Los Chichos: cuarenta años de alegrías y penas de la España de abajo

Los Chichos: cuarenta años de alegrías y penas de la España de abajo

El legendario grupo, que sufrió el racismo y el menosprecio de las élites, se despide del país con una gran gira.

Eran chavales del arroyo y tenían complicado encontrar su oportunidad. «Demasiado gitanos», dijo el jefe de la discográfica Polygram nada más verlos. Solamente accedió por la insistencia del padre de Paco de Lucía, Antonio Sánchez, que había visto algo potente en ese grupo de jóvenes. Acertó de pleno, ya que su primer sencillo, «Quiero ser libre», vendió 20.000 copias, para sorpresa de la industria. Era una canción sentida, bonita y visceral. La había compuesto «Jeros», apodo de Juan Antonio Jiménez Muñoz, un chaval de 19 años, desde el calabozo donde le habían metido por timar a los incautos por el método del trile (el de los tapones y las bolitas). Los otros dos miembros del grupo, los hermanos Emilio y Julio González Gabarre, se habían curtido tocando en el barrio chino de Salamanca y en la madrileña calle doctor Fleming, unas veces en burdeles, otras en fiestas de señoritos.

No fue una cuestión de tres o cuatro rechazos en la industria, sino de una actitud sistemática. «Cuando Los Chichos vendieron sus primeros ocho millones de discos, no salían ni en las listas ni en ningún lado. Otro artista vendía dos y lo encumbraban rápidamente. ¿Cuándo has visto tú a Los Chichos en Los 40 Principales a pesar de haber vendido 22 millones de discos? Nunca», lamentaban los hermanos en una entrevista de 2018. «Los 40 no nos sacaban porque eran canciones políticamente incorrectas. Sufrimos las consecuencias de cantarle a los problemas de un país que no querían reconocer, como las drogas, la violencia de género o la delincuencia. Temas, en definitiva, que denunciaban lo que les correspondía a los políticos», recalcan.

A pesar de su enorme éxito, el grupo sufrió todo tipo de tensiones. El carácter hedonista de los gitanos y el alto ritmo de las galas hacen que se enganchen a la cocaína, luego a la heroína y después a la pasta base, con el riesgo de ser pillados por la policía en cada una de sus actuaciones (a Jeros le descubrieron en Marbella con cuatro gramos). Su pertenencia a familias numerosas hace que el dinero tenga que repartirse entre muchas bocas.

Las últimas palabras de Jeros fueron «Araceli, tráeme el chándal», una estrategia para distraer a su mujer y poder tirarse por la ventana del segundo piso de la casa donde vivían. Agobiado por la adicción y la depresión, se quitaba la vida uno de los grandes iconos de nuestra música popular. El mayor homenaje se lo hicieron Estopa, en los años noventa, convirtiéndose en superventas el sencillo «El de en medio de Los Chichos», pero entre sus admiradores se cuentan muchas otras estrellas como Alejandro Sanz, Camela, Ketama, C. Tangana, Niña Pastori, El Coleta y El Arrebato, entre otros superventas. Este verano se retiran, con una gira a lo grande por toda la piel de toro. Es verdad que es la tercera vez que anuncian su jubilación, pero parece que en 2024 va la vencida.

Los Chichos son historia viva de la música española: sus canciones y su trayectoria sirven de fieles testigos de las mutaciones sociales de nuestro país. Si en los setenta era discriminados por su condición de gitanos, en 2023 sufrieron un pequeño linchamiento digital por unas declaraciones sobre el crecimiento de la migración en España. Comentaban que en su barrio hoy había más chalés adosados que chabolas. «No sabría vivir en otro sitio. En Vallecas está nuestra gente. Me gusta salir a la calle y hablar con los vecinos. Yo, en mi bloque soy Emilio, no el mayor de Los Chichos. También señalaban que el barrio se ha ‘enmarronado’ pero que ‘si no se meten con nosotros, nosotros no nos metemos con nadie. Cada uno en su casa». Esta última frase les costó una tormenta de descalificaciones en redes, pero ellos ya han pasado por demasiado en la vida como para asustarse por ello.

Mientras los divos de la Movida se zambullían en el narcisismo pop, Los Chichos miraban de cara la realidad más dura de España. José Antonio de la Loma les encarga la banda sonora de Yo, el Vaquilla (1985) y ellos cumplen de manera espléndida, pero además organizan una gira por veinte cárceles de España, tocando sin cobrar, para hacer la vida más agradable a los presos durante unas horas. Está claro que el grupo no se aisló en una burbuja de privilegio, sino que se mantuvieron pegados a la dureza de las calles donde ocurren las historias de sus canciones. También pidieron a Phillips que enviara mil casetes gratis de su disco a las prisiones de España. Más tarde se supo que fue el propio Vaquilla quien quiso a Los Chichos expresamente para la banda sonora de la película. La leyenda urbana, bonita, aunque no sea comprobable, cuenta que el mítico delincuente jamás robaba coches que tuvieran un casete del trío rumbero.

Los Chichos se lanzaron a la piscina de la industria musical sin protección, mostrando en varias ocasiones su vulnerabilidad. En su primera visita a Caracas, prueban la cocaína y disfrutan de sus efectos, pero no son capaces de capear el bajón. De repente, obligan al mánager a cancelar sus galas en Ecuador y Colombia porque echan demasiado de menos a sus familias, una nostalgia potenciada por el bajón químico.

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