Juan José Tamayo, antiguo miembro de la ORT maoísta, pasa por ser el “teólogo oficial de PRISA” y de la Cadena Ser. Vocero de la Teología de la Liberación, ha sido y es un crítico inmisericorde de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI
No hace mucho 13TV, emisora católica filial de la COPE, conmemoraba entusiásticamente el décimo aniversario de la presencia de Joseph Ratzinger –Benedicto XVI- en España con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Madrid en agosto de 2011. La conmemoración tuvo un claro sesgo optimista y triunfalista. Una actitud que yo, sinceramente, no logro entender. El balance de estos diez años ha sido, por lo menos a nuestro modo de ver, catastrófico para el catolicismo español. Y lo más significativo es que la jerarquía católica es muy consciente de ello, pero no parece tener respuestas a esa situación. Hemos llegado ya a la consolidación del proceso que el filósofo Augusto del Noce denominaba de “irreligión natural”, es decir, de secularización y relativismo absolutos.
Según los datos de la Conferencia Episcopal, el 80% de los matrimonios ya se celebran por lo civil –y en Cataluña esta cifra es ya del 90%-. España presenta un salto enorme entre los que han nacido como católicos (92%) y los que ahora se consideran como tales (66%). Una diferencia de más de doce millones de personas, la mayor de Europa en términos absolutos. A ello se suma la alarmante anorexia demográfica. Y el triunfo absoluto de los grupos políticos e intelectuales radicalmente anticatólicos, que se refleja en la aprobación de leyes como la de los matrimonios gay, el divorcio exprés, la investigación de células madre embrionarias, el aborto o de la eutanasia.
No menos grave, aunque en otro sentido, fue la damnatio memoriae que supuso la exhumación de los restos de Francisco Franco de su tumba en el Valle de los Caídos. Todo ello sin que la Iglesia católica haya tenido un papel significativo en los debates sociales y políticos. El arzobispo emérito Fernando Sebastián reconocía que la Iglesia católica española “se ha visto reducida a una minoría de miembros practicantes, ha perdido significación e influencia social, vive en una situación bastante marginal y es a veces minusvalorada por la opinión y por los poderes públicos”.
El proyecto teológico-político de Joseph Ratzinger suponía un claro desafío al proceso de “irreligión natural”, cuando propugnaba la armonización entre la razón y la fe y el rechazo del relativismo. Sin embargo, como ha señalado el periodista Giulio Meotti, Benedicto XVI fue, finalmente, derrotado en esa lucha cultural y religiosa. Hoy España y el conjunto de los países europeos es tierra de misión. Para colmo, la derrota de Ratzinger no fue sólo externa, sino interna. Su sucesión, con el advenimiento de Jorge Bergoglio a la Silla de Pedro, ha supuesto, como han visto no pocos católicos de izquierda, el reverdecimiento del espíritu dominante en el Concilio Vaticano II, del que Ratzinger fue muy crítico.
La Iglesia conciliar y posconciliar ofreció una interesante estrategia de proselitismo entre sectores sociales, políticos e intelectuales hostiles o indiferentes al catolicismo. Y es preciso reconocer su fracaso. Se enajenó amplios sectores sociales a cambio de muy escasas conversiones. En una semblanza de su amigo el historiador Philippe Ariès, Michel Foucault hizo referencia a las “bufonadas del Vaticano II”; y recientemente Michel Onfray, ateo militante, interpretó el Concilio como “el mayo del 68 cristiano”, cuyos cambios teológicos, litúrgicos y políticos precipitaban la caída del catolicismo como religión dominante en Occidente. Una de las consecuencias más significativas del Concilio Vaticano II fue la aparición de la denominada Teología de la Liberación, una grotesca amalgama de modernismo y marxismo, muy en boga en los años sesenta y setenta del pasado siglo.
Eran los tiempos del ecumenismo; de la apertura hacia la izquierda, comunismo y marxismo incluidos; de la experiencia de los sacerdotes obreros; del diálogo cristiano-marxista; del cosmopolitismo; y de la nueva liturgia. El final de los regímenes políticos de socialismo real y los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI parecieron acabar con este episodio teológico y político. Sin embargo, los nuevos vientos vaticanos y la crisis del paradigma neoliberal han hecho que reaparezca su poco agraciada faz. Lo cual es un reflejo más de la profunda crisis del catolicismo a nivel mundial.
Uno de sus representantes más reiterativos, ha sido Juan José Tamayo Acosta. Antiguo miembro de la ORT maoísta, Tamayo pasa por ser el “teólogo oficial de PRISA” y de la Cadena Ser. Vocero de la Teología de la Liberación, ha sido y es un crítico inmisericorde de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Como le dijo en una ocasión el jesuita Pedro Miguel Lamet, según sus ideas “la única solución para asumir los postulados de la Teología de la Liberación, sería o fundar otra Iglesia o salirse de ella, como cristiano por libre, rechazando de paso todo lo que hay de bueno en tantos obispos, curas, monjas y cristianos anónimos, que quizás sin conocer ni por el forro la Teología d la Liberación intentan seguir de cerca a Jesús de Nazaret, dentro de las limitaciones y fragilidad que todos tenemos, tú y yo incluidos”.
Y es que Tamayo ha asumido y defiende todos y cada uno de los postulados de la hipermodernidad dominante en las sociedades occidentales: secularización radical, aborto, eutanasia, ideología de género, multiculturalismo, matrimonio gay, fin del celibato eclesiástico, etc, etc. A pesar de ello, creo que continúa considerándose católico, aunque más bien parece haberse convertido en portavoz, como hubiera dicho Joseph Ratzinger, del relativismo y del nihilismo.
