Duncan Enright es «miembro del gabinete» del Consejo del Condado de Oxfordshire para movilidad y desarrollo. Ha dividido también la ciudad en varias zonas, para evitar que la gente escape a otra zona vecina, se multará a quien se encuentre fuera de su propia zona.
Antes de que nos acusen de exagerados o conspiranoicos empecemos por un par de ejemplos provenientes de las islas británicas. Se trata de dos ciudades, Canterbury y Oxford, a las que, por motivos que no vienen ahora al caso, les tengo especial cariño.
Empecemos por la ciudad donde Santo Tomás Becket fue asesinado aquel 29 de diciembre de 1170. Allí Ben Fitter-Harding, el “leader of the council”, ha anunciado de forma reciente los planes del ayuntamiento para dividir Canterbury en cinco zonas. Entre otras consecuencias, ya no será posible trasladarse en coche de una zona a otra directamente. Quien persista en la idea de acceder a otra zona de la ciudad, donde, por ejemplo, se encuentra su tienda favorita de lo que sea, tendrá que salir hasta una nueva circunvalación en las afueras de la ciudad y, una vez allí, dirigirse a su destino dando, como es obvio, un importante rodeo (multiplicando así las tan denostadas emisiones). En caso de no dar el rodeo y dirigirse en coche a la tienda de toda la vida que ahora resulta que está en la zona adyacente a la tuya, el infractor será multado. Leo que, en la rueda de prensa en la que se presentó el proyecto, cuando se le hicieron objeciones de este tipo, Fitter-Harding respondió: “En 2045, ¿quién irá aún en coche al supermercado como lo hace ahora? Se podrá utilizar un autobús para llegar hasta el supermercado, elegir allí la compra y recibirla luego en tu casa”. Mientras los habitantes de Canterbury esperan ese año mágico en el que el estilo de ir a la compra cambiará, pueden elegir entre ir pagando multas alegremente o pasarse el día dando rodeos con el coche por la circunvalación.
En definitiva, además de la difícilmente justificable restricción a la libertad de movimientos, será posible que los trayectos en coche y, por tanto, las emisiones se multiplicarán. Eso sí, Fitter-Harding podrá presentarse como alguien que ha puesto su granito de arena en la gran misión de la sostenibilidad para salvar el planeta Tierra.
Vayamos ahora un poco más al norte, hasta la ciudad que fue el hogar de San John Henry Newman o de los Inklings. Allí, Duncan Enright es «miembro del gabinete» del Consejo del Condado de Oxfordshire para movilidad y desarrollo. Duncan va en la línea de lo propuesto por Ben y ha dividido también la ciudad en varias zonas, pero va más allá cuando anuncia que, para evitar que la gente escape de una de sus zonas a otra zona vecina, se multará a quien se encuentre fuera de su propia zona (¿mejor llamarlo gueto?) sin poderlo justificar adecuadamente. El objetivo es crear lo que han denominado la «ciudad de los 15 minutos»: todas las necesidades esenciales (desde la botella de leche, a la farmacia, desde el médico de cabecera a la escuela) deben poder encontrarse en un radio al que se pueda acceder andando 15 minutos. Un escenario que recuerda al de aquellas películas distópicas para adolescentes que se pusieron de moda hace unos pocos años. Por cierto, Duncan Enright, en declaraciones al Oxford Mail anunció que su plan seguirá adelante le gustara o no a la gente. Como tantas otras cosas en nuestros tiempos que se proclaman tan democráticos.
Un pequeño detalle que creo que tiene su importancia: Ben Fitter-Harding es miembro del Partido Conservador, mientras que Duncan Enright lo es del Partido Laborista. En estas cuestiones hay consenso entre los dos grandes partidos británicos (¿les suena familiar?).
Estamos ante dos ejemplos de una tendencia más general a la que no somos inmunes en nuestro país. Quienes nos gobiernan han extraído al menos una importante lección del modo en que manejaron las restricciones durante la pandemia. Esta ilustra que, si se crea mediáticamente el clima adecuado, pueden ordenarnos casi todo: imposiciones que hasta el día anterior eran impensables y que se pensaba provocarían rechazo y protestas, son aceptadas sumisamente por una ciudadanía debidamente condicionada por el discurso de los medios. Si han podido hacer lo que han hecho, ¿por qué no permitir, por ejemplo, que vayamos a la compra una sola vez cada quince días? Lo soportamos todo sin rechistar y quienes ostentan el poder han descubierto que pueden ir mucho más allá de lo que pensaban… y les ha gustado. La tentación de crear un clima de emergencia constante que les deje las manos libres para ordenar nuestras vidas es enorme.
Fue la pandemia la que dio cobertura a aquellas restricciones, pero las pandemias acaban normalizándose, “gripalizándose”. Se intentó con la guerra en Ucrania, pero las guerras también acaban por finalizar. No así el «cambio climático», que, con independencia de otras consideraciones que aquí no trataremos, supone una “emergencia” que los gobiernos pueden alargar tanto como deseen. Y que lo justifica todo: estamos luchando por la supervivencia de este planeta y, por lo tanto, no hay otra alternativa a hacer lo que te mandemos.
Lo han degustado, han encontrado la excusa perfecta y, además, se consideran elegidos para una misión que debe pasar por encima de las egoístas preferencias de la gente, poco preparadas y conscientes para decidir por ellas mismas. ¿Por qué no habrían de actuar en consecuencia?