Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen de Vichy gobernaba el protectorado francés de Marruecos, su rey, Mohamed V, protegió a los judíos marroquíes de la persecución y la deportación.
Su hijo, el rey Hassan II, entre 1961 y 1999, colaboró estrechamente con Israel en una serie de cuestiones, como facilitar la migración judía y compartir información que ayudó a Israel a ganar la Guerra de los Seis Días en 1967.
Israel proporcionó a Hassan II información sobre un complot para derrocarlo y ayudó a los agentes marroquíes a asesinar a Mehdi Ben Barka, figura de la oposición, en París durante el año 1965. En la década de 1980, asesores israelíes ayudaron a Marruecos a construir una línea de fortificaciones de 1.700 millas de longitud que amuralla aproximadamente el 80% del Sáhara Occidental.
En los últimos años, hasta 70.000 turistas israelíes, en su mayoría sefardíes de ascendencia marroquí, visitan el país cada año, completando peregrinaciones a santuarios judíos que se encuentran en un bello estado de conservación.
Esta interesante historia explica que la administración de Donald Trump se saliese de la tónica general en política exterior para respaldar la reivindicación territorial del Reino de Marruecos sobre el Sáhara Occidental a cambio de que éste reforzara sus relaciones con Israel y se uniera a los “Acuerdos de Abraham” (2020). Estos acuerdos normalizaban las relaciones diplomáticas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, incluyendo a Marruecos y Sudán. Con ellos, Trump, logró una importante pacificación de los conflictos en el Próximo Oriente.
El conflicto del Sáhara Occidental se remonta a la retirada española, en 1975, de esta franja costera desértica y escasamente poblada, pero enormemente rica en recursos. Los saharauis eran ciudadanos españoles de pleno derecho y fueron quienes más perdieron. Sus vecinos del norte y del sur, Marruecos y Mauritania, se movilizaron inmediatamente para reclamar partes del territorio.
El Frente Polisario era uno de los tantos movimientos de liberación nacional orquestados y financiados por los soviéticos, en este caso a través del Partido Comunista de España (PCE). Este se había formado contra el dominio colonial, pero, al dejar de ser colonia española, reorientó su lucha contra los invasores vecinos.
A partir de aquí, tenemos un largo conflicto bélico que ha causado miles de muertos y desplazados. El Frente Polisario obligó a Mauritania a retirarse en 1979, pero, a su vez, fue perdiendo terreno frente a Marruecos desde 1980. El 29 de abril de 1991, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dictó la Resolución 690, para establecer una misión de Naciones Unidas y hacer un Referéndum.
Naciones Unidas desplegó esta misión en el territorio para preparar la consulta y supervisar el alto el fuego, pero, en 1992, por discrepancias sobre el censo, no se puedo hacer. En 1999, se logró un primer censo electoral con más de 86 000 votantes.
Por su parte, Marruecos presentó una propuesta de autonomía nominal en 2007, la cual delegaba un poder decisión limitado en las autoridades del Sáhara Occidental, afines siempre a la monarquía alauita. Ante las nulas intenciones marroquíes de devolver soberanía de forma real al Sáhara, el Frente Polisario continuaría con sus operaciones desde los campamentos de refugiados del sur de Argelia.
Durante casi medio siglo, Washington ha caminado de puntillas en lo que respecta al Sáhara Occidental. El derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación está consagrado en una serie de resoluciones de la Asamblea General de la ONU y en sentencias jurídicas internacionales, pero Marruecos es uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos en Oriente Medio y África.
De hecho, el Departamento de Estado sigue utilizando el mapa presentado por la anterior administración, que incluye al Sáhara Occidental como parte misma de Marruecos. Al mismo tiempo, la errática política del actual Gobierno de España agravó la tensión en 2020 cuando, en una extraña maniobra, acogió líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para ser tratado de COVID.
En respuesta Rabat lanzó un ataque híbrido, movilizando a más 8.000 inmigrantes del África subsahariana, contra la frontera española. De modo muy contradictorio, Pedro Sánchez rompió con décadas de política exterior española pasando a reconocer la reivindicación marroquí sobre el Sáhara Occidental, en consonancia con la posición de Trump de 2020.
El giro ha causado enorme consternación y desconfianza respecto a la fortaleza del Reino de España, socio de la OTAN, que custodia la Frontera Sur.
Hemos de tener presente que el conflicto saharaui alimenta la inestabilidad en la región: el fundador del grupo militante Estado Islámico en el Gran Sáhara, Adnan Abou Walid al-Sahraoui, y su adjunto, Abdelhakim al-Sahraoui, que nacieron allí a principios de la década de 1970, afirman que las injusticias que presenciaron bajo la ocupación marroquí les radicalizaron. Entre 2018 y 2021, este movimiento ha matado a más de 500 miembros de las fuerzas malienses y nigerianas y han masacrado a cientos de civiles a ambos lados de la frontera entre Malí y Nigeria.
El Sáhara Occidental sigue protagonizando una de las crisis más intrincadas del mundo. Marruecos gasta aproximadamente la mitad de su presupuesto militar en el territorio y miles de millones de dólares en infraestructuras y subsidios para atraer a los ciudadanos marroquíes a las “provincias del sur”. Todavía no tiene el derecho legal de explotar sus recursos ni de atraer inversiones hacia él. Las exportaciones marroquíes de pescado, productos agrícolas y fosfatos del Sáhara Occidental se enfrentan a crecientes desafíos legales, especialmente en Europa.
Argelia ha cortado los flujos de gas natural a Marruecos y ha advertido a España de que también le cortará el paso si persiste en esta política y si reexporta gas argelino a Marruecos. Las pérdidas económicas y políticas derivadas de la falta de cooperación con Argelia, especialmente durante una crisis energética, son enormes para los ciudadanos españoles.
El giro de la política exterior española a favor de Marruecos, visto desde Europa, no ofrece ningún beneficio y nos sitúa ante un peligroso aumento de precios en energía y alimentos básicos en un momento difícil. Asimismo, se amplifica debilita la posición de España, a riesgo de mayor tensión a través de conflictos híbridos y mayor peligro para las plazas españolas de Ceuta y Melilla.
Otros riesgos preocupantes para la seguridad se deben a la concentración militar a lo largo de la frontera marroquí-argelina y a la posibilidad de que se produzcan episodios de tensión imprevisibles en ella entre ambas potencias. También son cada vez más los jóvenes que quedan expuestos a la captación de grupos terroristas y yihadistas ante la continuación de este conflicto. El actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha prometido revisar el reconocimiento de su predecesor de la reclamación marroquí, esto dejaría sola a la política exterior de España sola ante un conflicto creciente que no le beneficia en nada.