El famoso eslogan publicitario de Las Vegas según el cual “lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas” pretendía transmitir la esperanza de que todo lo que hicieras durante tu estancia en “Sin City” sería un secreto para tus amigos y tu familia. De la misma forma, muchos asumieron que las teorías racializadas que se desarrollaron en los medios académicos del siglo XX no traspasarían los muros del campus.
Pues bien, el mundo real se ha encargado de contradecir esta suposición. Los efectos de las sobredosis, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados y las deudas de juego se trasladan a Seattle, Albuquerque, Boston… y destrozan las vidas de tus seres queridos. Del mismo modo, los excesos de la Teoría Crítica de la Raza (Critical Race Theory – CRT) han dejado atrás la torre de marfil de las Universidades y han inundado las calles de Estados Unidos con una fuerza extraordinaria.
Tan sólo tenemos que fijarnos en lo sucedido en Estados Unidos en 2020, cuando la muerte de George Floyd desembocó en meses de caos, un caos causado por individuos cuya visión deformada de su propio país había sido cuidadosamente moldeada por las doctrinas de la CRT.
El académico James Lindsay se ha remontado hasta el momento en el que las ideas de la CRT encuentran expresión en las calles de Estados Unidos. Se trata del asesinato del afroamericano Michael Brown, de 18 años, en agosto de 2014 por un policía en Ferguson, Missouri.
“La muerte de Brown popularizó el movimiento Black Lives Matter y, en muchos aspectos, también las afirmaciones y supuestos fundamentales de la teoría crítica de la raza a lo largo de 2015 y 2016″, escribe Lindsay. “Su principal reivindicación se basa en afirmar que Estados Unidos padece un racismo sistémico y que la policía, la justicia penal y los sistemas penitenciarios estadounidenses están impregnados de este racismo… Estas convicciones son fundamentales para la hipótesis de fondo de la teoría crítica de la raza, según la cual los “relatos” y las “narrativas” son más importantes que los hechos y la verdad, en particular en lo que concierne al racismo sistémico y cualquier otra forma de opresión sistémica”.
El movimiento Black Lives Matter tuvo un impacto directo, provocando acciones violentas que los estadounidenses presenciaron en toda su crudeza en sus ciudades durante el año 2020. Un informe de septiembre del U.S. Crisis Monitor, que mantiene vínculos con la Universidad de Princeton, reveló que los activistas de BLM estuvieron implicados en el 95% de los disturbios entre junio y septiembre.
Nada de esto es casualidad. Puede que la Teoría Crítica de la Raza fuera una serie de opiniones más o menos consistentes en sus orígenes; pero desde el principio sus promotores aspiraban a que tuviera consecuencias en la vida real, lo supieran o no aquellos que no pertenecían a los círculos académicos.
El profesor de Harvard Derrick A. Bell, reconocido en todo el mundo como el padrino de la CRT por sus escritos pioneros a principios de los años 1970, identifica con total claridad cuál es el propósito de la CRT en un ensayo de 1995. “Tal y como yo lo veo, la teoría crítica de la raza reconoce que la revolución en la cultura comienza con la evaluación radical de esa misma cultura”, escribe Bell.
Esta maquinaria de demolición filosófica de las tradiciones y normas de Estados Unidos es una característica que la CRT comparte con sus antepasados, la Critical Legal Theory (CLT) y la Critical Theory (CT).
La CLT, sucesora inmediata de la CRT, se centró en cambio en la estructura legal y la jurisprudencia de Estados Unidos. Sus promotores pensaban que beneficiaba a la clase blanca “opresora” y tenía como objetivo mantener fuera del poder a grupos “oprimidos” como las mujeres y la “gente de color”. La CLT también añadió unas pinceladas de deconstruccionismo posmoderno en sus análisis de las relaciones sociales e interpersonales.
Curiosamente, tanto la CLT como la CRT surgieron en el área de Madison, Wisconsin. La CLT fecha su fundación oficial en 1977, en la primera Conferencia sobre Estudios Críticos del Derecho, celebrada en la Universidad de Wisconsin en Madison. Los seguidores de la CRT consideran que su nacimiento tuvo lugar en el Primer Taller Anual de Teoría Crítica de la Raza en el Centro St. Benedict’s de Madison en julio de 1989.
En cuanto a la Teoría Crítica, sus inicios son mucho más tempranos, ya que oficialmente datan de 1937 cuando el Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt, también llamado Escuela de Frankfurt, publicó su segundo Manifiesto. La Escuela se inspiraba en el marxismo (al igual que la CLT y la CRT) y fue, de hecho, una forma temprana de lo que ha venido a llamarse Escuelas Occidentales de Pensamiento Marxista.
Desde el principio, el denodado compromiso de los activistas y seguidores de la CRT con la transformación política hacía prever que esta teoría saltara del libro de texto a la calle. “Nuestra esperanza reside en que la resistencia académica siente las bases para una resistencia a gran escala. Creemos que hay que resistirse a las normas e instituciones creadas por y para fortalecer el poder blanco”, escribió Bell en su momento.
El año que está a punto de acabar le ha dado la razón.
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Mike-Gonzalez