Francia: islamismo subversivo

Francia: islamismo subversivo

El plan de Macron para controlar la expansión del islamismo en suelo francés no es más que la constatación del fracaso del multiculturalismo y las políticas de integración.

El 27 de octubre de 2005, las televisiones francesas abrieron sus informativos con imágenes de disturbios en Clichy-sous-Bois, un suburbio multicultural del este de París.  Los enfrentamientos se reprodujeron muy pronto por las comunas aledañas y, en los días siguientes, por diferentes áreas de Francia (Lille, Dijon o Marsella, entre otras) e incluso en países de su entorno más cercano como Bélgica, Dinamarca o Alemania. Durante diecinueve días, bandas de magrebíes pusieron en jaque a la república francesa y sólo la noche del 5 de noviembre, más de 1.295 vehículos fueron incendiados.

El entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, se refirió a los responsables de la escalada violenta como racailles (chusma) y anunció la creación de un plan de control para frenar la expansión del islamismo y la violencia en los suburbios franceses. No fue así.

La realidad es que ni Sarkozy, ni su sucesor François Hollande, ni ahora Emmanuel Macron han logrado poner coto a una anomalía, la del separatismo islámico, que conduce a la destrucción de la convivencia, la partición de territorios y, en último caso, a la guerra civil entre una parte de Francia y otra. En decenas y decenas de barrios de las principales ciudades no impera la legislación y la República, sino una suerte de ley islámica dictada por imanes radicales vigilados por organizaciones con conexiones internacionales que son los que controlan, estos sí, tanto el culto religioso, como la seguridad o las actividades ilícitas en las zonas dominados.

El islamismo conquista a diario nuevas calles en las que encuentra un granero de cientos de miles de jóvenes desconectados de la realidad y la cultura francesa. Jóvenes que nacen, crecen y maduran a espaldas de Francia gracias a un sistema educativo que pervierte una de sus principales funciones en aras de la integración multicultural: servir como piedra fundamental en la construcción y el fortalecimiento de la Nación.

Basta un repaso a las cifras de los servicios de seguridad del Estado para comprender la deriva francesa: en 2005, las autoridades tenían fichados a unos 5.000 musulmanes radicales. Quince años más tarde, son más 100.000. Un cambio notable que se evidenció en los atentados de Charlie Hebdo, Bataclan o Niza, entre otros, y que se traslada a las calles en forma de proceso de descomposición organizado. Un separatismo islámico que preocupa y mucho a los franceses. En el año 2017, el 60% ciudadanos admitían que no creían que el islam fuera compatible con los valores de la sociedad, mientras que el 65% apostaba por reducir la inmigración (encuesta de Ipsos).

Existe un sentimiento entre la población musulmana que se generaliza cuando hablamos de los más jóvenes. Según la última encuesta de Ipsos, publicada en el mes de septiembre, el 40% de los musulmanes de Francia admiten que sus convicciones religiosas están por encima de las de la república. La cifra alcanza el 74% entre los jóvenes musulmanes menores de 25 años.

Una subversión islámica. Generaciones y generaciones de musulmanes que aspiran a imponer sus valores espirituales, que consideran superiores a los valores y leyes de Francia. La yihad reformulada a través de la educación de los menores, las asociaciones juveniles o las mezquitas financiada con fondos procedentes de terceros países y controladas, entre otros, por los Hermanos Musulmanes.

En el año 2016, durante la grabación de un reportaje de France 24, un grupo de musulmanes de la periferia de la capital espetaba a la cámara: “Esto no es París. Esto no es Francia”. Cuando se estrenó el documental, que mostraba la existencia de zonas exclusivas para hombres y la discriminación sistemática de la mujer, el entonces candidato Macron culpaba a la sociedad francesa de la radicalización de estos hombres y pedía un esfuerzo colectivo para facilitar su integración. La sumisión houllebequiana como receta frente al mayor reto francés desde la II Guerra Mundial.

El nuevo plan de Macron para controlar la expansión del islamismo en suelo francés no es más que la constatación del fracaso del multiculturalismo y las políticas de integración. Y llega tarde. Muy tarde.

Porque ahora, tras años alimentando la bestia, a Francia solo le queda la alternativa de la insumisión. La insumisión frente a los que quiebran la Nación y la insumisión frente a los políticos que lo han permitido.

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