Aunque el objetivo es desquiciar los sistemas jurídico-políticos en los que se sostiene el Estado-nación, escasamente pensamos en la propuesta de reemplazo. Sabemos que se trata de un Nuevo Orden Mundial que afecta a los países que suscriben a la cultura cristiano-occidental.
En su acepción más feliz, el infierno refiere a aquel lugar donde se castiga a las almas maléficas. En él regiría la ley del “tenebroso”, cuya misión sería la de tomar aquella cizaña ya separada del trigo por la mano de Dios y meterla al caldero de los suplicios. Es notable cómo, en esta interpretación, el infierno se transforma en el lugar de esperanza para las víctimas, cumpliendo con la función carcelaria que debiese inspirar horror a los perversos en vida y modificar sus conductas para acercarlos a Dios e invitarlos al buen obrar. ¿Quién diseña las máquinas de tortura, distribuye a los pecadores en los diversos círculos y calcula la dosis de dolor que corresponde a cada uno? Ese maestro de la ingeniería social, de la división, el control, la perdición y un largo etcétera de tentaciones capitales: el diablo.
Supongamos que nos dieran a elegir un mundo con o sin infierno, ¿por cuál de las dos opciones inclinarnos? Me parece que, exceptuando a los perversos sin remedio, todos preferiríamos que ese lugar fuese real. Y es que el infierno, así entendido, nos aporta una de las certezas más importantes para la psiquis del humano consciente, la cual indica que la justicia divina existe. Solo imaginar las almas de Stalin, Hitler, Lenin, Mao, Pol Pot, Castro, Allende, Chávez, por mencionar solo algunos, padeciendo su propio mal exacerbado un millón de veces como castigo a su infinita perversión, calma la angustia que produce el veneno nihilista, según el cual no somos más que polvo en el viento.
Como no podemos confirmar la existencia del infierno extraterreno, los occidentales, hace tanto tiempo secularizados, hemos puesto nuestros esfuerzos en el Estado de Derecho que se funda en la igualdad ante la ley. Es en este marco que la vida en tierra cristiana ha dado paso a la existencia de una civilización respetuosa de los derechos humanos y políticos, promotora de la libertad y la responsabilidad política. Es ese mundo construido sobre las bases del Estado-nación, el que los globalistas se han propuesto destruir. Para ello usan a hordas de inmigrantes que huyen de malos gobiernos y conflictos provocados exprofeso por el globalismo para generar inestabilidad en amplias zonas geográficas, emulando la experiencia vivida en el período entre guerras en Europa.
Hannah Arendt la describe en Los Orígenes del Totalitarismo: “el Estado-nación no puede existir una vez que ha quedado roto su principio de igualdad ante la ley. Sin esta igualdad legal que originariamente estaba concebida para sustituir a las antiguas leyes y a las normas de la sociedad feudal, la nación se disuelve en una masa anárquica de individuos privilegiados y de individuos desfavorecidos. Las leyes que no son iguales para todos revierten al tipo de los derechos y privilegios, algo contradictorio con la verdadera naturaleza de los Estados-nación.”
Aunque vemos claramente que el objetivo es desquiciar los sistemas jurídico-políticos en los que se sostiene el Estado-nación, escasamente pensamos en la propuesta de reemplazo. Sabemos que se trata de un Nuevo Orden Mundial (NOM) que afecta principalmente a los países que suscriben a la cultura cristiano-occidental con democracias constitucionales, pero rara vez nos preguntamos quién es el padre del NOM y cuáles serán las consecuencias para la vida humana.
Me atrevo a afirmar que, si Marx fue el padre del dolor y la destrucción, la violencia política y los totalitarismos del siglo XXI, incluido el nacionalsocialismo alemán, Luigi Ferrajoli será el Savonarola del Antiguo Régimen y el diablo del nuevo infierno. Profundicemos en las reglas que rigen en el inframundo pensado por el jurista italiano.
