La agenda demócrata: un esfuerzo por infiltrarse en los medios de comunicación

La agenda demócrata: un esfuerzo por infiltrarse en los medios de comunicación

Tenemos asuntos apareciendo en las primeras planas del New York Times en este momento que nunca hubiesen sido noticia hace 50 años.

La prensa en Estados Unidos ha sido liberal (en el sentido americano, no en el europeo) desde hace varias décadas, pero nunca se había involucrado en las fortunas de un partido y su candidato como lo ha hecho en esta temporada electoral. No se trata solamente de los medios de difusión patrimoniales, como el New York Times, el Washington Post, o las cadenas nacionales de televisión, sino también la llamada “new media” (plataformas que ahora forman el estándar mediático como Twitter, Facebook y Amazon). Casi todas se han unido bajo la bandera del demócrata Joe Biden, o por lo menos bajo las armas heráldicas de la coalición que se afana en derrotar al presidente Trump.

Ya en marzo del año pasado, el veterano presentador de noticias Ted Koppel—reconocido en todo el país y muy respetado en su profesión por haber creado el noticiero Nightline, de ninguna manera un conservador—causó sensación cuando aseguró a su colega Marvin Kalb, otro periodista liberal: “Estoy terriblemente preocupado cuando hablamos del New York Times estos días; o cuando hablamos del Washington Post, pues no estamos hablando del New York Times de hace 50 años, tampoco estamos hablando del Washington Post de hace 50 años. Estamos hablando de organizaciones que, creo, han decidido institucionalmente que Donald Trump es malo para los Estados Unidos. Tenemos asuntos apareciendo en las primeras planas del New York Times en este momento que nunca hubiesen sido noticia hace 50 años.”

Este sermón cayó mal. En vez de reflexionar, la mayoría de los periodistas se ofendieron al recibir el mensaje de Koppel. No podían creer que afirmase semejante temeridad. Kalb respondió a Koppel que “la razón por la cual la prensa escribe todos estos artículos negativos sobre Trump es porque se lo merece”.

Hasta hace poco, lo único que salvaba al presidente de este secuestro de la prensa por la famosa “Resistencia”—con R mayúscula—eran esos instrumentos neutralizantes de la comunicación moderna: las redes sociales. La Resistencia controla el Washington Post, el New York Times, CBS, ABC, CNN, etc. Pero cualquier individuo con un ordenador, acceso al internet, y una cuenta de Twitter y Facebook, podía transmitir a cientos de miles, o más, sus ideas, pensamientos y caprichos. Este octubre, a dos semanas de las elecciones, los caciques digitales de Silicon Valley decidieron cerrar esta escotilla de escape.

La razón fue un artículo relámpago del New York Post (la última voz conservadora entre los diarios grandes del país) sobre Hunter Biden, el hijo del candidato demócrata. Según este artículo, Hunter había introducido a su padre a un ejecutivo de una compañía de energía de Ucrania en 2015—cuando Joe era el vicepresidente de Barack Obama—y menos de un año después, el vicepresidente uso el poder de su cargo para forzar al gobierno ucraniano a expulsar a un fiscal investigando dicha compañía. Esta información explosiva, a 18 días de las elecciones, podría tener un impacto sobre las decisiones de los americanos en las urnas en noviembre 3, como por ejemplo lo tuvo el anuncio en octubre de 2016, por el Buro Federal de Investigaciones (FBI) que habían investigado a Hillary Clinton.

Sin embargo, las cosas no fueron iguales esta vez. Twitter decidió inmediatamente que su plataforma no sería utilizada para compartir el artículo del New York Post. Si un usuario trataba de acceder al artículo, Twitter abría una ventanilla que decía “esta información está bloqueada y es peligrosa”. Además, Twitter también anunció que penalizaría a cualquier usuario que tratara de compartirlo. Facebook, por su parte, anunció que reduciría la distribución del artículo. Unos días antes, Amazon le comunico a Shelby Steele, un icónico intelectual negro de la Institución Hoover, que había cambiado de opinión, y no permitiría a Steele distribuir en su plataforma un documental que había hecho con su hijo Eli Steele, un cineasta. ¿El tema del documental? La muerte del adolescente negro Michael Brown en manos de la policía en 2014 en Ferguson, Missouri, un incidente que suscitó fuertes manifestaciones por los activistas de Black Lives Matter. El único problema es que el documental de los Steele no le echaba la culpa a la policía, y mucho menos aceptaba que el “racismo sistémico” existe en Estados Unidos.

La respuesta por parte de los republicanos y de los conservadores en general fue inmediata. El Senador tejano Ted Cruz aseguró en Fox que “los principales medios de comunicación se han acostado con Joe Biden, su única prioridad es elegir a Joe Biden—y las Big Tech (las grandes compañías del mundo tecnológico) se ponen peor cada día. Pero aquí han cruzado una línea. Han cruzado una línea muy peligrosa. Desde hace muchos años he estado siguiendo de cerca la censura que las Big Tech les hacen a los conservadores, a las ideas conservadoras.” El resultado es que Cruz y su colega de Missouri, el senador Josh Hawley, tratarán de citar a declarar a los ejecutivos de Twitter y Facebook bajo juramento en el Subcomité del Senado sobre Antimonopolio, Competencia y Derechos del Consumidor. “Esto se trata de Big Tech contra la democracia,” explicó Hawley. “Estas compañías de tecnología quieren controlar lo que leemos, quieren controlar a los periodistas en este país. Quieren controlar las noticias. Y simplemente, no podemos dejarlos”. El gran martillo que empuña Hawley es la amenaza de tomar acción antimonopolista.

Un poco tarde, los gigantes de Silicon Valley se dieron cuenta que habían cometido un grave error. El viernes, el director ejecutivo de Twitter Jack Dorsey pidió perdón y explicó que su compañía no debía haber bloqueado el artículo del New York Post. Desconocemos si esto les salvará de aparecer ante el subcomité del Senado. Pero el mal sabor se quedará en las filas conservadoras. Si los profesionales de los medios de comunicación americano hubieran aceptado el consejo de Ted Koppel a tiempo, hoy estaríamos menos divididos a la hora de discutir sobre la imparcialidad de la prensa. Aparentemente, no fue posible.

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