, comunistas, gentes que profesaron religiones diferentes a la católica, descansan en el Cementerio civil bajo lápidas en las que quedó grabado el α y el Ω que acota toda vida. Frente a la solidez de la piedra, el quebradizo papel, en el que, como en el caso de Pedro Laín Entralgo, se descargó una conciencia que prácticamente borró la existencia de un hermano llamado José, que tomó un rumbo diferente al de quien se convirtió en rector de la Universidad Central y en presidente del Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura.

Si el Cementerio civil de Madrid es el reverso del de La Almudena, la trayectoria vital de José Laín Entralgo, yacente en el primero de ellos, lo es de la de su azulado hermano Pedro. Dirigente comunista y traductor de obras de filosofía marxista-leninista, don José vivió veinte estalinistas años en la Unión Soviética. A su regreso a España, en 1957, prosiguió con sus labores como traductor en el Madrid franquista. El 17 de enero de 1972, así lo publicó una esquela de ABC, José Laín Entralgo falleció en la capital de España. Entre quienes se dolieron de esa pérdida, aparece su hermano Pedro, que en su Descargo de conciencia (Barcelona 1976) se refirió a él como «mi hermano», sepultado desde hace más de medio siglo en el Cementerio civil de Madrid.

Puede leer al final de esta publicación el informe completo o descargarlo en el siguiente enlace.
Síguenos en nuestras redes sociales y comparte nuestro contenido: https://linktr.ee/fdisenso 
20241218_Blog

Entradas Relacionadas