El nuevo grupo parlamentario por el partido de Marine Le Pen indica, por su parte, el éxito de la propuesta de RN y Marine Le Pen sobre la de Éric Zemmour, tan elitista y tan parisina como la de Macron.
La segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia deja un resultado inédito en los anales de la Quinta República. Emmanuel Macron, reciente triunfador en las elecciones presidenciales, ha logrado 245 escaños de una Asamblea que cuenta con 577, lejos por tanto de la mayoría absoluta. Desde François Mitterrand en 1988 y Jacques Chirac en 1997, la vida política francesa cuenta con suficientes ejemplos de discrepancia entre la mayoría presidencial y la parlamentaria. La novedad estriba en la peculiar dificultad que Macron afronta para conseguir una mayoría en la Asamblea. Queda descartada una alianza estable con Jean-Luc Mélenchon y su coalición de socialistas, comunistas y verdes -131 escaños-, así como otra con Marine Le Pen -89-. Más verosímil resulta un acuerdo con lo que sobrevive del antiguo centro derecha, concentrado en Les Républicains y que ha obtenido 61 diputados. Claro que Los Republicanos corren el riesgo de ser identificados con un proyecto que no es el suyo y diluirse para mucho tiempo, acabando así con la posibilidad de recomponer una derecha gaullista y conservadora.
El resultado es sorprendente por el contraste con la victoria que Macron obtuvo hace dos meses en las elecciones presidenciales. Si el sistema electoral francés estaba diseñado para que el presidente de la República se hiciera con una amplia mayoría que le facilitara su septenato -ahora quinquenato-, algo se ha torcido desde abril. El hecho es, en parte, consecuencia de la acción del propio Macron. Y también habrá que pensar que el voto se ha vuelto extraordinariamente volátil, y que los franceses han decidido dar una advertencia al Presidente. Lo que sin duda ha conseguido Macron, en cualquier caso, es acabar con los grandes partidos tradicionales, lo que ha conseguido Macron es consolidar la presencia en la vida pública de lo que ha llamado los “extremismos”, con una fuerza inédita hasta el momento. Le Pen deja muy atrás sus ocho diputados anteriores, y Mélenchon se despide con aires triunfales de los diez escaños de su Francia Insumisa.
El resultado puede ser interpretado, y así lo ha sido, como una vuelta a los usos de la Cuarta República, cuando la inestabilidad parlamentaria y la partitocracia paralizaban la vida política. Macron, a pesar de su reputación jupiterina -algo difícil de entender para quien no comparta la mentalidad francesa- tiene poco de De Gaulle. Su intento de construir en torno a su figura una nueva fórmula de monarquía presidencial ha fracasado: la autoridad incontestada y el prestigio nacional, que son lo propio de la figura presidencial en Francia, se han trocado, para una parte importante de la opinión pública, en elitismo y arrogancia. Como resultado, buena parte de sus reformas, que iban por el buen camino de introducir algunos elementos de liberalización en una sociedad tan rígida como la francesa, han provocado una oleada en contra que alcanza ahora la Asamblea nacional. La Quinta República entraría así en fase de ingobernabilidad, tan característica de la política francesa desde por lo menos los tiempos de la Tercera, con ese patrón repetido una y otra vez de retórica inflamada y gestos teatrales… destinados a perpetuar la misma e inamovible situación.
Macron, como los gobernantes socialistas españoles, puede recurrir a las explicaciones fáciles y endosar a la invasión de Ucrania la subida de precios que amenaza la economía francesa y la de la de la eurozona. No le faltará razón, por lo menos en parte, aunque no debería descartar otras causas. Sobre todo, el hecho que este voto traduce también una crítica a la posición del Presidente en el asunto ucraniano. Y otro tanto ocurre con la posición europea de Francia: si la invasión de Ucrania ha permitido a las elites de la Unión reivindicarzse tras haber redescubierto su -extraviada- razón de ser, no parece que la opinión pública celebre tal recuperación con la misma alegría.
A pesar de todo, Macron tiene en su mano una posibilidad no explorada hasta ahora. La fragmentación partidista -consecuencia en parte de la actitud de Macron, no hay que olvidarlo- puede también ser considerada un reflejo del pluralismo de la sociedad francesa. Desde principios de siglo, se han abierto paso tendencias, ideas y recelos que no encontraban traducción en la vida parlamentaria. Los nuevos grupos parlamentarios otorgan a Macron la oportunidad de cerrar una larga etapa, casi una era, de bloqueo. Ha llegado la hora de incorporar al debate y a la acción políticas lo que hasta ahora ha quedado marginado y frustrado. No se trata de asumir propuestas incompatibles con las propias. Se trata de ser capaz de dialogar abiertamente con quienes representan un estado de ánimo y unas ideas que hasta ahora la política oficial ha negado, desacreditado y reprimido –refoulé, dicen los franceses con terminología freudiana.
El resultado se pudo ver en la primera Presidencia de Macron, con la revuelta de los célebres Chalecos amarillos que acabaron por corroborar esa antigua idea según la cual los franceses prefieren la violencia civil a la confrontación parlamentaria. En el fondo, se trata de reconocer la legitimidad de la discrepancia y, si de verdad se tiene visión de Estado, entender lo que esa discrepancia significa, más allá de los eslóganes y los gestos de exclusión, tan reconfortantes para quien los hace y tan humillantes para quien los padece. A Macron le espera, si quiere, la Francia de las pequeñas ciudades y del campo, con un RN que se extiende ya por todo el país, lejos de estar reducido a las zonas geográficas donde venía dominando tradicionalmente. También le espera la población de entre 24 y 65 años, que es la parte de la sociedad francesa que ha optado por un voto que es demasiado fácil calificar como de protesta. Finalmente, le espera la Francia con menores ingresos y aquella con un nivel educativo menor.
El nuevo grupo parlamentario por el partido de Marine Le Pen indica, por su parte, el éxito de la propuesta de RN y Marine Le Pen sobre la de Éric Zemmour, tan elitista y tan parisina como la de Macron. Además, es de esperar que si quieren hacer eficaz su representación, los diputados de RN no entrarán a competir con los de Mélenchon en cuanto a sobreactuación e irrealismo. Habiéndose implantado en Francia una forma de representación proporcional por la vía de los hechos, no es cuestión de echar a perder la oportunidad que ofrecen los resultados por el empeño -inútil, por otra parte- en perpetuar una situación superada por decisión de los propios electores.