El humor español como resistencia contra la corrección política 

El humor español como resistencia contra la corrección política 

Nuestros grandes humoristas y actores cómicos enganchan al pueblo al tiempo que irritan a las élites culturales. ¿Será por sus anticuerpos antiprogresistas?

Algunas hipótesis se confirman sin demasiado esfuerzo. Por ejemplo, muchos sospechamos que las películas y series cómicas españolas han sido el mejor antídoto contra la corrección política (y la ideología woke). Basta abrir la web de El País y comprobar el espanto con el que se habla del humor de aquí: “España importa humor cinematográfico, pero lo consume con reticencia. Prefiere el producto local. La nuestra es una risa autárquica. Las grandes comedias internacionales aterrizan, por supuesto, en nuestros cines, pero se ven forzadas una y otra vez a hincar la rodilla ante producciones nativas”, lamenta el periodista cultural Miguel Echarri, como quien confiesa una derrota vergonzante. Así de crudo: el diario más leído de España se pone mohíno porque prefiramos las comedias nacionales a las anglosajonas. 

El reportaje del que le hablo se titula Absurda y chabacana: ¿está en crisis la comedia popular española?”. Se entiende que habla de una crisis de prestigio entre los expertos progresistas, ya que en el plano económico va todo de fábula. Por ejemplo, la saga Ocho apellidos vascos (2014), dirigida por Emilio Martínez-Lázaro, recaudó 108 millones de euros: la primera película 72 y la secuela, 36. De las treinta películas españolas más exitosas de la historia, 18 son comedias, pero no las comedias finas que gustan a la prensa cultural: Belle Époque (1993), de Fernando Trueba, se quedó en 10 millones de taquilla, como puede leerse en un completo listado en Fotogramas

La encarnación del mal para los sofisticados analistas es el éxito de la saga Torrente (1998), de Santiago Segura, que ha salvado varios años la cifra total de recaudación de la industria del cine en España, impulsando además otras sagas del director como Padre no hay más que uno (2019) y A todo tren (2021), dirigidas al público familiar. Las películas de Segura alcanzan los 136.300.166 euros de recaudación global, superando así los 122 millones de las de Martínez-Lázaro. Aquí pueden leerse los datos, desglosados por título. 

Peor todavía, si uno tiene la plebeya idea de encender la televisión puede encontrarse con una avalancha de humor español políticamente incorrecto. Por ejemplo, las triunfales producciones de Contubernio, el exitoso proyecto de los hermanos Caballero, Alberto y Laura. Pensemos también en Aquí no hay quien viva, La que se avecina, El pueblo, Machos Alfa y ahora Muertos S.L. Hace pocas semanas, en el Foro de la Cultura de Valladolid, Laura fue preguntada si consideraba que sus series habían sido una especie de vacuna contra la corrección política estadounidense. “Es verdad que ahora reírse es un deporte de riesgo. Algo de vacuna tenemos que tener cuando La que se avecina tiene sesenta millones de reproducciones en plataformas en el último año”, afirma. “Podemos meternos en jardines gracias al apoyo de tanta gente y al cariño que han cogido a los personajes. Si estuviéramos empezando de cero ahora no sé si podríamos presentar a alguien como Antonio Recio”, explica sobre un antihéroe tan rancio como entrañable. 

El actor Carlos Areces, presente también en Detrás de las risas, que es el título de la mesa de debate de Valladolid, explicó que el menosprecio cultural hacia la comedia es algo verificable. “Una vez me metí en el archivo de premios de los Goya para comprobarlo. Salvo Boca a Boca (1995), una de las escasas incursiones de Javier Bardem en la comedia, no encontré nada hasta el año de Ocho apellidos vascos (2014). Todos los galardones se los lleva el drama. Luego consulté en los Oscar y era todavía peor: lo único parecido a comedia que se había llevado un premio importante era Mejor… imposible (1997), con Jack Nicholson y Helen Hunt”, recuerda. Si miras en los Globos de Oro, resulta habitual que un musical se lleve el premio a mejor comedia. ¿Conclusión? Pocas veces se ha visto mayor separación cultural entre los gustos del pueblo y los de las élites. 

Lo que más espanta al progresismo español es la tradición cinematográfica que representan Paco Martínez Soria, Alfredo Landa, Manolo Escobar, Mariano Ozores y el legendario dúo Pajares y Esteso. A la izquierda le cuesta digerir un arquetipo muy popular: “el del hombre genuinamente español, portador de las supuestas virtudes de la raza, que se resiste a la modernidad a brazo partido”, admite Ernesto Pérez Morán, profesor de Historia del Arte de la Universidad Complutense y autor de Comedia popular: la tragedia del tiempo (Laertes, 2022). ¿Cómo va a gustar eso a un globalista?

En honor a la verdad, el texto de El País también recoge alguna voz contraria a la tesis, sobre todo la de Carlos Aguilar, autor del ensayo Cine cómico español, 1950-61 o Riendo en la oscuridad (Moviola, 2017). “El éxito de nuestra comedia responde a una realidad estética y conceptual. Es el género más cultivado en España ya desde el cine mudo, de hecho. El español se reconoce en la comedia fílmica nacional, aunque sea a nivel subliminal; capta que esas películas hablan de su realidad. Además, lo hacen desde una perspectiva que no falsea lo cotidiano, aunque lo muestre adoptando un punto de vista particular, no necesariamente menos veraz que el dramático”, apunta. 

El último sofocón de la prensa progresista se titula La familia Benetón (2024), protagonizada por Leo Harlem, donde un español maduro acepta encargarse de cinco niños de distintas culturas adoptados por su hermana. “El personaje de Harlem aprende a querer a sus hijos adoptivos, pero dentro de este amor consolidado no se explicita que haya adquirido respeto por las culturas y ascendencias de los chavales”, denuncia Eldiario.es, escandalizados por la falta de redención y moraleja. Por lo visto, no basta con querer y cuidar a los hijos de tu hermana, también hay que hacerse multiculturalista para limpiar cualquier rastro de arraigo nacional. Otro disgusto previsible es el inminente estreno de Un hípster en la España vacía (2024), basada en las tronchantes novelas del periodista Daniel Gascón, donde un urbanito madrileño deconstruido se enfrenta a la áspera vida cotidiana en nuestro agro.

La batalla que abordamos se comprende mejor con un aforismo del joven columnista y editor Julio Llorente: “A la corrección política no hay que oponerle su antónimo, la incorrección política, sino su distinto, la verdad”. Ya sabemos que, en los últimos tiempos, progresismo y realidad andan peleados. No se encuentran ni con ayuda de un buen puñado de chistes. 

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