Francia. La «gran metamorfosis»

Francia. La «gran metamorfosis»

En tiempos de la Tercera República Francesa, los españoles ilustrados pensaban en Francia como un modelo de democracia -y de republicanismo-. Lo era en algunos aspectos, no en otros: la corrupción alcanzaba a los más altos representantes del Estado y más que la opinión pública, gobernaban las oligarquías partidistas, que se sucedían en el poder mediante negociaciones internas en la Asamblea Nacional. La República en Francia no siempre ha sido un modelo de valores republicanos.

 El momento en el que la Francia soñada por los españoles ilustrados más se pareció a la Francia real, fue la época que los franceses se complacen en llamar los Treinta Gloriosos (años), en francés las Trente Glorieuses: los años de posguerra, entre el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y mediados de los 70, cuando se produjo la recesión a causa de la Crisis del petróleo. Lo que recordamos de aquella Francia: estabilidad, desarrollo económico, modernización. A veces se olvida que es además la época del liderazgo fuerte de Charles de Gaulle, la de la Francia católica con consensos morales que parecían eternos y el protagonismo de las clases medias. También, la de la presencia política y social del Partido Comunista.

 Vinieron luego hechos extraordinarios, algunos iniciados en aquellos mismos años, como las consecuencias del Concilio Vaticano II, que acabó con tradiciones seculares y perturbó a fondo la socialización del catolicismo. Luego llegó Mayo de 1968, el hundimiento del Partido Comunista, la crisis económica o el afianzamiento de un socialismo de Estado, algo muy distinto a lo que el PCF había representado; la visibilización de la población inmigrante, la aparición del Frente Nacional, el rechazo a la Constitución europea, la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, los Gilets Jaunes… La larga y accidentada evolución, lo que Fourquet llama la “Gran Metamorfosis”, culmina en el actual panorama político. Han desaparecido los grandes partidos de izquierdas y de derechas y el paisaje político ofrece novedades radicales. El presidente, Emmanuel Macron, sin un partido tradicional detrás, absorbe el voto del socialismo y de los partidos de centro derecha (más o menos republicanos o liberales). El Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen, recoge un voto creciente de reivindicación cultural nacional y de oposición a lo que ve como elitismo y desigualdad. Y Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa, lejos de heredar el voto comunista, que en su tiempo se fue a Le Pen padre, recoge el de grupos descontentos y precarizados: jóvenes, ecologistas y ex ecologistas e inmigrantes.

Resulta difícil comprender esta situación con los criterios clásicos de izquierda y derecha, porque el encasillamiento, aunque lícito, deja demasiados cabos sueltos. Hablar de moderación frente a radicalización puede describir algunas actitudes, pero con dificultad llevará a entender lo que es fundamental en una opción política, como son las actitudes que refleja y condensa. Una buena introducción a lo ocurrido son los análisis políticos que han realizado Pierre Manent y Marcel Gauchet. Y otra, en la que se afrontan de forma directa los problemas culturales y de cambio social que están en juego, son los trabajos del sociólogo Jerôme Fourquet, que en 2019 publicó L’Archipel français (“El archipiélago francés”), un análisis de las grandes tendencias sociales y culturales de los últimos treinta años. El título hacía referencia al proceso de disgregación que la sociedad francesa ha conocido en los últimos cuarenta años, y que lleva de una nación vertebrada y articulada a otra fragmentada, con elementos de cohesión cada vez más débiles.

 Un nuevo libro de Fourquet, La France sous nos yeux (“Francia ante nosotros”) describe y analiza lo que llama la Gran Metamorfosis con una precisión extraordinaria. Está, por una parte, el creciente descontento político que se manifiesta en el incremento del respaldo a opciones como las que hoy representan Marine Le Pen, Mélenchon y Zemmour, hasta alcanzar, sumadas toda ellas, un 52,2% del total del voto el pasado 10 de abril. Y, detrás, está el gigantesco cambio cultural y social que se está produciendo y del que a veces no somos conscientes.

