Los problemas de Evergrande comenzaron el año pasado, cuando el gobierno chino decidió actuar con la intención de frenar la burbuja inmobiliaria que está creciendo dentro del país
Evergrande Group, el gigante inmobiliario chino que agita los mercados internacionales no ha pagado la deuda de 83,5 millones de dólares vencida el pasado 23 de septiembre. La empresa tiene todavía 30 días antes de que se declare su bancarrota.
Fundada por el ejecutivo siderúrgico chino Xu Jiayin en el sur de China en 1996, Evergrande es el segundo mayor promotor inmobiliario de China. Sus negocios van desde la promoción inmobiliaria hasta la gestión de patrimonios, llegando a poseer más de 1.300 proyectos de construcción en más de 280 ciudades de China.
El floreciente negocio, que aprovechó el crecimiento de la economía china para expandirse en diferentes sectores, ha crecido sobre todo como consecuencia de un aumento de sus deudas, que han llegado a cifrarse en $300 mil millones, literalmente el 2% del PIB del país.
Los problemas de Evergrande comenzaron el año pasado, cuando el gobierno chino decidió actuar con la intención de frenar la burbuja inmobiliaria que está creciendo dentro del país. Para ello, el ejecutivo comunista puso en práctica varias políticas restrictivas entre las cuales se encuentra la conocida como de las “tres líneas rojas” (buscaba impedir que las promotoras chinas acumulasen un pasivo excesivo, excedieran ciertos niveles de apalancamiento o no dispusiesen de liquidez suficiente para hacer frente a las deudas a corto plazo).
Esta y otras acciones pretendían limitar la capacidad de endeudamiento de las promotoras inmobiliarias. Las nuevas reglas obligaban a todo el sector inmobiliario a desapalancarse para mejorar su salud financiera y minimizar el riesgo sistemático que corría el país.
El objetivo del gobierno era estabilizar el mercado inmobiliario siendo consciente de la dimensión del problema. Dicho sector representa el 13% de la economía china y el ejecutivo era y es consciente de que cualquier paso en falso puede tener graves consecuencias para su sistema bancario.
La iniciativa fue vista como una intervención necesaria. De hecho, fue bienvenida por muchos actores con protagonismo en el sector, como UBS Asset Management desde donde se llegó a afirmar, a principios de este año, que tenían una gran confianza en el alcance de dichas políticas.
Evergrande, por su parte, respondió a la represión de Beijing vendiendo un gran lote de propiedades con descuento para mejorar sus resultados. A pesar de esa venta incendiaria, la compañía siguió teniendo problemas a la hora de enfrentar el pago de los intereses de su deuda, llegando a la situación actual cercana al default.
El gobierno central no parece tener la intención de rescatar a la empresa. Su única respuesta hasta el momento ha sido promover la intervención del banco central con ánimo de reducir un posible efecto indirecto que golpee a la economía china en general. Casi 4 millones de chinos trabajan directa o indirectamente para la compañía, y miles de pequeños inversores corren el riesgo de perder su dinero. Más de 200 bancos e instituciones financieras con los que Evergrande está endeudado se verían sometidos a estrés, reduciendo la provisión de crédito precisamente durante el repunte post-pandemia.
A pesar de una posible crisis financiera a la vista, la economía china sigue creciendo. Las últimas estimaciones de la OCDE señalan que el PIB aumentará un 8,5% en 2021 y casi un 6% en 2022. Porcentajes muy superiores a los de países de la OCDE. Estados Unidos y la Eurozona que se sitúan en torno al 6% para 2021 y al 4% para 2022.
Beijing tiene en sus manos parte de la estabilidad del sistema financiero global. Si deja fracasar a un operador financiero sistémico, como es Evergrande, correrá el riesgo de provocar reacciones incontrolables, especialmente en Occidente, y en particular en Wall Street.
El valor de los cientos de empresas chinas que también cotizan en EE. UU. colapsaría, y esta caída traería consigo la del resto de la lista. Además, hay muchos inversores globales que tienen en su cartera valores de emisores chinos. Beijing es consciente de su poder, y sabe que tiene la capacidad de controlar, dentro de China, gran parte de las consecuencias que causarían sus decisiones. Por el contrario, la Fed y los bonos del Tesoro americano parecen tener poca capacidad de maniobra.
La llegada de China a la OMC en 2001 fue celebrada como la gran victoria del Occidente. El plan era adquirir mercados y deslocalizar la producción para reducir costes; ha sucedido exactamente lo contrario. China ha adquirido conocimientos tecnológicos y ahora está conquistando los mercados occidentales y, en cierto sentido, decide el destino de nuestros países.
El baricentro mundial se ha movido en el Océano Pacifico y es el batido de alas de una mariposa china quien decide hoy en día los principales eventos del mundo.