El cementerio moro de Barcia: entre el romanticismo y el olvido

El cementerio moro de Barcia: entre el romanticismo y el olvido

En la Parroquia Rural de Barcia y Leiján, una imponente puerta de ladrillo, que se alza entre los pinos y las acacias, da entrada a un paraje digno de un paisaje romántico: el Cementerio Moro de Barcia.

Los paisajes asturianos nos brindan en ocasiones imágenes que bien podrían formar parte de los mágicos lugares ideados por la pluma de Tolkien y C. S. Lewis. Uno de ellos es el cementerio de Luarca, donde la capilla de la Virgen Blanca preside la nívea pradera de mármol de un camposanto que da reposo a insignes figuras como Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina en 1959. Sus vistas hacia el Mar Cantábrico, donde los pequeños espumerus se encargan de juguetear entre los barcos pesqueros, contrastan con las que ofrece otro enigmático lugar del occidente astur.

Dentro de las tierras comunales de la Parroquia Rural de Barcia y Leiján, una imponente puerta monumental de ladrillo se alza entre los pinos y acacias que han conquistado el lugar. Su arco de herradura apuntado despierta nuestra imaginación con ecos del pasado que nos hacen remontarnos a viejas historias de la Edad Media: moros y cristianos, tesoros míticos, castillos y princesas encantadas.

Sin embargo, el paraje dominado por el Busgosu, señor del bosque, alberga algo más reciente. El monumental arco de herradura, que contó con un gran portón de madera, nos da entrada al Cementerio Moro de Barcia. Un largo muro de mampostería de pizarra, trabado con barro, guarda en su interior un recinto rectangular que serviría para dar eterno reposo a los soldados musulmanes de los tabores de Regulares muertos en combate en Asturias, durante la Guerra Civil española. Para custodiar cada una de sus cuatro esquinas fueron erigidas torres de planta cuadrada, abiertas al interior. En el suelo, cubierto por la maleza, pueden intuirse aun las lajas de pizarra que marcan esos enterramientos. Allí recibieron sepultura entre 400 y 500 cuerpos.

Pese a estar en suelo español, la construcción del cementerio fue dirigida por alfaquíes musulmanes. De ahí su aspecto de fortaleza que, en conjunción con las hiedras que trepan por sus muros, de aspecto castrense, y los altos árboles que se alzan hacia el cielo, dan al lugar un aura mágica, digna de cuentos y leyendas. Así, podría parecer uno de esos románticos paisajes dibujados por Wilhelm Amberg, bañado por el misticismo del Camino de Santiago.

Pero el deterioro de la necrópolis, de unos 4.500 metros cuadrados, acelera su camino hacia la total desaparición. Ya en 2001, la Asociación de Vecinos de Barcia-Leiján y la Asociación GREEN, alertaron del mal estado de conservación del camposanto, castigado por el abandono, la maleza, la basura y el vandalismo. Y no solo prima el mantenimiento de sus construcciones, únicas en el norte de España, sino la protección de los restos humanos que allí reposan, cuyas tumbas ya sido objeto de saqueos y profanaciones.

Pese a la magia que ahora envuelve el lugar y que despierta la atención de los peregrinos y senderistas que por allí pasan, su rehabilitación es una manifestación de recuerdo a los muertos con profundo respeto y humildad. Además, el Cementerio Moro de Barcia constituye un importante testimonio material de innegable valor. Supone una pieza relevante para el conocimiento de nuestra historia y el desarrollo de la Guerra Civil en el Occidente de Asturias y la participación de las tropas indígenas en ella. Incluso existen estudios y proyectos para su restauración, como el realizado por Valentín Álvarez, David Expósito y David González en 2006.

Su finalidad principal debe continuar siendo la destinada en su origen: la protección y el resguardo de las personas allí enterradas. Pero, en los últimos años, los compromisos para su rehabilitación no se han materializado, por lo que parece que el camposanto continuará engrosando la, por desgracia, extensa lista de patrimonio nacional en ruinas. Sin embargo, aquellos que hemos paseado por la belleza de su abandono esperamos que sus castaños muros de pizarra vuelvan a alzarse pulcros y que el arco en herradura de su puerta nos permita entrar a un lugar donde los muertos puedan, al fin, descansar con dignidad.

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