Gracias al voto y a un hastío con la religión de la igualdad, la esperanza ha vuelto a ocupar un lugar entre quienes entienden que la democracia exige de métodos pacíficos y desean que el proceso constituyente retorne a los cauces institucionales que le dieron origen.
La relación entre los medios de comunicación masiva y los procesos electorales se caracteriza por una complejidad de larga data. Nunca se sabe con exactitud en qué medida intervienen los sesgos ideológicos de los comunicadores y opinólogos. En nuestras democracias occidentales seguimos creyendo, como niños prescolares, en que el periodismo tiene un compromiso con la verdad e imparcialidad. Nada más absurdo y falso. La realidad es descrita por Noam Chomsky quien, en su lectura gramsciana, reconoce que los medios de comunicación de masas son un sistema de transmisión de mensajes que configuran el discurso hegemónico. Así, junto con informar, entretienen, pero, además, inculcan valores y creencias a los individuos. Estos se traducen en códigos de comportamiento funcionales a las instituciones de la sociedad. Hasta ese punto quienes tenemos consciencia del rol que cumplen los medios, estaríamos de acuerdo con Chomsky. Pero, como sucede con todo adicto al marxismo, el filósofo tuerce la verdad e intenta persuadir de que son los malditos empresarios quienes, en el mundo de la desigualdad, producen propaganda para conservar sus riquezas. La verdad, es justamente lo contrario y para descubrirla hay que preguntarse quién es la voz de la conciencia del empresario que financia los medios. El caso de las últimas elecciones en Chile es clarificador.
Desde la izquierda siempre se dijo que Chile era un laboratorio del neoliberalismo, pero nada de lo sucedido en nuestro pasado reciente asemeja más nuestra realidad a lo que sucede en un tubo de ensayo. El experimento toma a dos individuos, uno, republicano, José Antonio Kast, padre de familia, profesional, con una larga trayectoria política y una hoja de vida intachable, el otro, Gabriel Boric, un joven sin título universitario, incapaz de hacer los cálculos matemáticos básicos. Además, ignorante hasta el punto de afirmar que una gran empresa tiene ingresos mensuales por un valor de 1.000 UF (aproximadamente US$37.000), acusado de acoso sexual por sus propios padres, partidario de la violencia como medio para conseguir el poder político y portador de un currículum en que ostenta un sinnúmero de faltas a la moral.
Con la muestra y sus dos componentes esenciales a la vista, observemos el proceso de manipulación experimental a cargo de los comunicadores. Del hombre bueno han hecho una caricatura. Se le acusa de ser fascista (aunque el fascismo sea de izquierda, primera derrota en la batalla cultural por los valores liberales), cavernario, conservador por defender la vida, la familia y se lo ha simplificado al punto de presentarlo como un troglodita. Tengamos presente que este hombre bueno es el que defiende el orden público, el Estado de Derecho y el mercado libre. Promueve el emprendimiento y el fortalecimiento del sector empresarial. Por su parte, al joven irresponsable, de luces escasas e inmoralidades varias (incluyendo temas de dudosa legalidad con la venta de terrenos de su padre al Estado en varias veces su valor), se lo presenta como un idealista de convicciones favorables a la transformación de Chile hacia un país más inclusivo, justo y digno. Este es el hombre que quiere acabar con la propiedad de las empresas, al promover una pseudo expropiación integrando en sus directorios a los trabajadores (50% de los puestos directivos), que propone destruir el aparato productivo con un alza de impuestos draconiana y terminar con el derecho a la propiedad privada. Sí, tal cual. Para él, si usted tiene dos casas y a personas que no tienen se les ocurre ocupar una de las suyas, el derecho a la vivienda estará por sobre el derecho a la propiedad.
Volvamos a nuestras reflexiones iniciales. Según Chomsky los empresarios manejan los medios a su favor. Pero resulta que, en Chile (y esto es extensible al globo terráqueo), los empresarios cumplen con los designios de Lenin y le entregan a su verdugo la soga para que los ahorque. ¿Qué diantres pasa por sus mentes? Es la herida psíquica de la culpa. ¡Nietzsche advirtió tanto sobre este punto! Pero nadie lo entendió; se quedaron en las acusaciones baratas y no se dieron cuenta de que, una vez desaparecido el cura, los nuevos religiosos, dogmáticos implacables, ocuparían su lugar. Hablamos de los neomarxistas, creadores de la nueva religión de Occidente cuyo contenido es de una simpleza infantil: el diablo es el capitalismo, Dios, el Estado y la Igualdad, la Virgen María. Es su triunfo moral el que explica que sea tan fácil manipular a los ricos a favor de ideales que atentan en contra de la paz, la vida y la propiedad. Y es que nada duele más que saberse pecador y rogar perdón por existir.
La inversión del cristianismo realizada por la izquierda fascista del siglo XXI ha sido un éxito y, en las últimas elecciones, Chile su laboratorio. Pero, algo salió mal. Porque en la primera vuelta José Antonio, el hombre bueno presentado bajo el aspecto de Satanás, tuvo un apoyo sustancialmente mayor al de Boric, el joven rebelde, marioneta del Partido Comunista. Gracias al voto y a un hastío con la religión de la igualdad, la esperanza ha vuelto a ocupar un lugar entre quienes entienden que la democracia exige de métodos pacíficos y desean que el proceso constituyente retorne a los cauces institucionales que le dieron origen.
A los chilenos nos queda mucho por hacer para no seguir siendo conejillos de india de los laboratoristas mediáticos. Una de las tareas más importantes es devolvernos la libertad de prensa y expresión abriendo el mercado a más oferentes. Además, es necesario un apagón generalizado de los medios tradicionales no sólo por torcer la verdad y fabricar una ficción, sino por su servilismo a una ideología de odio, resentimiento y terror. Necesitamos terminar con la genuflexión ante los pastores comunistas que gobiernan al rebaño de empresarios quienes, apiñados en sus jaulas psíquicas, esperan con calma la guillotina que pondrá fin a la culpa que los atormenta por sus privilegios.