La independencia energética de Europa y los errores de la Unión Europea

La independencia energética de Europa y los errores de la Unión Europea

Necesitamos más petróleo, más carbón, más gas, más energías renovables y, en los países que lo acepten, más energía nuclear.

Entre los años 1990 y 2019, las emisiones globales de dióxido de carbono aumentaron en poco más de 20.000 a 33.000 toneladas al año. Ahora bien, en ese mismo período de tiempo, los países de la UE redujeron sus emisiones en un 24% con el objetivo de lograr emisiones netas cero de CO2 en 2050. De esto se deduce que hay un aspecto que nos debe hacer reflexionar: Europa emite solo el 8% del CO2 mundial. Por muchos esfuerzos que hagan los países europeos, si otras naciones mucho más responsables de las emisiones de dióxido de carbono no emprenden políticas similares, nuestros sacrificios serán en vano.

Esto se refleja en un escenario de continuas tensiones geopolíticas. Comencemos con el proceso de descarbonización, que podría no ocurrir tan rápidamente como previsto porque, a nivel mundial, muchos estados todavía dependen tanto del carbón como de los países que lo producen.

Aunque a nivel europeo se ponga énfasis en los efectos positivos de las inversiones en energías limpias que crean “millones de puestos de trabajo” y “aumentan el crecimiento económico global”, en realidad los costes de la transición ecológica afectan a sectores industriales enteros, desde el petrolero hasta el de la automoción.

Mientras Europa se deshace de sectores industriales enteros, desmantela empresas y producción e invierte ríos de dinero para reconvertirla, otros continentes como Asia se aprovechan apoderándose de sus cuotas de mercado y no respetando los estrictos parámetros medioambientales impuestos en nuestras latitudes. Un fenómeno que plantea enormes contradicciones no solo en el sector energético, sino también en el industrial, por lo que nuestros mercados siguen invadidos con productos fabricados en países que no respetan nuestros propios criterios medioambientales.

El enfoque europeo que subyace en las políticas medioambientales y energéticas se basa en una visión de carácter revolucionario. De hecho, no es casualidad que el término “revolución” sea una constante en el léxico de los líderes de Europa cuando se aborda la problemática medioambiental. Sin embargo, la Historia enseña que las revoluciones no son nunca indoloras y sin consecuencias. Todas las revoluciones tienen sus costes y la energética traerá consecuencias socioeconómicas que ya estamos padeciendo. De ahí que la gradualidad y la progresividad no solo son una opción, sino una necesidad.

Para complicar aún más la situación, hemos asistido a un proceso por el que Europa se ha vuelto cada vez más dependiente del suministro de materias primas. Ya en 2008, la Comisión Europea publicó The Raw Materials Initiative – Meeting our critical needs for growth and jobs in Europe, que advierte sobre los riesgos de la dependencia europea de China en este sector. Hoy en día, la situación está muy lejos de resolverse.

Entre las hipótesis que se han difundido con el fin de frenar a China, está la introducción de un carbon border tax, un impuesto (dirigido a disuadir las emisiones) sobre las importaciones, basado en el cálculo de emisiones de carbono resultantes de la producción del producto en cuestión. Un carbon border tax representaría una medida necesaria para evitar el riesgo de nuevas deslocalizaciones de empresas que se trasladarían de Europa a países sin políticas medioambientales estrictas.

La Unión Europea tiene un gran mercado interior y el respeto de las normas medioambientales podría revelarse como una conditio sine qua non que deberían aplicar los países que aspiran a una asociación comercial con Europa. Sin embargo, el dominio de China en el mercado de las “tierras raras” -es decir, 17 metales de importancia fundamental para la industria tecnológica y electrónica-, coloca a la potencia asiática en una posición de fuerza.

Estos elementos no son solo necesarios para los televisores LCD, teléfonos y otros dispositivos tecnológicos. También lo son para los paneles fotovoltaicos y los coches eléctricos. Además, el uso de “tierras raras” también se está abriendo paso en los sectores militar y aeroespacial.

En resumen, ¿cómo logrará la UE los objetivos que se ha fijado? La intención de Europa es reducir las emisiones de dióxido de carbono para 2050 (a diferencia de China, que planea alcanzar sus objetivos diez años después), pero el enfoque europeo parece centrarse más en los fines que en los medios.

El esperado cambio de ritmo en el sector energético por parte de la Unión Europea ha conseguido un primer resultado con el plan Repower Eu, basado en un ambicioso proyecto cuyo objetivo es la necesaria autonomía energética. El fin de la Comisión Europea es conseguir la independencia de Rusia en 2027. Para ello pone en marcha un plan de 210.000 millones de euros, una cifra ingente que se compensaría con un ahorro anual de 84.000 millones de euros en combustible importado.

Según Frans Timmermans, vicepresidente ejecutivo de la Comisión Europea y comisario del Pacto Verde Europeo, la estrategia para reducir la dependencia energética de Rusia ha de basarse en tres factores: “Tenemos que reducir las importaciones y podremos hacerlo cuando tengamos contratos con otros países sobre el GNL (gas natural licuado). Pero también hay que ahorrar energía y es necesario introducir con mayor urgencia las renovables, la solar y la eólica”.

Para prescindir del carbón, el gas y el petróleo rusos, la UE quiere aumentar el objetivo del mix de energía limpia del 45% para 2030, en lugar del objetivo inicial del 40%. Será necesario no solo duplicar la capacidad actual (de 511 gigavatios/hora a 1.236), sino también reducir el consumo. Es la denominada “eficiencia energética”, ya prevista con una estimación de ahorro de energía del 9% que tendrá que aumentar hasta el 13%. El plan Repower Eu prevé duplicar las plantas fotovoltaicas para 2028 y acelerar la creación de parques eólicos mientras se crean corredores (desde el Norte, el Mediterráneo y Ucrania) para el hidrógeno verde.

Entre las novedades previstas en el plan europeo, también está la obligación de equipar las cubiertas de las nuevas construcciones y de los edificios públicos con paneles solares. Otro cambio es un mecanismo de solidaridad europeo que se activaría a petición de dos países y obligaría a los Estados con más recursos energéticos a ayudar a los que presentan mayores dificultades, aunque en este caso se trataría de una medida temporal.

En teoría, Repower Eu debería conducir, al menos en parte, a la soberanía energética de Europa, pero el proyecto europeo presenta numerosos problemas críticos. No faltan las fricciones, en particular sobre la taxonomía verde, después de que Alemania haya declarado que se opondrá a la regulación de la UE que clasifica la energía nuclear y el gas como actividades sostenibles. Según fuentes del Ministerio de Medio Ambiente alemán, “esta es una señal política importante que deja claro que la energía nuclear no es sostenible”.

Europa está en el centro de una triple crisis. En primer lugar, debe redefinir sus objetivos de política energética y continuar en la senda de la descarbonización, pero dando mayor peso a la seguridad de la energía y a la competitividad de los costes. En segundo lugar, Europa debe superar el déficit de suministro energético en el que nos encontramos. Finalmente, debe resistir los efectos de la guerra en Ucrania que han empeorado la situación y que podrían alcanzar tintes aún más críticos con el embargo de gas. La solución a esta problemática “se encuentra inevitablemente en un retorno a los fundamentos”: “necesitamos una demanda más inteligente y una oferta más amplia. Necesitamos más petróleo, más carbón, más gas, más energías renovables y, en los países que lo acepten, más energía nuclear. Y se requieren inversiones en capital físico: ya hemos quemado demasiado dinero tratando de tapar los agujeros de la presa con los dedos”.

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6-6-2022

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