Que Venezuela sea el epicentro del crimen hoy, convierte al país en un problema tóxico e inviable, sí, pero no por el país en sí mismo, sino por la inacción contra un régimen que ha diseñado una ruta para sus andanzas criminales, junto a las tiranías de Cuba y Nicaragua, conformando lo que la administración Trump denominó el triángulo del mal.
Desde hace algún tiempo para acá, Venezuela parece haberse convertido en la molestia predilecta de muchos que han optado por ignorar el conflicto, creyendo que, por ignorarlo, lo evitan. Para algunos, es un problema de toxicidad; para otros, un problema de inviabilidad. Lo paradójico es que es un problema precisamente debido a quienes quieren hacer creer que es mejor no hacer nada. Así, terminan alimentando un monstruo cuya versión más acabada es el régimen castrocomunista de Cuba, con más de seis décadas allí, frente a los ojos de un mundo que prefirió aplacar y contener a la tiranía por el simple hecho de estar en una isla. Los resultados están a la vista.
Las décadas de aparente contención del castrocomunismo en Cuba no fueron sino el tiempo perfecto para que ese régimen, financiado siempre por alguien y con ambiciones clarísimas de Fidel Castro en la región, terminara por ser el mayor aparato de inteligencia y de injerencia en los países de América Latina, infiltrando democracias para destruirlas, fomentando la toma de universidades, de la cultura y de la intelectualidad bajo el romanticismo del comunismo criminal y asesino y bajo la idea de que una revolución era lo único que salvaría a nuestro hemisferio, al costo que sea.
Esa supuesta contención no fue otra cosa que la deliberada acción de ignorar lo que ocurría en la isla, de congraciarse con el tirano, de recibirlo con alfombras del mismo color de la sangre que su régimen hizo correr, de sonreírle y rendirle tributo a ese hombre, llamado Fidel Castro, que encantaba serpientes cuando él era la víbora más venenosa. Más de 60 años después, el resultado está a la vista. A pesar de ello, los cubanos han dado una valiente lección a todos, y en particular a los apaciguadores que prefirieron que la isla pagara el precio de perder su libertad antes que ayudarla a reconquistarla.
Lo que ocurre con Venezuela no es muy distinto. Desde el punto de vista humano, el costo ha sido el mismo gracias a la represión y a los crímenes de lesa humanidad. También el mismo al analizar a las tiranías de ambas naciones y entender que son parte del mismo guion, que una aprendió de la otra y que esa otra tomó el control de la una. Una relación simbiótica, cómplice y con la misma intención: el poder a cualquier costo.
Sin embargo, aún con esa exactitud en las prácticas, lo de Venezuela puede llegar a ser mucho peor. El simple hecho de que el territorio venezolano sea hoy el santuario de la guerrilla colombiana que se disputa el control de áreas del país, o de grupos armados y bandas criminales que tienen más poder y control que las propias autoridades, haciendo confluir al crimen internacional y al terrorismo, ya vuelven nuestra situación muy compleja y, para desgracia de los apaciguadores, incontenible dentro de nuestras propias fronteras.
Que Venezuela sea el epicentro del crimen hoy, como ruta estratégica y como proveedor logístico de esos grupos, convierte al país en un problema tóxico e inviable, sí, pero no por el país en sí mismo, sino por la inacción contra un régimen que, además de inescrupuloso, ha diseñado una ruta para sus andanzas criminales, junto a las tiranías de Cuba y Nicaragua, conformando lo que la administración Trump denominó el circulo vicioso de la seguridad hemisférica o, peor aún, el triángulo del mal. La guinda del pastel son las acusaciones del régimen por cometer crímenes de lesa humanidad, algo que, aunque quieran ignorar los países, lo pone en el cuadro de honor de los violadores de derechos humanos, pero también, de no hacerse nada, en el cuadro de los intocables e impunes.
El régimen necesita tiempo y lo está obteniendo. Por un lado, animando a la cómplice y falsa empresarialidad de sumarse a su juego normalizador -política de Rodríguez Zapatero– con la ilusión de que Venezuela se está abriendo económicamente, cuando en realidad el régimen quiere tener sus propios empresarios que le ayuden a evadir las sanciones en su contra. Son falsos empresarios, como la falsa oposición, porque sólo buscan privilegios y pegarse a quien les dé, así eso que reciban vaya manchado de sangre de los venezolanos. El régimen también necesita tiempo para su farsa electoral, para que concurra su oposición prêt-à-porter y para que la Europa de Borrell, que no es la Europa de los genuinos demócratas europeos, le aplauda la gracia.
Pero también necesita tiempo para concretar cambios geopolíticos que pinten de rojo a la región nuevamente, sino para que se expanda el crimen, pues es la naturaleza de los criminales: la expansión. Para ellos necesitan recuperar Brasil y tener a un Lula, criminal confeso y convicto, en el poder. Y necesitan tomar Colombia urgentemente. Necesitan lograr conformar un corredor, con el comunista Petro y con la guerrilla llegando a la Casa de Nariño, que le permita al crimen tener sus andanzas desde el Pacífico hasta el Atlántico, sin olvidar el Amazonas, con total impunidad. El régimen sólo necesita un año y medio y la indiferencia del mundo.
La comunidad democrática internacional cree que ignorar a Venezuela funcionará como les funcionó con Cuba. Creen que pueden contener la naturaleza del régimen, cuando ya muchas de las democracias de la región están infiltradas. Creen que es mejor “estabilizar” a Venezuela adentro, con diálogos y supuestas aperturas, aunque no cambie nada, para evitar, supuestamente, que haya violencia, cuando violencia hay a diario. Ese mundo no tiene como prioridad a Venezuela y, por eso, quiere que los venezolanos, tratados como de segunda, aguantemos lo que podamos hasta la muerte, porque nadie hará nada y porque hay “otros asuntos”. Ignoran que el asunto serio está en Venezuela y que ya está en España, porque así funcionan los criminales. Puede ser muy tarde…
Ignorar esa realidad no ignora sus consecuencias que están a la vista y el éxodo de venezolanos es una de mayores evidencias. Ignorar la realidad es, en realidad, un pacto entre cobardes que se escudan en la ineficacia y paquidérmica acción de los organismos internacionales que usan la burocracia como excusa para tener a violadores de derechos humanos sentados en sillas de un organismo que debería velar por las víctimas de esos violadores. Es una mezcla de cobardía y complicidad que sólo retrasa unas consecuencias que a todos llegarán, aunque quieran apaciguar.
Por allí leía una frase que decía: “Los tiempos duros crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean buenos tiempos; los buenos tiempos crean hombres débiles; los hombres débiles crean tiempos duros”. No tengo dudas de que la debilidad y la cobardía de muchos nos están haciendo más complicados estos tiempos difíciles. Si no pueden ayudar, al menos que no estorben, porque está claro que no son tiempos para la cobardía, sino para la entereza.
Quienes quieran estabilizar a Venezuela con el régimen que la desestabilizó; quienes quieran recuperar la democracia en Venezuela con el régimen que la destruyó; quienes quieran reconstruir a Venezuela con el régimen que la arruinó, terminarán también desestabilizados, destruidos y arruinados por creer que podían contener algo que ya está frente a sus ojos, en su suelo y en su sociedad, como el castrocomunismo lo hizo por décadas mientras el mundo pensaba que la isla estaba bajo control. Hoy los controlados son otros.
Nuestro país seguirá siendo un problema para otros, mientras los otros quieran insistir en que Venezuela es un problema sólo para ella misma. Lo mismo con Cuba, lo mismo con Nicaragua. Lo mismo con todos.