Ferrajoli propone la Constitución global, por supuesto, para “acabar con las guerras”. Es él quien despoja al derecho de propiedad de su carácter de derecho de primer rango, bajo la excusa de que no puede ser un derecho humano, porque desiguala a los miembros de la especie. Con el teórico italiano los Estados-nación desaparecen reducidos a la forma de un aparato que administra los frutos del trabajo de los pocos esclavos que sostienen el sistema. Al igual que Marx, Ferrajoli es un autor que anuncia los últimos días de la libertad, la responsabilidad política, la espiritualidad en el ser humano y su vínculo con el mundo. Él es quien propone una ciudadanía universal, un sueldo mínimo para cada persona y la abolición de las FF.AA. y de Orden nacionales para ser reemplazadas por las directrices del gobierno mundial.
Podemos decir que su teoría es escatológica porque, a partir del derecho garantista que se funda en la protección “del más débil” -de ese pobre criminal, asesino, narcotraficante, homicida que tras nacer bueno fue corrompido por la maldita sociedad capitalista-, se pone fin al Estado de Derecho y a una concepción de justicia exclusiva de nuestra cultura. Así, a partir de sus planteamientos vemos revivir a un neo-Leviatán que no encontrará oponentes. Desde la inteligencia artificial con la que puede controlarse a la población emulando a los chinos, hasta la nueva religión con la que se está cosechando sus almas, el monstruo de mil cabezas devora nuestra civilización y arrasa con todo lo que amamos: familia, infancia, hombres y mujeres, libertad y diversidad cultural, lenguaje, derechos políticos, instituciones republicanas, meritocracia y tantos otros aspectos de un mundo común que ha sido forjado con el sacrificio y el amor de las generaciones pasadas, ahora prohibidas por su participación protagónica en el colonialismo, el heteropatriarcado y el crecimiento económico que, según la pseudociencia aliada a las plutocracias y burocracias globalistas, amenaza al planeta.
Las lenguas de fuego del renacido monstruo serán los latigazos de una burocracia política intocable e indivisible. Ellos son los sacerdotes de la plutocracia transnacional que, mientras llena sus estómagos de champagne y caviar, se beneficia de desregulaciones, fácil acceso a las materias primas de los países pobres, el cambio de la matriz energética y su monopolio, de la desaparición de las clases medias y, sobre todo, del control de la población a partir de una nanotecnología que podrá, incluso, interrumpir nuestra respiración a voluntad, si nos rebelamos en contra del mandato político. Y no habrá dónde escapar. Este será el primer infierno sin fronteras porque, al revés de lo que creen muchos, los países que no adhieran a la nueva religión podrán ser borrados del mapa en pocos meses por ejércitos, de robots que, curiosamente escaparán de sus cuarteles del mismo modo que lo hiciera un virus del laboratorio de Wuhan.
¿Estoy exagerando? No. El infierno que describo no es producto de fantasías febriles, sino del relato del mismo Elon Musk, quien nos advierte de la pérdida del control humano sobre una inteligencia artificial en posesión de armamento de última tecnología. Honestamente, dudo que vaya a existir algo así como una creación humana material que cobre consciencia de sí misma y pueda esclavizar a la humanidad. De lo que no tengo dudas es de la posibilidad de que millones de seres humanos mueran en manos de robots guiados por la plutocracia globalista para imponer, finalmente, el NOM con total legitimidad de parte de quienes sobrevivan en el infierno. Y es que, si hasta hoy creemos a los pseudocientíficos que “el bicho” salió de una sopa de murciélagos, es porque les conferimos la autoridad que antes ostentaba el representante de Dios. Coherente con dicha estulticia es la fe en que el Estado es nuestra esperanza de buena vida, el ecologismo, nuestra salvación y la naturaleza el objeto de nuestra devoción. En suma, está todo bien dispuesto para el advenimiento del infierno y del horror. Esperemos que nuestro espíritu cristiano reconecte con su verdad y que el amor a la libertad, a nuestro mundo común, a la inocencia de los niños, a la familia y la justicia sea más fuerte.
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