Asalto a la Constitución

Asalto a la Constitución

El líder de Podemos sintetizó una manera de concebir la toma del poder que implicaba la fusión entre las tradiciones marxista-leninista y populista latinoamericana y de la que nunca se ha desprendido.

El pasado 6 de diciembre los españoles salieron a las calles a conmemorar el referéndum por el cual, en el año 1978, quedó aprobada nuestra Carta Magna.

De manera paralela a esta celebración el secretario general de Podemos y vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, aprovechaba la ocasión para redactar un panfleto que salía publicado en el diario Público.

En él, Iglesias Turrión, en lugar de celebrar un hito que le ha traído a nuestro país más de 40 años de prosperidad y desarrollo, optaba por cargar contra la monarquía constitucional y expresar su desiderátum sobre la llegada de una nueva república.

Iglesias, en un texto que combina abiertamente el fanatismo con la mentira contraponía las que, a su entender, eran las dos versiones imperantes de la idea de España de la siguiente forma: “la España de la Institución Libre de Enseñanza, del sufragio universal, del laicismo, de los derechos de la clase trabajadora y de las mujeres, de la pluralidad como riqueza colectiva. La España de La Barraca y las Misiones Pedagógicas. La España amplia y federal, la España republicana” con “el sufragio censitario y el golpe de Estado, el autoritarismo, el poder militar y religioso, el desprecio a lo público, el rechazo de la diversidad institucional, cultural y lingüística. La idea de España estrecha y centralista, que siempre se ha reivindicado monárquica”).

Con este ejercicio de fanatismo y de mesianismo político, Iglesias se afanaba en achacar a los partidarios de la monarquía todos los males que nos han aquejado como país, a lo largo de nuestra extensa historia.

Iglesias, como buen comunista, moraliza y entiende la historia como una pugna constante entre los buenos (representados por la tradición con la que pretende emparentar) y los malos (aquellas tradiciones ideológicas a las que desprecia, en gran parte, por todo lo que ignora de ellas).

Debajo de su retórica y con una comprensión de España que no va más allá de la lectura de la Historia del Poder Político de José Luís Villacañas o de la vulgata marxista elaborada por Manuel Tuñón de Lara sobre el XIX español, el vicepresidente del Gobierno esconde un proyecto político que se basa en la imposición de una España republicana y plurinacional.

Por eso no le basta con orillar los avances que la Constitución y la monarquía constitucional han traído para el conjunto de los españoles, sino que procede a caricaturizar el respaldo del que goza la institución en nuestro país.

En sus palabras, además, se percibe el deseo de promover un cambio constitucional que termine con la España que conocemos y que instaure un régimen antipluralista en el que una gran parte de nuestra sociedad se vería silenciada. Sólo así podemos entender que evite reconocer, expresamente, a quienes sí fueron los padres de nuestra Constitución (formados, en su amplia mayoría por políticos pertenecientes a las derechas que dice despreciar) y que los sustituya, en un ejercicio que combina el falseamiento descarado de la historia con un sentimentalismo ñoño y estéril muy presente en nuestra izquierda actual, por el relato siguiente: “fueron los hombres y mujeres anónimos que se lo jugaron todo para restaurar la democracia y por construir sus centros de salud y hospitales, sus colegios y escuelas infantiles, sus institutos y universidades (…)”.

Con esta retórica vacía Iglesias falsea nuestra historia constitucional y la sustituye por un desiderátum anónimo con tal de no reconocer ningún tipo de legitimidad a los españoles que proceden o se sienten identificados con alguna de las corrientes que representa la etérea “derecha española”.

Hoy, más que nunca, hemos de recordar la referencia que Pablo Iglesias, en el año 2014, hizo de la obra de Marx cuando afirmó que: “El cielo no se toma por consenso. Se toma por asalto”. A través de ella, el líder de Podemos sintetizó una manera de concebir la toma del poder que implicaba la fusión entre las tradiciones marxista-leninista y populista latinoamericana y de la que nunca se ha desprendido.

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