Entre los ejemplos más conocidos está el de Alcatel, la gran compañía tecnológica francesa que, entre 1995 y 2013, cerró trece fábricas en el territorio francés y hoy es una empresa con sede en Shenzhen (China). Es un ejemplo egregio de desindustrialización, con profundas heridas en la sociedad francesa, como muestra el caso de Lannion, la ciudad en la que se creó el en su momento el célebre Minitel. Tras el cierre de la fábrica, entre 1994 y 2004, la población se retrajo en un 10 por ciento entre 1994 y 2004 y otro 20 por ciento hasta 2017. Lannion y Alcatel simbolizan la precarización de la clase media, a la que vienen a dar respuesta fenómenos como el auge de la distribución, desde la de Intermarché (cadena de distribución alimentaria de precios bajos, que inició el cambio en los suburbios) o, más adelante, la protagonizada por Amazon, que significa el triunfo absoluto del sector terciario y la atomización y la despersonalización de las redes comerciales (y, también, en cuanto a Intermarché, la consolidación de una clase media con una capacidad de consumo reducida).

El libro analiza cambios territoriales, con los nuevos polos de atracción (Burdeos, La Rochelle, Biarritz o Avignon), frente a enormes territorios sumidos en la parálisis y la falta de incentivos, desde la Normandía a la Picardía, el Franco Condado y parte de Alsacia. Y, sobre todo, resulta fascinante por los cambios culturales que describe, partiendo de la descristianización de la “hija primogénita” de la Iglesia, realizada en un plazo vertiginoso, y que lleva de un país donde casi todos respetaban los ritos y las costumbres derivadas del catolicismo, a pesar del laicismo estatal, a otro en la que estos resultan desconocidos. Lo demuestran -un campo que a Fourquet le interesa particularmente- los nombres, con la práctica desaparición de María, por ejemplo, y la aparición masiva de los Kevin, por la película Solo en casa, o los Dylan, de la serie Beverly Hills 90210. Otros signos de cambios son la emergencia de las iglesias evangélicas, impensables en la Francia de hace unos años y, con otra dimensión, el boom de los psicólogos, que pasan de 32.848 en 2010 a 65.768 en 2018.

 La americanización de los nombres corresponde a una americanización general de la sociedad: extensión del inglés (de mejor calidad entre las clases más pudientes), nuevos monumentos y lugares de ocio (75% de los franceses menores de 35 años han visitado o “peregrinado” a Disneyland) y la popularidad de las escuelas de pole dance, y de clubs de baile con música country, y de los restaurantes de comida rápida norteamericana como, en particular, Buffalo Grill. Como era de esperar, son estos Kevin y Dylan, que gustan de las hamburguesas y bailan country, los que en buena medida votan a Marine Le Pen. No a Zemmour, demasiado culto y parisino. La americanización y la fascinación ante Estados Unidos están, a pesar de todo, entre las tendencias culturales que menos dividen a la sociedad francesa. Lo demuestra, por ejemplo, el modelo de casa unifamiliar con piscina, del que se han construido 1.300.000 unidades (también en España se ha producido este fenómeno). Dividen más las consecuencias no deseadas de la globalización, con el surgir de lo que Fourquet llama, siguiendo a Gramsci, una “clase subalterna”. Millones de franceses que en otro tiempo habrían pertenecido a la clase media, combinan hoy precariedad con pluriempleo y, a pesar de este último, se enfrentan a serias dificultades para llegar a fin de mes. En cuanto al urbanismo, la escisión se produce entre el centro de las ciudades y las periferias, con poblaciones que necesitan el coche para trabajar.

Se dibuja así una sociedad francesa fracturada entre aquellos que han prosperado con la globalización, o que tienen el porvenir bien asegurado, como los pensionistas y los funcionarios, y toda una parte de la sociedad que se enfrenta a la inseguridad y a la falta de horizonte. Y todo eso con el fondo común de un gigantesco cambio de valores, que sólo se mantienen en su forma tradicional en las franjas más selectas de las elites. Un panorama que ayuda a comprender, tanto o más que los esquemas ideológicos y moralizantes, el actual paisaje político francés.

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