Con gran escándalo de El País, la Santa Sede sometió a examen el conjunto de su obra, sobre todo en lo referente a la figura de Jesucristo, acusándole, no sin razón, de seleccionar los contenidos de la Escritura con “criterios arbitrarios y oscuros”. Y es que su hermenéutica resulta más que discutible. En 2003, la Comisión Episcopal le apartó de la “comunión eclesial”.
Para Tamayo, Jesucristo es una figura histórica revolucionaria y anticlerical. Por ello, criticó la beatificación de los sacerdotes católicos asesinados durante la guerra civil. Seguramente opina que el espíritu evangélico estaba mejor representado por Buenaventura Durruti o Dolores Ibárruri.
Ahora, en un libro que lleva por título La Internacional del odio, Tamayo ejerce de militante político y defiende un nuevo, o no tan nuevo, concepto, el de “cristoneofascimo”, tomado de los teólogos Dorothee Sölle y Paul Knitter, y cuyo epicentro se encuentra, según él, en el Brasil de Jair Bolsonaro, y que aboca a la construcción de una monstruosa Internacional del Odio, representada por Donald Trump, VOX y otros partidos de la “extrema derecha”.
A su entender, este neofascismo se retroalimenta de fundamentalismo religioso, ya sea católico o protestante. ¿Qué es el “cristoneofascismo” para Tamayo?. Se trata de “la defensa a ultranza de los postulados neoliberales sin reparar en su ostensible fracaso, la destrucción de la democracia desde dentro, el negacionismo del cambio climático y el ataque a la teoría del género, los movimientos feministas y al LGTBIQ”. Aunque propugna un laicismo radical, en el fondo, Tamayo es un clerical de izquierdas, aunque su clericalismo sea distinto al tradicional. Recurre a la autoridad papal cuando le interesa y la rechaza cuando conviene a sus planteamientos.
Tamayo denuncia los peligros del “cristoneofascismo” en Brasil, Costa Rica, Colombia, El Salvador y Bolivia, pero no menciona para nada la situación de Cuba y Venezuela. Su héroe es Oscar Romero, “el faro que ilumina la oscuridad del presente”. Por supuesto, demoniza la evangelización española como una “riada de sangre”. Se escandaliza por las críticas católica a la ideología de género y al feminismo, como si no existiera el derecho a disentir de cualquier tipo de pensamiento. En ese sentido, acusa a la Conferencia Episcopal de defender la imagen de un “Dios sádico”, por sus críticas al aborto. Y es que, según él, la ética cristiana se encuentra “en plena sintonía con Epicuro”. Contra toda racionalidad considera “fascista” el pin parental, que encarna, a su juicio, una concepción “neoliberal” de la paternidad., en incluso, en franca contradicción con lo anterior, un retorno a la Inquisición y a la censura.
Sin embargo, respecto del islamismo su posición es la de una tolerancia rayana en el irenismo. Y es que el antiislamismo “mata”. No sabemos muy bien por qué Tamayo relaciona la denominada “Teología de la prosperidad” con el “cristoneofascismo”, cuando su precursor Michael Novak era un liberal crítico con las dictaduras de derechas. Tampoco se explica muy bien las razones que empujan al teólogo palentino a relacionar la teoría del “Diseñador Inteligente” con el peculiar “fascismo” que denuncia; los fascistas y sobre todo los nacional-socialistas eran darwinistas sociales, en el ámbito de las relaciones internacionales. Menos inteligible en este contexto hermenéutico es su crítica a la política internacional de Bush, Blair y Aznar. Nos preguntamos, ¿son estos líderes políticos “cristoneofascistas”?. A su entender, el rechazo del aborto y de la eutanasia lo son.
Defiende el laicismo y la tolerancia, pero recurre a autores como John Locke, que propugnaba la intolerancia contra los católicos, “los papistas”, y los ateos; y a Voltaire, que era un enemigo radical del islamismo y del judaísmo. Alaba la política del gobierno PSOE/Podemos, aunque le pide más laicismo. Sin embargo, considera que la función social de las religiones es ponerse “al servicio de las víctimas, es decir, de las personas, sectores y colectivos más vulnerables de la sociedad y de los pueblos oprimidos”. Es decir, un nuevo clericalismo de izquierdas.
En cualquier caso, su concepto de “cristoneofascimo” carece de entidad hermenéutica desde el punto de vista historiográfico o científico-social. Se trata únicamente de un concepto deliberadamente polémico utilizable en las luchas políticas contra sus enemigos. Tamayo no sabe lo que es el fascismo, el neofascismo o el neoliberalismo. No tiene ni idea. Tan sólo persigue no ya deslegitimar, sino diabolizar las opciones políticas contrarias a su pensamiento.
Su incondicional adhesión a Bergoglio resulta tan significativa como acrítica y servil: tan solo censura levemente su desdén por el feminismo. Es incapaz no de criticar, ni tan siquiera de analizar sus efectos sociales. Ha tenido que venir un pensador laico y ateo, como Giorgio Agamben, para plantear el problema. Y es que la epidemia de covid ha puesto de relieve que la dramática situación del catolicismo europeo, mostrando que las sociedades occidentales no creen ya en otra cosa que en “la vida desnuda” y, además, en la hegemonía absoluta de la “religión de la ciencia”. Y señala: “Ante todo, la Iglesia, que, haciéndose sierva de la ciencia, ya convertida en verdadera religión de nuestra época, ha abjurado radicalmente de sus principios más esenciales.
La Iglesia, bajo un papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazaba a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que se debe estar dispuesto a sacrificar la vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe”.
En eso estamos. Y contra ello, la teología política de Tamayo Acosta resulta, como en tantas cosas, no sólo contraproducente, sino inútil.